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Viernes, 7 de abril de 2006

TELEVISION › SE ESTRENO LA VERSION 2006 DE “CAIGA QUIEN CAIGA”

El moscardón no domesticado

El arribo de CQC a Telefé reforzó el perfil de investigación con una perla periodística: la pesca in fraganti del represor Pascual Guerrieri, en violación de su reclusión domiciliaria.

 Por Julián Gorodischer

Si el desafío es seguir siendo incisivos, la pregunta es: ¿cómo lograrlo? En la primera época de Caiga quien caiga (CQC), el movilero/moscardón se metía en lugares impropios, saltaba la valla, abría por la fuerza la puerta del auto del funcionario, confrontaba al menemismo con su lado oscuro. Ahora, el movilero (Santiaguito/el pelado/Clemente, Malnatti) hace lo mismo: desestructura un protocolo en la asunción de Michelle Bachelet en Chile, revela la trastienda de la cocina del banquete presidencial o increpa al presidente uruguayo hasta que lo echan de la gala. Pero parece atrapado en el destino de toda vanguardia: la incorporación al statu quo; Kirchner les tira de la oreja como un tío, Cristina sonríe, la canciller paraguaya accede al piquito. El que aparece es un territorio de suma cortesía, una armonía que no le sienta bien al moscardón; lo que queda es cambiar el tono. Entonces, el nuevo CQC inaugura en la Argentina una intervención política como las de Michael Moore en su programa La cruel verdad: en una de las perlas del primer programa, Daniel Malnatti enfrentó al represor Pascual Guerrieri en un escrache a sus salidas que transgreden la prisión domiciliaria a la que fue condenado.

Mientras la política y la farándula se encariñan con su propia parodia, la sátira se vuelve promocional. El contrapunto fue la investigación de Malnatti: erradicó el humor; su participación incluyó una presentación de pruebas (fotos y video) ante la Justicia. No hay otros ejemplos locales de lo que se vio el miércoles: hasta aquí, la denuncia sexual de Punto/Doc (Ferriols con travestis) y el escrache de Telenoche Investiga (Padre Grassi y sus niños) se ejercían mediante la cámara oculta: la investigación en TV se hizo de forma clandestina, usó los métodos del espionaje, se asoció a tecnologías de lectura de labios, cámaras infiltradas, micrófonos ocultos y, muchas veces, fue debatida por su cuestionable legitimidad. CQC inaugura el escrache público, individual, con la violencia del careo en presencia del cuestionado, ahora que el moscardón parece mutar a vengador con nombre propio. Malnatti encara a Guerrieri, los productores traban el avance del remise; le meten la cámara adentro del auto; el movilero irrumpe en el viaje ilegítimo del represor, lo confronta con las muertes que ordenó. Guerrieri responde ridículamente: “Yo no soy yo”. Aquí todo se ejerce ante el represor; queda atrapado en una inmovilidad que lo devuelve al pasado: reclama “los documentos”, como en los lejanos ’70 al propio Malnatti. “Me está jodiendo la libertad de transitar/ si voy a jugar al tenis debo estar autorizado por alguien”, termina confesando, puesto contra las cuerdas por la insistencia desaforada de Malnatti, que sigue: “¡No lo dejen pasar!”, y lo acompaña hasta el Regimiento de Patricios, lugar al que el represor se presenta insólitamente.

El informe sobre Guerrieri convive con los contenidos de siempre: hubo chistes sobre Susana (apócrifamente censurados por La Gerencia); hubo rankings de impresentables repartidos en forma ecuánime entre los tres canales. CQC en su versión político-farandulesca sigue haciendo esfuerzos para correrse de La Institución televisiva, pero parece tan difícil. La presencia del moscardón convoca voluntariamente a la Oreiro a opinar, y hasta cede el propio Suar a las fauces del criticón; también se consigue la entrevista con el Presidente que no se les concede a otros movileros; acceden la farándula y la política (hasta la canciller paraguaya le da el piquito tras el vidrio al moscardón), conscientes de que la insolencia domada es un juego que conviene a todos. Así se suceden los informes: la demostración de que, en el banquete presidencial, se comió carne (pese al pedido público de no hacerlo), la infiltración en la conferencia de Tabaré Vázquez para reprocharle por las papeleras, el gaste moderado a Nicolás Repetto y a Sebastián Ortega.... Pergolini & Co. tuvieron, en el debut, un momento para ponerse serios, y muchos otros para hundirse en la llaga que más duele a la corrección política: caricaturizando a la mujer/boba que molesta en los mundiales, diseñando un equipo de los sueños de prostitutas célebres.

Si la previa incluía suspicacias sobre el ingreso a una pantalla popular, si se suponía un panorama lavado adecuado a la mudanza sin chistes sobre estrellas de Telefé, con menos alusión a la política (y se teorizó sobre la adaptación a un nuevo público), el debut viró al lugar menos pensado: Pergolini/De la Puente/ Di Natale tocaron tabúes (Susana/Marley/ Villarruel), y se lució una de esas intervenciones militantes que practicaba Moore frente a la corporación de turno. Aquí, ese demonio adquiere un consenso total, a 30 años del golpe: el terrorismo de Estado. Una visita al pasado trágico hizo aparecer –por primera vez– el discurso no desdoblado entre el continuado de comedia, el fin de la ironía por un rato. “Usted está acusado de 17 crímenes de lesa humanidad”, seguía repitiendo Malnatti, con la furia que hace tiempo no se le sentía al moscardón.

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De la Puente, Pergolini y Di Natale. Debut bien arriba.
 
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