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Viernes, 7 de abril de 2006

CINE › “V DE VENGANZA”, DE LOS HERMANOS WACHOWSKI

Un vengador decidido a hacer estallar Londres

Basado en un comic de la era Thatcher, el film dirigido por James McTeigue propone como héroe a un anarco-terrorista.

 Por Luciano Monteagudo

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V DE VENGANZA
V for Vendetta, EE.UU/
Gran Bretaña/Alemania, 2006.


Dirección: James McTeigue.

Guión: Andy y Larry Wachowski, basado en el comic de David Lloyd y Alan Moore.

Fotografía: Adrian Biddle.

Montaje: Martin Walsh.

Música: Dario Marianelli.

Intérpretes: Natalie Portman, Hugo Weaving, Stephen Rea, Stephen Fry, John Hurt, Tim Pigott-Smith, Rupert Graves.

En el comienzo fue el comic. Entre 1982 y 1985, agobiados por el espíritu ultraconservador que reinaba durante la era Margaret Thatcher, el guionista Alan Moore y el dibujante David Lloyd ofrecieron una visión transfigurada de la Inglaterra de la Dama de Hierro a través de la novela gráfica V for Vendetta, que hablaba de un futuro muy parecido al presente, salvo por el detalle de que el gobierno se había vuelto abiertamente fascista. A ese reino del terror sólo se animaba a combatirlo un enigmático enmascarado, que ahora –en plena hegemonía de Tony Blair y George W. Bush (h.)– revive en esta adaptación cinematográfica de los hermanos Matrix, Andy y Larry Wachowski, dirigida por quien fue su asistente, James McTeigue.

Suerte de cruza híbrida entre El fantasma de la ópera y El conde de Montecristo adaptado a los tiempos post septiembre 11, V de Venganza pasó de un estreno casi inadvertido en el último Festival de Berlín, en febrero pasado, donde no provocó reacciones de ningún tipo salvo la indiferencia masiva, a una exagerada magnificación de su potencial subversivo, a partir de su lanzamiento un mes después en los Estados Unidos. “Es la obra más provocativa de pulp fiction... se puede apostar a que no va a haber otras películas en el multiplex que exalten el terror anarquista”, se entusiasmó el semanario The Village Voice, que puso a la película en su tapa (como el suplemento Radar del domingo pasado).

Es verdad que con Los tuyos, los míos y los nuestros o La era del hielo 2 en la sala de al lado, V de Venganza puede ser considerada una pieza revulsiva, al menos en la superficie. En ese reino del terror que plantea la película, gobernado por un enérgico Big Brother (John Hurt), que se expresa únicamente a través de pantallas de televisión para propalar sus órdenes y sus puniciones, el pueblo está más que sometido, anestesiado. La acción transcurre en el año 2020, pero el estado de sitio bajo el que viven los ingleses de este retro-future (descaradamente saqueado a la versión 1995 de Ricardo III de Richard Loncraine, con Ian McKellen) parece extraído de la Alemania nazi. Los musulmanes, los homosexuales y todo aquel que ose lucir o pensar distinto a lo que dicta el régimen son perseguidos sistemáticamente.

Cualquier semejanza o paralelismo con la realidad parece válida. Salvo el vengador V (Hugo Weaving), una especie de Unabomber, que afirma ser el único sobreviviente de un campo clandestino de detención, en donde los secuestrados eran sometidos a horribles experimentos, y que ahora desde las sombras de su baticueva, sofisticadamente adornada por el “arte degenerado” que el régimen ha prohibido, se dedica a planear su venganza. Una venganza que piensa llevar a cabo por sí solo (aunque invoque el favor del pueblo) y que comienza con una serie de bombas que destruyen edificios simbólicos de Londres el mismo día en que el estado policial que la gobierna celebra una fiesta con fuegos de artificio.

Como único aliado, V cuenta con Evey (Natalie Portman), una chica a la que rescata de las garras de los agentes del régimen, hija de un matrimonio de la resistencia, y a la que dice cuidar y apreciar, aunque la trata con un paternalismo y una condescendencia irritantes, y a quien incluso llega a someter a torturas psicológicas para probar sus fuerzas.

La confusión ideológica de V for Vendetta –que hace de ese vengador anónimo una suerte de revolucionario mesiánico, dispuesto a reemplazar la tiranía orwelliana por un culto a su personalidad, en la que todo el pueblo vista su misma, ridícula máscara– sólo parece equiparable a la de su pobreza cinematográfica. La fotografía de Adrian Biddle (que falleció al concluir el rodaje y a quien está dedicada la película) es ciertamente vistosa, pero en un sentido superficial, publicitario. En la dirección, McTeigue no consigue ningún relieve, ni siquiera en las pocas escenas de acción, y se limita a respetar fielmente, como si se tratara de la Tablas de la Ley, los pomposos, larguísimos diálogos de los Wachowski Bros., de una solemnidad digna de mejor causa.

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Una cruza entre El fantasma de la ópera y El conde de Montecristo.
 
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