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Lunes, 15 de noviembre de 2010

CINE › ARRANCó LA COMPETENCIA EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE MAR DEL PLATA

Music-hall y ciencia ficción argentina

L’Illusioniste, el nuevo film de Sylvain Chomet (Las trillizas de Belleville), ensaya un curioso juego de espejos con la figura de Jacques Tati. La notable Fase 7, del argentino Nicolás Goldbart, amenaza convertirse en un fenómeno de culto.

 Por Horacio Bernades

Desde Mar del Plata

“¡Qué bodrio!”, exclamó un señor en medio de la proyección, seguramente esperando sumar espectadores a la minisublevación. “¿No podían haber elegido algo mejor para un festival de cine?” El episodio tuvo lugar durante la función de apertura del 25º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, mientras se proyectaba Somewhere, la película de Sofia Coppola, que viene de ganar el León de Oro en la última edición de Venecia. Por lo visto, al resto de los espectadores tan mala no le pareció, ya que nadie más se quejó. Sí hubo aplausos, pero no tanto al final de la proyección como al comienzo. Es que al proyectorista del Teatro Auditorium le llevó unos segundos hacer foco, y cuando lo hizo vinieron los aplausos. Enseguida, las risas: sucede que Somewhere está producida por... Focus Films. Más allá de exclamaciones, risas y aplausos, lo que sí es cierto es que la nueva película de la hija de Francis se parece tanto a Perdidos en Tokio que casi podría pensársela como una autoremake. ¿O un autoplagio? No faltará ocasión de discutirlo más en detalle de acá a un par de meses, cuando la película se estrene en Argentina.

Tras la proyección de Somewhere dieron inicio las tres competencias oficiales del festival. La Competencia Internacional arrancó con el film de animación L’illusioniste, opus 2 de Sylvain Chomet (realizador de Las trillizas de Belleville) y la primera de las tres argentinas a concurso, la comedia negra de ciencia ficción Fase 7, del debutante Nicolás Goldbart. La Competencia Latinoamericana se abrió, a su turno, con La vieja de atrás, también llena de negrura, pero en un plan más realista y cotidiano, mientras que la primera concursante de la Competencia Argentina resultó el documental Un rey para la Patagonia, que vuelve sobre la historia del estrambótico Oreille Antoine de Tounens, aquel cuya aventura sureña recreó Carlos Sorín en La película del rey. Si la sombra de Jacques Tati planeaba sobre Las trillizas de Belleville, en L’ilussioniste se vuelve explícita, literal. La nueva película de Sylvain Chomet no sólo se basa en un guión que el realizador de Mi tío jamás llegó a filmar, sino que para completar el homenaje Chomet directamente convierte a Tati en protagonista. Identificado como Tattischeff (verdadero apellido del cómico), él es el ilusionista del título, un señor tan alto que para entrar a una habitación se tiene que agachar, además de calzar 46 o 47 y llevar unos sacos de mangas tan cortas como las de Monsieur Hulot. La historia transcurre en 1959, año del estreno de Mi tío. Motivo por el cual el hombre en algún momento se mete en un cine y se encuentra con que en la pantalla hay un tipo igual a él. Duplicación del doble: un doble de Tati, llamado Tattischeff, se encuentra con otro doble, llamado Hulot.

La historia de L’illusioniste puede verse, de hecho, como paráfrasis de Mi tío, con su historia de amistad entre ese niño crecido que siempre fue Hulot (Tattischeff, para el caso) y, en este caso, una niña, humilde chica de la limpieza de un hostal escocés, que encandilada por el arte de magia del otro lo sigue en sus giras. Dueña de un culto por el detalle realista tan meticuloso como el de Las trillizas de Belleville, llena de esa clase de gags que, en la línea de Tati, a veces parecen más comentarios o sugerencias cómicas que estrictamente gags, tiznada de un lirismo nunca recargado, L’illusioniste es también –con su profusión de entretenedores, ventrílocuos y artistas de varieté– un homenaje a un arte que ya por entonces tendía a desaparecer: el music-hall. De allí que la película de Chomet se ponga cada vez más melancólica, hasta terminar en una clave resueltamente elegíaca.

Si el detallismo con que Chomet reconstruye escenarios reales del pasado puede hacer pensar en su arte como “documentalismo animado de época”, lo que Nicolás Goldbart practica en Fase 7 bien podría calificarse de “comedia negra argentina de ciencia ficción”. Montajista de Los paranoicos (entre muchas otras, incluyendo todas las de Pablo Trapero), Goldbart reúne a la pareja protagónica de esa película, en una Buenos Aires del presente y en una circunstancia que es como la exacerbación de la epidemia de gripe A. El rápido contagio de un virus hace que las autoridades sanitarias aíslen un edificio de lujo por tiempo indeterminado, desatándose entre los vecinos una paranoia imparable primero, una guerra sangrienta después.

El tono y la circunstancia de Fase 7 recuerdan a los de La comunidad, de Alex de la Iglesia: esto es todos contra todos, dejando de lado toda máscara civilizada. Un detalle interesante es que la epidemia funciona apenas como catalizador de un estado de entropía previo: la relación entre los personajes de Daniel Hendler y Jazmín Stuart (embarazada de siete meses) es, desde la primera escena, una verdadera bolsa de mierda. El se comporta como un imbécil, ella vive recordándoselo: en pocas películas se habrá oído con más insistencia la palabra “pelotudo”, dicha en el más agresivo de los tonos. De allí su carácter intransferiblemente argentino. Y no sólo en el departamento de los protagonistas, por cierto: entre sus vecinos se cuentan un coleccionista de armas de guerra y un veterano habituado a usarlas. Con una revelación (Yayo, “cómico” de Tinelli) y Federico Luppi a cargo de un secundario feroz, la película escrita y dirigida por Goldbart pasa del humor ácido a la crueldad y de allí al goce más desaforado. Magnífica en todos sus rubros técnicos (la fotografía de Lucio Bonelli, la música de Guillermo Guareschi, el montaje del propio Goldbart), la recepción que se le dio aquí en su presentación oficial hace pensar en un posible fenómeno de culto para el momento de su estreno a escala nacional.

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La película de Chomet se pone cada vez más melancólica, hasta terminar en clave elegíaca.
 
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