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Viernes, 10 de septiembre de 2010

CINE › EL PASANTE, DE CLARA PICASSO, CON IGNACIO ROGERS

Un laberinto de cinco estrellas

 Por Diego Brodersen

7

EL PASANTE
(Argentina, 2010).

Dirección y guión: Clara Picasso.
Fotografía: Fernando Lockett.
Montaje: Andrea Santamaría.
Dirección de arte: Marina Califano.
Música: Tomás Becú.
Intérpretes: Ignacio Rogers, Ana Scannapieco.
Se exhibe exclusivamente en el Malba (Figueroa Alcorta 3415), los viernes y domingos a las 20.

Estrenada hace siete meses en el Festival de Rotterdam y presentada luego en la competencia local del 12º Bafici, El pasante se suma al creciente conjunto de films recientes, dirigidos por ex alumnos de la escuela de cine FUC, que utilizan el juego o el simulacro como fuente de inspiración narrativa. Ya el año pasado, en las mismas pantallas baficianas, el díptico no oficial integrado por Todos mienten y Castro había tensado al límite cierta idea del cine como juego de apariencias, para el festejo de algunos espectadores y la irritación de otros, que sólo vieron en esas experiencias meras excusas para el regodeo en la puesta en escena. La ópera prima de Clara Picasso (una de las firmas del film colectivo A propósito de Buenos Aires, producido hace varios años por la FUC) espera por parte del espectador una posición alejada de la pasividad. En cambio pide una participación activa al ingresar en su misteriosa trama que puede, sólo en apariencia, no tener ni pies ni cabeza y que, sin dudas, esconde un espíritu lúdico y placentero.

El pasante describe el ingreso de su joven protagonista (Ignacio Rogers) en un hotel cinco estrellas, pero no como huésped, sino como botones a prueba durante el turno nocturno. Allí se encuentra con otra empleada encargada de enseñarle los gajes del oficio (Ana Scannapieco, en su debut en la pantalla), una chica que más allá de una fachada imperturbable esconde una tendencia a imaginar toda clase de fantasías, consecuencia tal vez del tedio y la rutina. El practicante también ingresa a una extraña cofradía que tiene al edificio como escenario y a los huéspedes como comediantes de una obra que ellos mismos desconocen. Con un tono que toma prestados tópicos del policial y la comedia romántica, pero sin ingresar en esos universos, apenas rozándolos, Picasso juega a engañar al espectador mientras la pelirroja engatusa al muchacho protagonista. ¿Qué se está contando exactamente? ¿Hacia qué posible conflicto se dirige la trama? ¿Cómo terminará esta historia de suposiciones y sobreentendidos que tal vez no lo sean? Para ello, la realizadora utiliza sabiamente los salones, terrazas y bares del hotel, pero también sus oscuras bambalinas, la sala de calderas, los pasillos internos, lugares transitados por una población usualmente invisible para el huésped, a menos, claro, que toque el timbre de llamada.

Por esos recovecos se mueve la extraña pareja al dejar la extrema luminosidad y exposición del lobby, entre las sombras y lejos de la vista de sus jefes, a quienes casi no se verá en la pantalla. Durante esos tránsitos hacia ninguna parte, descubrirán una posible historia de amor y traición en una de las habitaciones. Ese es el punto de partida de una simulación que los tiene como actores, a su vez imagen especular de una posible historia sentimental entre ellos. Con un gran trabajo de cámara de Fernando Lockett (responsable también de la fotografía de films como Secuestro y muerte, Excursiones y El hombre robado) y una elegante puesta en escena que utiliza las dependencias del hotel como personajes importantes de la trama, El pasante se revela como un film ingenioso pero también, afortunadamente, como un ejercicio de imaginación. Pequeña pero rendidora, la película podría definirse como un anti-thriller, un film que sabe crear en la piel de la actriz Ana Scannapieco un personaje sumamente inquietante y misterioso, casi inexpugnable. Tal vez el cierre del relato explicite en demasía lo que podía inferirse, rompiendo en parte las sutiles reglas del juego. Pero también es cierto que a esa hora el amanecer rompe cualquier hechizo noctámbulo; tal vez la noche vuelva a traer consigo una nueva vuelta de tuerca y el laberinto cambie mágicamente la disposición de sus giros.

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