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Sábado, 17 de septiembre de 2016

LITERATURA › ENTREVISTA A LA ESPAÑOLA ANA GRIOTT, ESCRITORA Y NARRADORA ORAL

La voz de los que no cuentan

Invitada por el VIII Festival de Poesía en la Escuela, participará hoy a la noche del encuentro Narradoras de la noche. “Viví entre mujeres silenciadas que callaban como forma de sobrevivir. Para mí fue importante tomar ese silencio y hacer algo”, dice.

 Por Silvina Friera

“¡Abuela, cuéntame cuentos!”, pide la nieta a principios de los años 70 en León, al norte de España. Las pupilas de la escritora y narradora oral Ana Griott vibran como una guitarra al recordar a esa señora de pañuelo negro, nariz ganchuda, verruga en el mentón y manos de dedos largos. “Por la dictadura de Franco, mi abuela callaba cuentos, callaba su historia, callaba todo –enumera la misma nieta, muchos años después, en una librería de Buenos Aires–. Pero aprendí a escuchar el silencio y a querer a la gente que no tiene voz y que no cuenta. Mi madre también fue una mujer silenciada porque ella era gallega y se casó con un leonés y en León los gallegos son muy despreciados. Mi madre, que era analfabeta y no sabía hablar castellano, tuvo que permanecer callada meses hasta que consiguió aprender castellano. Viví entre mujeres silenciadas que callaban como forma de sobrevivir. Para mí fue muy importante tomar ese silencio e intentar hacer algo con él”. Invitada por el VIII Festival de Poesía en la Escuela, con el apoyo del programa de Acción Cultural Española, Griott presentará el espectáculo de narración oral Narradoras de la noche hoy a las 21 en el Espacio Enjambre (Acuña de Figueroa 1656).

Ana habla con la premura de dos generaciones de mujeres, su abuela y su madre, que no pudieron contar. “Ahora estoy recogiendo la voz de las mujeres Saharauis. El problema Saharauis es una cosa seria: llevan 40 años sin país, son silenciados como Estado, pero las más silenciadas son las mujeres. Ellas tienen prohibido hablar de lo que sienten, pero pueden cantarlo. Y tienen un tipo de composiciones poéticas donde cantan las cosas que sienten. La prohibición no afecta al canto –aclara Griott a Página/12–. Hay una teoría que dice que el canto fue antes que la palabra; que el ser humano no tenía las cuerdas vocales formadas como las tenemos ahora y gracias a que emitía sonidos rítmicos, no articulados como el lenguaje que conocemos ahora, pero que era una manera primigenia de canción, se desarrollaron las cuerdas vocales y estuvimos aptos para pronunciar palabras y tener lenguaje articulado. Primero fue el canto; muchos animales no tienen lenguaje articulado, pero cantan”.

En 1992 estaba preparando una tesis doctoral sobre “Neopopulismo en la lírica culta del siglo XX”, cuando pasó por el Festival Otoño de Teatro en Madrid y leyó en letra pequeña: “Festival de Narración Oral Escénica”. Descubrió a dos narradores latinoamericanos que la dejaron embelesada. “Aquello fue prodigioso porque a pesar de que no había nada todo lo que ellos relataban tomaba vida en ese escenario –recuerda–. Yo venía del mundo de la universidad y decidí tomar clases de expresión corporal y de clown para trabajar la escucha. Y empecé a contar”. Como escritora, firma con su nombre verdadero: Ana Cristina Herreros. Ha publicado Cuentos populares del Mediterráneo, Libro de monstruos españoles, Geografía mágica y Cuentos populares de la Madre Muerte, entre otros Trabajó 25 años como editora de Siruela, creada por Jacobo Siruela, uno de los hijos de la Duquesa de Alba. Hace dos años tiene una bellísima editorial, Libros de las Malas Compañías, que ha publicado a españolas como María Jesús Alvarado y Charo Pitta y la poeta argentina Alejandra Correa, entre otros autores.

–¿Cómo es la relación entre la narradora oral y la autora que escribe historias?

–La tradición oral es mi motor y también mi fuente de inspiración. Las historias escritas tienen sus reglas porque no está la presencia del narrador y todo eso que consigues con tu mirada. Entonces cuando narro ese cuento vuelve a ser oral. Hay cosas en lo escrito que desaparecen porque las creo con mi cuerpo y con mi presencia. Cuando escribo, escribo pensando en un lector que lee en voz alta. Mis cuentos, sin ser orales, tienen muchas marcas de oralidad. Sun Tzu, un escritor chino del siglo IV antes de Cristo, lo explica muy bien. Dice que en la naturaleza todo está quieto, pero cuando se rompe el equilibrio, suena. La piedra en un monte está quieta, pero cuando la ladera cede, la piedra cae y suena. Dice que la voz del ser humano está silente, pero cuando hay algo que rompe su equilibrio, suena. Y que los dioses eligen entre las voces que suenan las mejores. A esos los llamamos poetas.

–¿Tuvo un momento epifánico como narradora oral?

–Sí. Uno de los primeros trabajos remunerados que tuve fue contar en una residencia de mayores en Madrid. Yo llegaba todos los días a las ocho de la noche a contar historias. Para que los abuelos tuvieran deseos de escucharme, el último cuento lo dejaba inconcluso: “Lo siento, me tengo que ir, mañana vuelvo”. Al día siguiente venían a esperarme con los andadores y me decían: “¿cómo acaba el cuento?”. Me pusieron a los que estaban en estado vegetativo y me guiñaban el ojo. La doctora del centro me decía que es un acto reflejo. Pero les da el acto reflejo cuando les tiene que dar (risas). Yo les contaba cuentos eróticos. Al cabo de tres meses, la directora me llamó a su despacho y me dijo: “esto no puede seguir así”... En los tres meses que yo llevaba trabajando había descendido la mortalidad vertiginosamente. No se me morían los mayores; no te mueres sin saber cómo acaba un cuento. Y yo dije: “¡qué bien!” y la directora del centro: “¡qué mal!; somos una residencia municipal y necesitamos las plazas”. Y me despidieron… En ese momento descubrí que los cuentos son para vivir y que uno cuenta desde el recuerdo, no desde la memoria.

–¿Cuál sería la diferencia?

–Recordar –dice nuestro querido Eduardo Galeano– es pasar por el corazón. Cuando uno cuenta de memoria, no está el corazón. Cuentas porque te estás contando con ese cuento, o sea que ya tiene una carga afectiva y emotiva importante. Entonces te lo pasas por el corazón y por la piel y luego llega a la boca.

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Griott trabajó 25 años como editora de Siruela, creada por Jacobo Siruela, hijo de la Duquesa de Alba.
Imagen: Carolina Camps
 
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