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Martes, 10 de mayo de 2011

CINE › FRANçOIS OZON HABLA SOBRE SU FILM POTICHE, TITULADO AQUí MUJERES AL PODER

Una historia de emancipación

El director de 8 mujeres eligió a Catherine Deneuve para el rol central de su película, en la que una mujer de provincia, acostumbrada a ser poco más que un adorno –potiche significa florero–, se vuelca a la política y decide ser candidata a diputada.

 Por Valerie Gardini

François Ozon, el más prolífico y cambiante de los cineastas franceses en actividad, parece haberse tomado al pie de la letra una vieja consigna de su tocayo Truffaut, que aseguraba filmar cada película en contra de la anterior. Fiel al consejo, en el mismo año (el 2000), monsieur Ozon filmó una irónica comedia sexual de encierro (Gotas que caen sobre rocas calientes) y un misterioso drama intimista, de puros exteriores (Bajo la arena). Luego de una comedia tan artificiosa como las que Hollywood hacía en los ’50 (8 mujeres, 2002), filmó la melancólica separación de dos que alguna vez se amaron (5 x 2, 2004). Otra vez en el mismo año (2009), hizo una fantasía alrededor de un bebé con alas (Ricky) y la historia de regeneración de una madre soltera, viuda y ex adicta (El refugio). Ahora, Ozon vuelve al mundo del más descarado artificio teatral con Potiche, presentada en la última edición de Venecia y a estrenarse el próximo jueves en la Argentina, con el título Mujeres al poder.

Puede no tener relación con el original el título que el opus 12 de François Ozon llevará en la Argentina (un potiche es un florero), pero el eslogan no carece de razones. Mujeres al poder narra exactamente eso: el modo en que una señora burguesa de provincia se harta de serlo y... toma el poder. El poder familiar, el económico y hasta el político. Mujeres al poder sería el más simplón panfleto feminista si no fuera la más sofisticada y colorida comedia retro. Aunque no tanto. Tal como el propio Ozon sostiene en la entrevista que sigue, fue la reacción misógina despertada cuatro años atrás por la candidatura de la socialista Ségolène Royal a la presidencia de la Nación lo que lo movió a filmar esta historia de emancipación femenina. Por segunda vez a las órdenes de este poco más que cuarentón (había sido una de las 8 mujeres), en Mujeres al poder la eterna Catherine Deneuve se ve ladeada por Fabrice Luchini como su marido y esa otra institución de Gérard Depardieu, como el amante proletario.

–¿Cómo surgió la idea de filmar Mujeres al poder, que está basada en una obra teatral de comienzos de los ‘80?

–Cuando vi la obra tuve la sensación de que había allí un papel interesante para una gran actriz. Pero me parecía que el personaje había quedado fuera de época: una señora provinciana de familia burguesa, absolutamente conforme con su papel de esposa y madre, que para no generar escándalos está dispuesta hasta a hacer la vista gorda a las infidelidades del marido. De ahí lo de potiche: Suzanne es tan decorativa como un florero. Hasta que de pronto la actualidad francesa me hizo ver que ese personaje no estaba tan fuera de época como yo creía. Fue en 2007, cuando Ségolène Royale se presentó a elecciones presidenciales por el socialismo. La cantidad de comentarios misóginos que se hicieron sobre ella fue increíble. No sólo de parte de la oposición, sino más aún del socialismo, muchos de cuyos miembros no toleraban que una mujer fuera su candidata. ¡Hasta la llamaban potiche! Ahí me di cuenta de que la obra era menos anticuada de lo que yo pensaba.

–¿Qué cosas cambió en relación con la obra de Pierre Barillet y Jean-Pierre Grédy?

–Básicamente el tema de la política, al que en la obra apenas se aludía. Aquí ella consuma su emancipación, presentándose como candidata a diputada. La de Mujeres al poder es la historia de una salida al exterior. Esa es la diferencia con 8 mujeres, donde lo teatral también tenía peso. Allí todo sucedía dentro de la casa, mientras que lo que contamos aquí es cómo esta mujer descubre el mundo exterior. Incluida la fábrica del marido, que hasta entonces había sido para ella territorio ajeno. El mundo exterior le gusta tanto que termina dedicándose a la política, actividad mundana por excelencia.

–Sin embargo no trasladó la obra al presente, la mantuvo en los ’70.

–Sí, porque eso me permitía mantener una distancia, hacer referencias a la realidad actual que por contraste resultan cómicas. La crisis económica, por ejemplo. Por otra parte, mantenerla en esa época me permitía mantener un grado de transgresión. Hoy en día no sería tan revulsivo que la esposa del dueño de la fábrica tenga una relación sexual con un sindicalista comunista, que es el personaje que interpreta Gérard Depardieu.

–¿No practicó también ciertos cambios de tono con respecto a la obra original?

–Sí, me pareció que ciertas situaciones tenían un fuerte potencial melodramático, pero eso en la puesta original quedaba de lado. Sucede que la obra fue escrita para una actriz cómica, Jacqueline Maillan, y eso sesgaba la perspectiva. Como la obra estaba pensada para su lucimiento, ella tenía siempre la última palabra, el punchline de cada escena. Pero eso la dejaba como “ganadora” de situaciones potencialmente humillantes. El maltrato de su marido y de su hija, por ejemplo. Quise hacerle lugar a esa clase de elementos, que originalmente habían sido dejados de lado.

–Finalmente quedó una película con momentos cómicos y otros melodramáticos.

–Más precisamente, los momentos cómicos están relacionados con el marido de Suzanne, que aparece ridiculizado. Y los melodramáticos, con la relación entre Suzanne y Babin, el sindicalista, que es un romántico absoluto. Catherine está en el medio, oscilando entre lo cómico y lo melodramático.

–No es la primera vez que filma una obra de teatro, ya lo había hecho en el caso de Gotas que caen sobre rocas calientes y 8 mujeres. ¿Cómo se plantea la relación entre cine y teatro?

–Ante situaciones semejantes, Hitchcock aconsejaba asumir la teatralidad como punto de partida, e ir llevando la película progresivamente hacia el terreno del cine. Eso trato de hacer en estos casos. Aquí, al comienzo Suzanne está como atrapada en un mundo cuya pequeñez y cerrazón acentúo, subrayando el carácter teatral. A medida que su mundo se va abriendo y ella se emancipa, la película también lo hace, volviéndose más “cinematográfica”.

–Tampoco es la primera vez que trabaja con Catherine Deneuve. Aquí saca de ella una faceta cómica que no es precisamente con la que suele identificársela.

–Pero no es ni con mucho la primera vez que Catherine hace comedia. Las señoritas de Rochefort era una comedia, la propia Los paraguas de Cherburgo también, Piel de asno, El salvaje... Lo que pasa es que se la ha fijado en una imagen de actriz seria y distante que es sólo un cliché. Catherine entendió desde muy joven que en cine las emociones se reflejan con el más pequeño cambio de expresión. Ella no es la clase de actriz que repite una y otra vez los mismos tics. Por eso su estilo envejeció maravillosamente. Y no sólo en el drama: es una comediante magnífica. Y eso no es algo que haya descubierto yo.

–Gérard Depardieu luce un corte de pelo bastante curioso en la película. ¿A qué se debe?

–Se lo copiamos a Bernard Thibault, un famoso sindicalista.

Traducción, adaptación e introducción: Horacio Bernades.

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François Ozon es el más prolífico y cambiante de los cineastas franceses en actividad.
 
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