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Sábado, 31 de marzo de 2007

LITERATURA › MAÑANA, CON PAGINA/12, EL LIBRO QUE INSPIRO AL FILM “ILUMINADOS POR EL FUEGO”

La historia desde la trinchera

En Iluminados por el fuego: confesiones de un soldado que combatió en Malvinas, el periodista y ex combatiente Edgardo Esteban propone una intensa crónica desde la experiencia de haber sufrido la guerra en carne propia, en coincidencia con el 25º aniversario del primer desembarco argentino en las islas.

 Por Julián Gorodischer

En el principio fue el intento de desahogo. Se recuerda a sí mismo, en 1993, antes de la primera edición de su libro, entregado a monólogos ante el grabador de bolsillo, frente al mar patagónico, sacando afuera su experiencia de ex combatiente de la guerra de Malvinas, exorcizando. Edgardo Esteban ya no tenía los 19 años que lo vieron llegar a las islas con la contradicción de miedo y deseo de “pasar a la historia”, y supo que quería reconstruir, más que la experiencia vivida, su mundo interior. La curiosidad de Iluminados por el fuego: confesiones de un soldado que combatió en Malvinas, el libro que se edita mañana con Página/12 y que inspiró la película de Tristán Bauer, es que se trata de una crónica hacia las entrañas: el recorrido personal de un hombre que estuvo cerca de la muerte, imbuido de dolor, testigo de las bombas y los abusos de oficiales a colimbas y lo cuenta en una primera persona que vuelve nítido y cercano al acontecimiento histórico.

Jamás perdí la ilusión de volver, esa esperanza de regresar y visitar las tumbas, mis lugares, esos que me marcaron a fuego cuando tenía tan sólo diecinueve años y que no olvidaré por el resto de mi vida. Los recuerdos de la guerra están en mi cuerpo, son marcas que nunca se borrarán. Necesitaba cerrar viejas heridas, cicatrizarlas y dejarlas por siempre en las islas. La edición que Esteban amplió en 1997 agregó ese retorno; funciona como un anexo necesario para confrontar la hostilidad posterior de los kelpers, el reconocimiento del territorio, la afectivización del infierno con la primera versión (que escribió con la colaboración de Gustavo Romero Borri). Su vida hasta entonces era el viaje de egresados, el fútbol, el barrio, la novia con la que no había concretado sexualmente. De pronto estaba bajo las bombas. La particularidad de esta crónica –el género del puro presente, que actualiza la vivencia para transmitirla en su integridad– es que es un traslado al pasado ya muy lejano, 25 años atrás, que podría dificultar el inventario de lugares, objetos, olores, dolores, angustias. ¿Cómo redescubre el cronista eso que el tiempo pudo haber diluido? “Me costó mucho –dice Esteban, periodista de CBS, vicepresidente de la Asociación de Corresponsales de la Argentina–, porque apenas volvimos nadie quiso hablar del tema. Yo creía que iba a estar toda la Argentina tirándome pétalos de rosas. Pero había un perro ladrando, luz blanca, y sensación de impotencia. Era una soledad más fuerte que la que tenía en Malvinas, y dolía.” La historia que para el observador puede parecer remota, para él era puro presente; como si los diarios se hubieran fijado en la noticia de ayer.

–Siempre busqué a otros ex combatientes que me ayudaran a reconstruir esta historia de Malvinas –señala Esteban–. Y yo nunca me creí nadie para juzgar a nadie, por eso cambié los nombres propios de las personas. Yo quería desahogarme. Luego fue muy dura la lucha cuando empezaron a agredirme por no haber discutido desde adentro de los cuarteles. Yo siempre creí que había que debatirlo como sociedad. Pero todavía hay gente que vive con una cultura militarizada y, si vos como ciudadano civil decís lo que sentís, sos un traidor a la patria. Ellos nunca explicaron por qué estaquearon a soldados. Yo no quiero remover la mierda, pero quiero que nunca se repita, ayudar a seguir caminando y apostando a la vida.

En estas páginas, la intensidad es la del diario íntimo de sobreviviente; la vida en la trinchera, en el campo de batalla, el sometimiento ante el capricho del cabo o el oficial, el hambre, el dolor de los pies semicongelados con riesgo de gangrenarse se narran en equilibrio entre las impresiones del entorno y el detalle de sensaciones físicas. “A los 18 –explica el autor– creés que sos inmortal, y lo más doloroso es el enfrentamiento con la muerte. Yo era tonto, ingenuo, me iba sorprendiendo. Un sargento, por no llevarle un vaso de agua, me puso un revólver en la cabeza y me dijo: Gringo, esta noche te pego un tiro. ¿Qué había hecho de malo? Yo además era buen soldado, obediente, sumiso. Después se me quiso desprestigiar, decir que todo era mentira; se me denigraba.”

–¿Cómo se hace presente en su libro el enemigo?

–Más allá de los problemas psicológicos, del pie de trinchera, lo más cruel era el hambre. ¿El enemigo? Yo fui a una causa con entusiasmo. Lo mío era dual: tuve miedo a morir, pero quería ser protagonista de la historia. Después llegaron las bombas, la muerte, lo cotidiano. Un teniente me decía “por el miedo de ustedes perdimos la guerra”. Pero éramos de carne y hueso; seguimos el ejemplo de nuestros superiores. Yo reencontré esa mirada de lo cotidiano en las historias de Ryszard Kapuscinski. Es narrar desde la historia personal, desde lo que uno va recordando.

–¿Pequeños placeres o felicidades en medio del horror?

–Los placeres eran las charlas con mis compañeros o recibir cartas de mi mamá y tener mi único contacto con la ternura. O enterarme de que mi abuela dormía sin frazada, con ventanas abiertas, para sentir el mismo frío que yo estaría sintiendo. El máximo placer era comer chocolate; pero llegabas a los depósitos de YPF repletos de comida y era no entender lo que estaba sucediendo. Cagábamos y comíamos al mismo tiempo. Había tanta ansiedad...

–¿Su momento límite?

–Cuando pensé que llegaba mi muerte. Pensaba que no iba a poder despedirme. Que estaba ante el último segundo. Pero yo vivo apostando a la vida. Curaba las heridas con más vida. Era ingenuo: yo tenía tíos que se fueron a vivir a Mar de Ajó; nos corría un Falcon, me metían preso, y no había una conciencia de lo que estaba pasando. A mi papá lo mataron en mi casa las secuelas de la Triple A; pero yo no tenía conciencia de la dimensión de la tragedia. Yo salí a festejar en el Mundial.

Tanto el libro como el film –cree Esteban– ayudan a generar una conciencia de “historia no oficial”. “Antes era Malvinas, la verdadera historia. Pero yo intenté expresar el dolor, las contradicciones. Hoy me conmueve el relato de los hijos de ex combatientes: es un nuevo dolor. Ven el dolor con profundidad. Pienso en mis propias hijas; preguntan por qué no pudieron hablar. Los hijos le están dando otra humanidad a la guerra. Nos ayudan a hacernos cargo de nuestro pasado, de un producto social. Es la posibilidad de armar algún tipo de duelo.”

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“Hoy me conmueve el relato de los hijos de ex combatientes: es un nuevo dolor.”
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