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Sábado, 17 de septiembre de 2016

TELEVISION › CARLOS BELLOSO PROTAGONIZA VIGILANTES POR EL CANAL TBS

“El humor con un trasfondo social siempre es más revulsivo”

El actor siempre se caracterizó por delinear criaturas corrosivas, nunca indiferentes, y ese sello se percibe en Lombardi, el perverso y maquiavélico jefe que compone en la delirante serie que se estrenará el lunes a las 23.

 Por Emanuel Respighi

Carlos Belloso es uno de esos actores que “compone” personajes. En el teatro o en la televisión, en las salas off o en el mainstream, en roles protagónicos o secundarios, el intérprete surgido del Parakultural siempre delinea criaturas corrosivas, nunca indiferentes. Desde sus creaciones junto a Damián Dreizik en el dúo Los Melli hasta el recordado “Vasquito” de Campeones de la vida, el Willy de Tumberos o el maléfico Linterna Verde en la versión musical argentina de Spider Man, Belloso le imprime a cada uno de sus personajes –independientemente del género y del medio– un sello tan propio como reconocible. Esa manera de actuar también se percibe en Lombardi, el perverso y maquiavélico jefe que compone en Vigilantes, la delirante serie que el canal de humor TBS estrena el lunes a las 23.

En formato de sitcom, Vigilantes le vuelve a brindar a Belloso una trama ideal para que despliegue ese don natural y preciso que tiene para la interpretación de mentes insanas. En este caso, Lombardi es un hombre sádico y autoritario, encargado de un llevar adelante un experimento de manipulación psicológica sobre dos candidatos a vigiladores de una empresa llamada Panopticus. Lombardi debe evaluar las conductas de los dos postulantes, sometiéndolos a extrañas experiencias, en un seguimiento las 24 horas por medio de cámaras ocultas. Los vigilantes vigilados, a su vez, compiten por un puesto que consiste en observar a choferes de taxis a través de otras cámaras escondidas en los vehículos.

“Es una sitcom disparatada, en la que todo el tiempo te reís y que tiene diferentes capas de lecturas”, cuenta Belloso, sobre la ficción escrita por Andrés Rapoport y Alejandro Turner. “El televidente se puede reír del gag físico, pero también de cierto cuestionamiento que hace a la sociedad. Vivimos en una sociedad controlada como nunca antes. Hay una escena que describe el tono, en al que uno de los vigilantes quiere hacerse el intelectual, y se lo ve con unos anteojos sin vidrio y ‘leyendo’ al revés un ejemplar de Vigilar y castigar, de Michael Foucault. Estará quién se ría de ver a un tipo leyendo al revés un libro y a quién le cause gracia ver a un vigilante leyendo, justamente, ese libro de Foucault. El humor con un trasfondo social siempre es más revulsivo”, subraya el humorista sobre la serie en la que lo acompañan Hernán Jiménez, Ramiro Archain, Lucia Maciel, Pablo Fábregas, Sebastián Fernández, Gonzalo Urtizberea y Martín Rocco, entre otros.

–Más allá de que se trata de una comedia, ¿hay en Vigilantes una mirada sobre el mundo mediático actual?

–La sociedad vigilada y controlada no está próxima, sino que llegó hace rato. Hoy todos observamos y somos observados. Las redes sociales hicieron de nuestra vida una exposición permanente. La botonería está a la orden del día. Hoy nos sustraen nuestros discursos e imágenes de sus contextos originales y adquieren otras interpretaciones. El qué dirán hoy signa nuestras vidas. Estamos todos expuestos, las 24 horas. Uno tiene que cuidarse más que antes. Conozco esa condición desde hace veinte años por mi profesión, soy una persona pública. Así como nosotros tenemos que tener en cuenta la gente que va a escuchar lo que decimos, las redes hace que todos tengamos claro que lo que hacemos o decimos trasciende al ámbito físico en el que se dice.

–Han cambiado las fronteras entre lo público y lo privado.

–La gente debe comprender que hoy somos todos personas públicas. Por eso hoy se cometen tantas torpezas, por aquellos que nunca estuvieron expuestos a las cámaras. Hay un nuevo espacio público, que es más amplio. La exposición abre una nueva situación, en el que todo es público pero también que puede ser utilizado para beneficio propio. Si uno quiere promocionar algo, hoy tiene infinitas herramientas para hacerlo.

–¿No es más lo que se pierde que lo que se gana?

–Cuestionar esta sociedad vigilada y controlada es un esfuerzo en vano. Las herramientas digitales nos atraviesan a diario. Hace veinte años, uno podía resistir, podía no abrirse una cuenta de mail porque se trataba de un mecanismo de control del imperio norteamericano y bla bla bla... Probablemente sea cierto, pero hoy no podemos abstraernos del mundo que nos rodea. Vivimos en el “Gran Hermano” de 1984, de Orwell. Todos estamos siendo vigilados y controlados, todo el tiempo. Lo interesante es que a esta altura todos somos conscientes de nuestra supuesta libertad vigilada. Como en 1984, donde el protagonista se escondía a leer el libro sin que lo pudieran vigilar, tenemos que buscar el punto ciego de la sociedad de la cámara. Hay que buscar el punto ciego. ¿Será el baño?

–¿Y cómo expone Vigilantes esta nueva realidad?

–La serie expone de manera absurda el control al que nos sometemos, consciente o inconscientemente, en la vida real. Lo interesante es que la realidad llevada al extremo, además de ser muy divertida, hace que nos abra las ojos respecto de nuestra supuesta libertad. En la serie, los vigilantes tienen como única función observar mediante cámaras a taxistas y tomar la información relevante de lo que allí pase. Sin embargo, ellos no saben que a su vez están siendo observados.

–¿Vigilantes es, en algún punto, una exageración de lo que pasa en la realidad o de lo que puede llegar a pasar?

–Lo que pasa es que a la sociedad vigilada se le sumó una etapa más en la evolución de las especies: la sociedad editada. Es un estadio más al control y a lo vigilado, porque lo editado siempre es ficcional. Si ponen una imagen mía riéndome y al lado un campo de concentración, obviamente me van a hacer quedar como un sorete. Y si me ponen al lado una imagen de una nenita en triciclo, me hacen quedar como un sensible. La sociedad editada es un paso más de la evolución humana. La edición es un dispositivo subrepticio que se suma a la sociedad controlada y que genera todo tipo de interpretaciones.

–Suena perturbador.

–La sociedad actual me perturba, pero ya no me quita el sueño. Así como nos acostumbramos a estar siendo controlados, a dejar huellas, también nos vamos a acostumbrar a la sociedad editada. Es parte de la evolución de las especies. Uno tiene que dejarse llevar por la época. Cuando uno toma consciencia de algunas cosas y las acepta, puede llegarlo a pasar mejor. Lo que yo diga en esta nota seguramente va a tener otro sentido cuando se imprima en letras de molde.

–En esa línea de pensamiento, ¿la sociedad editada de la que habla se hizo más presente que nunca en torno a la denominada “grieta”?

–Ese es un buen ejemplo para entender la comunicación actual. Hubo, o hay, dos discursos que se fueron extremando. Hay dos programas que me llamaron la atención, de un lado y otro de la grieta. Uno es Bajada de línea, con Víctor Hugo Morales. Tiempo atrás, era impensable que un programa tuviera ese título. Hasta nos podíamos sentir ofendidos, porque exponía que nuestra supuesta libertad de raciocinio estaba siendo manipulada por la TV. Y en realidad ese título era claro: te vamos a bajar línea sobre lo que nosotros creemos que es la realidad. El otro programa es La noticia deseada, con los Wiñazki en radio Mitre, donde te dan la noticia que supuestamente todos deseamos escuchar. Son dos degeneraciones de la noticia.

–¿Pero no es eso, acaso, más honesto que la supuesta objetividad o independencia periodística que formó la cultura argentina durante décadas?

–Que se exponga las postura sobre la realidad que tiene cada periodista es algo positivo. Todos hablamos desde nuestra historia, desde lo que nos pasó y nos pasa. El problema es cuando el que está de un lado o del otro te ponen en un lugar falseando o forzando una opinión. A mí me costó mucho decir que no pertenezco ni a un lado de la grieta ni al otro. Yo voté a Stolbizer. ¿Adónde me meten? Quiero señalar lo que vos haces mal, pero también lo que el otro hace mal. No quiero dejar de tener un sentido crítico. Eso me emparienta con el arte: la posibilidad de ser libre. Ideológicamente, puedo ser comunista, pero al mismo tiempo quiero tener la libertad para decirle al régimen lo que no me parece que está bien.

–¿No se siente cómodo dentro de estructuras dogmáticas?

–No soy dogmático, pero al mismo tiempo tengo mis preferencias. Políticamente, estoy más cerca de la izquierda que de la derecha. Lo que pasa es que los discursos políticos en términos de blanco o negro cooptan. Lo dije incluso en 678 y tampoco se hicieron cargo de eso. Apenas dijeron que en algunos puede pasar. Y al mismo tiempo, cuando fui a espacios de Clarín, por ejemplo, traté de señalar ciertas cosas: operadores políticos que van hacia un lugar, haciéndome escuchar un discurso que después quieren que uno repita. Es La noticia deseada y la Bajada de línea.

–¿Pagó algún costo por estar en “el medio” de esa batalla?

–Sí, claro. Cuando digo que algo es gris, viene el blanco y me dice que soy negro, y el negro me dice que entonces soy blanco. Criticar algo es estar del otro lado. Me pasaron cosas insólitas, como estar en bici en la bicisenda y que me pare un kirchnerista y me diga: “Ah, sos macrista”. Y yo responderle: “No, soy ciclista” (ríe). Tuve algunas situaciones más violentas, también, con gente que no podía entender que siendo crítico con su espacio político no estuviera del otro lado. No admitía una tercera posición. Es preocupante porque a veces siento que no puedo hablar, o que sólo puedo hablar con alguien que piense como yo. La democracia está llena de colores. Cuando iba a los canales de TV, no me sentía escuchado, porque mi posición no le sirve al rating.

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“Hoy todos observamos y somos observados. Las redes sociales hicieron de la vida una exposición permanente”, afirma Belloso.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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