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Martes, 9 de noviembre de 2010

CINE › DIEGO MARTíNEZ VIGNATTI HABLA DE SU PELíCULA LA CANTANTE DE TANGO

La pasión en dos por cuatro

El tercer largometraje del director (que también fue fotógrafo del mexicano Carlos Reygadas) aborda una historia de amor enmarcada en el mundo del tango. “Me siento un poco a contramano de mi generación”, confiesa Martínez Vignatti.

 Por Oscar Ranzani

Hace quince años, cuando Carlos Menem fue reelegido, el flamante abogado Diego Martínez Vignatti decidió partir rumbo a Europa para poder vivir en algún país mejor que el que prometía el presidente argentino. Vignatti había militado en contra de las medidas antipopulares de aquel primer gobierno, y estaba seguro de algo: no iba a soportar cuatro años más de una gestión que le daba la espalda al pueblo. Ya era asesor letrado, pero su pasión era el cine. Entonces, se estableció en Bélgica y estudió análisis cinematográfico y fotografía en un prestigioso instituto de Bruselas. Y se hizo conocido en el mundillo del cine como el director de fotografía de los dos primeros films del director mexicano Carlos Reygadas: Japón y Batalla en el cielo. Pero antes de aquella experiencia enriquecedora, Martínez Vignatti dirigió el documental Nosotros, donde abordó el mundo del tango. Luego llegaría su primera ficción, La marea, donde comenzó a explorar otro universo: el del alma femenina. Y el año pasado dirigió su tercer largometraje que, de algún modo, sintetiza los temas expuestos en sus dos films anteriores: el misterio de las mujeres y el 2 x 4. La cantante de tango, opus tres de este director nacido en Bahía Blanca, se estrena este jueves en la cartelera porteña.

La historia de La cantante de tango se inicia con un desengaño amoroso. Helena (Eugenia Ramírez Miori) es una cantante que está por dar sus primeros pasos en su carrera. Justo en ese momento, su novio le confiesa que no la quiere más. Ella pierde el rumbo, sin saber cómo seguirá no solo su carrera, sino también su vida. Hasta que lentamente comienza a pensar en un exilio amoroso en otro país que le permita olvidar la tremenda pena que tiene y, a la vez, poder retomar su expresión artística en los escenarios. Martínez Vignatti señala que La cantante de tango nació “como todas las películas que yo realizo: con sueños”. Suele definirse como “un cineasta de la sensación cinematográfica antes que como un narrador clásico. Yo veo imágenes, sueño cosas y trato de descifrar y hasta conceptualizar una sensación”. Y es el propio cineasta quien dice que podría definir a La cantante de tango “simplemente como la historia de una joven mujer que canta tangos, de la cual contemplamos su destrucción y su reconstrucción. Pero la película es algo más: el intento de radiografiar el alma de esa mujer”, asegura.

–¿La definiría como una película feminista?

–Es un intento de descifrar esa complejidad de la que hablaba recién. Y quizás, en el límite, podría decir que es casi una película feminista, en el sentido de que es un hombre que la destruye, pero se reconstruye sola, sin la ayuda de ningún ser masculino. Y eso me parecía esencial para contar la historia.

–Teniendo en cuenta que en su ópera prima el tango fue también protagonista, ¿qué significa este género musical en su vida? ¿Es una manera de conectarse con su país a la distancia?

–Sí, y al mismo tiempo, un montón de otras cosas, porque yo ya era muy tanguero desde antes de irme a Bélgica. Soy melómano, me gustan todas las músicas, pero el tango me pegó muy fuerte a partir de los 18 años, al igual que todo lo que tiene que ver con la poesía tanguera. El tango excede lo meramente musical y por supuesto que también a la danza. Es un sentimiento y también una sensación. Tiene que ver con cómo la gente habla y camina, con el aire que se respira en estas ciudades, los adoquines... El tango está en todos lados: en dos tipos comiendo una pizza a las 3 de mañana, en el canillita e incluso hasta en la protesta social. Todo eso me conmueve, me emociona y, además, me parece de una riqueza vastísima a nivel intelectual. Me doy cuenta de que estoy un poco a contramano de lo que sería mi generación: tengo 39 años y creo haber sido uno de los primeros en haber hecho películas sobre el tango e interiorizarme tanto. Hubo una línea con Hugo Santiago y Pino Solanas pero, en el medio, el tango está medio desaparecido.

–Y en relación con la historia del film, ¿lo que ella siente se ve reflejado en lo que canta?

–Es fundamental. Mi voluntad era suprimir al máximo los diálogos. Ella se expresa cantando. Los tangos fueron elegidos por dos cosas esenciales: por la pertinencia poética de lo que yo quería contar y también por una cierta coherencia narrativa, porque Helena va a cantar para saber quién es ella, lo que siente, lo que sueña, sus frustraciones, sus miedos, sus dolores y sus anhelos. Me parecía que una canción podía hacer avanzar tanto o más la historia que cuatro páginas de diálogo. Y me decidí por eso. Y es el verdadero hilo conductor. Toda la película se apoya en esos cuatro o cinco tangos que ella canta.

–¿Por qué decidió que la propia actriz interpretara los tangos en vivo?

–En realidad, fue un dilema. En los conciertos hay una energía y una emoción que me toca mucho y que no encuentro nunca en los discos. Necesitaba una actriz que cantara y no una cantante que actuara. A priori podría haber convocado a una verdadera cantante para que actuara, pero iba a ser una misión imposible porque actoralmente es una película muy difícil. Otra opción que podría haber elegido era hacer playback, situación que descarté enseguida porque me gustaría saber en qué película hay un playback que no se note y que esté lleno de emoción. Así que, a mi actriz, que ya cantaba, la puse a estudiar tangos con el maestro Oscar Ferrari durante un año. Y yo creo que hice bien en guardar la frescura de la música y no elegir la perfección técnica del playback.

–¿Qué vive Helena con más pasión: el tango o el amor?

–Las dos cosas, porque en ella las dos cosas se confunden. Es la historia del huevo y la gallina: el amor es el que hace que ella cante lo que canta y cuando canta está sufriendo el amor. Yo tenía ganas de que el tango se hiciera carne: se funde tanto lo que ella vive con lo que canta que, por momentos, es una enorme dificultad. También tenía ganas de contar la historia de una cantante que se está construyendo y que todavía no es una estrella confirmada. Y tenía ganas de contar eso para amplificar, si se quiere, esa carrera y esa vida rotas por un desengaño extremo.

–¿Cómo buscó reflejar el tema del exilio que, en este caso, es por razones amorosas?

–Tenía ganas de hablar de eso. Me parece que se habla mucho en el cine (y está bien que así sea) del exilio económico, del exilio político, pero se habla poco del exilio amoroso, cuando eso existe. Hay gente que está tan dolorida por la pérdida del amor o porque está en una historia de pasión que la destruye que lo único que se le ocurre como salvación es poner miles de kilómetros entre esa persona que le hace mal y su persona. Eso existe. Yo no lo viví, pero conozco gente que lo ha sufrido y tenía ganas de hablar de eso.

–¿Cree que la historia de Helena podría convertirse en la letra de un tango?

–Definitivamente. Creo que la historia de Helena es un tango. Es un tango compuesto por muchos tangos.

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“El tango me pegó muy fuerte a partir de los 18 años”, dice Martínez Vignatti.
 
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