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Jueves, 8 de mayo de 2008

CINE › METEORO, DE LOS HERMANOS LARRY Y ANDY MATRIX WACHOWSKI

Un comic hiperdigital y recontrasuperproducido

 Por Horacio Bernades

3

METEORO Estados Unidos, 2008

Dirección y guión: The Wachowski Brothers, sobre la serie televisiva escrita por Tatsuo Yoshida.
Fotografía: David Tattersall.
Diseño de producción: David Patterson.
Intérpretes: Emile Hirsch, Christina Ricci, John Goodman, Susan Sarandon, Matthew Fox y Roger Allam.

Meteoro reafirma lo que Matrix anunciaba por triplicado: los hermanos Larry (n. 1965) y Andy Wachowksi (n. 1967) son unos audaces, coloridos e imaginativos diseñadores de producción, además de consecuentes consumidores, regurgitadores y hasta aventureros del pop. Pero como directores y escritores de cine son malísimos. No debería ponerse en duda que Meteoro representa una apuesta radicalmente personal, verdadera producción de autor fabricada desde las entrañas mismas de los grandes estudios. Una apuesta altísima en términos de imaginería pop, de arte sintético, de lo que podría denominarse “renderización” del lenguaje cinematográfico. Pero de cine, nada. Más aún: los interminables, asfixiantes, inmóviles 136 minutos de Meteoro representan una de las más virulentas embestidas contra la especificidad cinematográfica. Especificidad que supone una narración en un tiempo y espacio propios, reconvertidos aquí en otra cosa. ¿Qué cosa? ¿Cine del futuro, acaso? Alguna cosa del futuro, sí, es muy posible. Cine, difícil.

Reconversión hiperdigital y recontrasuperproducida del casi casero dibujito animado japonés, los 100 millones de dólares que se supone costó el nuevo megaevento de los hermanos Wachowski chorrean en cada encuadre, en forma de furiosos colores sintéticos, de arte digital, de laboratorio virtual, de videojuego en pantalla gigante. Emile Hirsch, el chico que hace de Meteoro, llegó a declarar que en meses de rodaje no se sentó ni una sola vez en un auto: todo se resolvió con blue screen, simuladores, maquetas. La película entera parece una maqueta agigantada hasta cobrar dimensiones monstruosas. Maqueta que alguien puso a girar como una licuadora, en velocidad 11. En las dos o tres carreras que constituyen, se supone, el corazón de la película (cada una de ellas dura quince minutos, o más) puede llegar a no entenderse quiénes corren, dónde lo hacen, qué forma tiene la pista, cómo suceden los roces, choques y accidentes, quién ganó o perdió.

“Cuando corrés, es como si pintaras o cantaras, es arte puro”, le dice mamá Racer (Susan Sarandon) a Meteoro. Al espectador podrá sonarle a enormidad, pero le resultará imposible saber si está de acuerdo o no. Es que cuando Meteoro corre, el espectador no puede verlo. Todo lo que se ve son luces, líneas de fuerza, impactos, velocidades inscriptas en un no-tiempo y no-lugar. No-tiempo y no-lugar que, según el caso, se continúan o interrumpen con total arbitrariedad. ¿Arte abstracto? Tal vez a eso apunten los Wachowski. En ese caso habría que preguntarse para qué seguir echando mano de personajes, historias, objetos que remiten a los del mundo real, espacios recreados, remedos de temporalidad. Porque filman películas para los grandes estudios y no les queda más remedio que eso, se dirá. Bueno, si están obligados a filmar películas, que filmen películas, entonces. Y si no que se reconviertan, como dicen que hizo Larry Wachowski, y pasen a hacer (y ser) otra cosa, que ya no se llame cine y para lo cual tal vez todavía no haya nombre siquiera. Que será aburridísimo, por lo visto, pero al menos será otra cosa.

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