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Miércoles, 14 de mayo de 2008

CINE › ENTREVISTA CON EL DIRECTOR JAPONéS KOJI WAKAMATSU

“Filmo películas sin reglas”

Hasta el 23 de mayo, en la Sala Leopoldo Lugones, puede verse una retrospectiva de once films del polémico autor.

 Por Diego Brodersen

A los 72 años, Koji Wakamatsu es dueño de una energía envidiable, además de un buen humor que, según sus propias declaraciones, desaparece cuando se encienden las cámaras en algún nuevo rodaje. Allí hace aparición, dice, su carácter. Wakamatsu no es un completo desconocido para los aficionados al cine japonés, pero su desembarco en la última edición del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) hizo que su nombre sonara por primera vez en las bocas y oídos de muchos. Once copias llegadas desde el Extremo Oriente permanecerán algunas semanas más en Buenos Aires, integrando el ciclo Koji Wakamatsu: sexo, política y cine, que empezó ayer y sigue hasta el 23 de mayo, organizado por la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín y el Bafici, puntapié inicial de una serie de colaboraciones entre el festival y la sala de cine de la calle Corrientes. Autodidacta, politizado y siempre polémico, Wakamatsu es el fiel reflejo de sus películas (y viceversa), un genuino cineasta independiente sin relación alguna con los grandes estudios nipones, excepto algún caso aislado de distribución con final infeliz. Sus películas suelen acomodarse en la batea del cine exploitation, puntualmente el estante dedicado al pinku eiga, el cine erótico más comercial que tuvo su período de oro precisamente en aquellos convulsionados años ’60. Pero mientras el sexo y la violencia invadían las pantallas en pleno destape de la censura, en las calles se seguían sucediendo las acciones de grupos de estudiantes y obreros convencidos de que cambiar el estado de las cosas en el Japón posimperial era posible. Películas como Sex Jack (1970) o El éxtasis de los ángeles (1972) reúnen ambos universos en una aparentemente imposible mixtura de intereses.

–¿Cuál era su relación personal y artística con los realizadores de la Nueva Ola Japonesa?

–Imamura era un poco mayor que yo, pero siempre mantuvimos una buena relación. Con Oshima la relación era más profunda: durante los años ’60 hubo una época en que tomábamos sake todos los días. Años después terminé produciendo su largometraje más conocido en Occidente, El imperio de los sentidos. De todas maneras, nunca me sentí parte de una generación de cineastas. Incluso voy a comentarle que, de alguna manera, Oshima, Imamura y otros realizadores relevantes eran directores de elite; yo nunca me vi de esa manera.

–¿Cómo ve la evolución de su obra a lo largo de las décadas?

–Me olvidé de muchas cosas, fundamentalmente porque nunca vuelvo a ver mis películas; de hacerlo, comenzaría a querer cambiar escenas, a alterar el montaje. Además, siempre estoy activo con algún nuevo proyecto. Siento que las películas son como un juguete, un capricho; cuando tengo una idea quiero filmar la película inmediatamente, pero cuando la termino me aburre y, como un niño, dejo ese juguete por otro. Por eso he dirigido tantas películas. Por ejemplo, con Angeles violados (1967) ocurrió que me enteré de un caso real por los diarios japoneses, un pequeño recuadro en las páginas policiales. Un hombre norteamericano, en la ciudad de Chicago, había ingresado en un dormitorio de enfermeras de un hospital y asesinado a todas ellas, excepto a una joven filipina. De allí surgió la idea de la película, que se rodó prácticamente sin guión.

–Su mirada sobre los posibles cambios sociales a partir de la acción de diversos grupos militantes es muy crítica e incluso pesimista.

–En aquel momento, cada vez que podía, les decía a esos jóvenes que si deseaban cambiar realmente el sistema debían entrar en agrupaciones políticas –incluso en los grupos de lucha armada, ahora inexistentes en Japón–, pero que debían permanecer allí al menos unos veinte años. Recién entonces podrían cambiar algo, pero no antes, como simples estudiantes luchando con palos en las calles. Siempre supe que de ese modo no conseguirían nada, que eran necesarios el largo plazo y otra jerarquía política para luchar contra el poder. De todas formas, en el fondo, siempre apoyé y sigo apoyando a esos jóvenes.

–¿Qué pensaba en aquella época de los cineastas que integran el canon clásico: Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi y Akira Kurosawa?

–Mizoguchi era un gran director. Siempre me gustó Kurosawa, porque nunca encaró historias vistas desde el lado del poder, sino siempre desde el punto de vista de los oprimidos, los débiles, y por eso lo respeto muchísimo. Ozu hizo veintitrés películas muy similares, en todas ellas hay una hija que se casa. Para la productora Shochiku, eso no era muy bueno comercialmente, los números daban muchas veces en rojo. Los otros realizadores empleados de la Shochiku estaban un tanto enojados porque, de alguna manera, todo su trabajo servía para mantener las películas de Ozu. El tenía una forma muy particular de encuadrar y utilizar la cámara, sin ninguna alteración a lo largo de los años.

–¿No existe influencia alguna de esos cineastas en sus películas?

–El director que más me influyó es, indudablemente, Jean-Luc Godard. Godard decía que, cuando uno hace una película, no deberían existir las leyes de la gramática. Me identifico mucho con esa idea, no tengo reglas para mis películas, salen desde lo que siento, desde la bronca. Por esa razón elijo siempre un camarógrafo que no discuta, ya que tengo mi carácter durante los rodajes. Un film como Crónicas ciclistas sólo puede realizarse cuando el camarógrafo se presta a un estilo de rodaje donde prácticamente no existe el guión, donde las ideas van surgiendo mientras el film se está construyendo.

–¿Es cierto que no puede ingresar a los Estados Unidos desde que rodó un documental sobre la lucha de los palestinos, hace más de treinta años?

–Precisamente, por filmar ese documental y mostrarlo en Japón me ficharon como un personaje sospechoso, me tildan de ser peligroso ideológicamente. En mi viaje hacia Buenos Aires podría haber intentado hacer escala en los Estados Unidos, pero pensé que podía quedar detenido y no llegar al Bafici para presentar mis películas. Hice escala en el Reino Unido, por las dudas. Es una gran ironía: en los próximos meses, se va a proyectar mi última película, United Red Army (2007), en los Estados Unidos, pero yo no puedo viajar para acompañarla.

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Angeles violados, que se proyecta hoy, se inspira en un hecho policial real ocurrido en Japón.
 
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