Martes, 7 de agosto de 2012 | Hoy
CINE › EL FESTIVAL DE LOCARNO ES RECONOCIDO COMO EL LUGAR DE ENCUENTRO DE LAS NUEVAS TENDENCIAS
Pese a que este año llega a su edición 65ª, el festival suizo mantiene su espíritu joven, con veinte óperas primas entre los cuarenta estrenos mundiales que tiene programados. Este año hay poca presencia argentina: apenas se exhibirán cuatro cortos.
Por Luciano Monteagudo
Este año cumple 65, pero parece nacido ayer. Fundado en 1946, el Festival Internacional de Cine de Locarno (que comenzó el jueves pasado y se extiende hasta el domingo 14) es, después del de Venecia, el más antiguo del mundo, seguido muy de cerca por Cannes y un poco después por Berlín. Pero, a diferencia de sus compañeros sesentones, que con los años se volvieron no sólo inmensamente prestigiosos, sino también un poco pesados –en estructura, en burocracia, en cantidad de películas–, el festival suizo se ha mantenido increíblemente joven de espíritu y de público, al punto de que suele ser reconocido como el lugar de encuentro para las nuevas tendencias, los descubrimientos y las fulgurantes revelaciones. No por nada el influyente sitio IndieWire tituló uno de sus primeros despachos del festival con la siguiente pregunta, a todas luces retórica: “¿Es Locarno más importante que Cannes?”.
Ubicado al pie de los Alpes suizos y sobre las costas de lago Maggiore, en el cantón de Ticino, Locarno ha sido el festival que dio a conocer al mundo cineastas de la talla del iraní Abbas Kiarostami, el hongkonés Wong Kar Wai y el ruso Aleksandr Sokurov, por citar sólo tres de los realizadores que tuvieron su plataforma de lanzamiento aquí antes que en ningún otro lado. La reputación de Locarno como cazatalentos se remonta a sus comienzos, cuando en la inmediata posguerra aparecieron por el festival cineastas luego fundamentales para la historia del cine europeo como Roberto Rossellini e Ingmar Bergman. Pero fue sobre todo en la década del ’90, bajo la dirección del crítico Marco Müller (actualmente a cargo del nuevo Festival de Roma, después de haber pasado por la Mostra de Venecia), que Locarno ganó una notoriedad incuestionable, particularmente como pionero en la difusión de los nuevos cines orientales.
La década del 2000 no fue la mejor para el festival, que atravesó por sucesivos cambios de timón, pero con la llegada del francés Olivier Père a la dirección artística, tres años atrás, las expectativas puestas en Locarno volvieron a ser muchas. Y se vienen cumpliendo todas. Forjado como programador de la Quinzaine des Réalisateurs del Festival de Cannes, donde dio a conocer a algunos de los nombres que cambiaron el mapa del nuevo cine del mundo (el catalán Albert Serra, el portugués Miguel Gomes, el argentino Lisandro Alonso, entre otros), el salto de Père le devolvió a Locarno su eterna juventud, su tradición de vanguardia, valga la paradoja.
De hecho, de los cuarenta estrenos mundiales que tiene el festival en su grilla, al menos veinte son óperas primas, largometrajes de realizadores debutantes, por lo que hay que estar particularmente atento a las sorpresas, no sólo en la competencia internacional, sino también en la segunda competencia de Locarno, titulada “Cineastas del presente”, dedicada exclusivamente a primeras y segundas películas. “El cine actual está en movimiento perpetuo y hoy es más fascinante que nunca observarlo en sus mutaciones, en sus reivindicaciones y en sus desplazamientos, de la película analógica al digital, de la ficción al documental, de lo íntimo a lo colectivo, de lo poético a lo político”, señala Père. “La mayoría de las nuevas tendencias en el cine mundial convergen y se confrontan en Locarno”, asegura el semanario especializado Variety. Y la presencia de más de mil periodistas de todo el mundo y unos cuatro mil profesionales del cine (entre realizadores, productores y distribuidores) parece confirmar el nuevo interés que despierta Locarno en el panorama cada vez más competitivo de los festivales internacionales.
Como todo gran festival, Locarno tiene múltiples secciones, con la competencia oficial al frente de la muestra. Originalmente dedicado a primeros films, como una forma de impulsar el descubrimiento del cine del futuro, en 1996 el concurso se abrió también hacia aquellos realizadores que tenían más obra a sus espaldas, pero que aún no habían recibido un suficiente y palpable reconocimiento internacional. Este año, con un jurado presidido por el gran director tailandés Apichatpong Weerasethakul, diecinueve películas pelean por el Leopardo de Oro al mejor film. Entre ellas se encuentran A ultima vez que viu Macau, del portugués Joao Pedro Rodrigues, y Der Glanz des Tages (El brillo del día), de Tizza Covi and Rainer Frimmel, por citar dos nuevos títulos de cineastas muy reconocidos en Buenos Aires, el primero por Morir como un hombre (Premio Fipresci de la crítica argentina al mejor film extranjero estrenado en 2011) y los segundos por esa pequeña gran joya que es La pivellina.
El cine local está representado en el Concorso Internazionale por el género que mejor caracteriza a la producción suiza, el documental, con Image Problem, de Simon Baumann and Andreas Pfiffner, y The End of Time, del inclasificable Peter Mettler. Los indies norteamericanos, a su vez, juegan muy fuerte este año en Locarno, con seis títulos en competencia, nada menos, entre ellos Museum Hours, del neoyorquino Jem Cohen, como cabeza de fila de toda una generación de recién llegados. “Es intencional –enfatiza Olivier Père–. Desde hace un tiempo hemos estado siguiendo esta corriente y este año en Locarno estamos presentando una nueva ola de cineastas norteamericanos independientes.”
En la competencia oficial, el cine latinoamericano está representado por Polvo, la nueva película del guatemalteco Julio Hernández Cordón (Las marimbas del infierno), y por Los mejores temas, sexto largo del mexicano Nicolás Pereda, un realizador tan joven como prolífico (apenas llega a los 30 años), de quien en estos días se está llevando a cabo una retrospectiva integral de su obra en Buenos Aires, en la Sala Leopoldo Lugones. Se extraña, sin embargo, la presencia argentina en Locarno, especialmente porque el año pasado fue aquí muy fuerte: Abrir puertas y ventanas, ópera prima de Milagros Mumenthaler, se llevó el premio principal, el Pardo d’Oro, y El estudiante, de Santiago Mitre, ganó el Premio del Jurado en Cineastas del Presente. En esta edición, hay cuatro cortos: Feliz, de Achille Milone, compite en la sección Pardi di Domani, mientras que fuera de concurso se exhiben Insight, de Sebastián Díaz Morales, Enjoy Yourself, de Gastón Solnicki (el “trailer” que el director de Papirosen realizó para celebrar el 50 aniversario de la Viennale), y Menuet, de Mumenthaler, que forma parte de una serie dedicada a celebrar el 300 aniversario del natalicio de Jean-Jacques Rosseau.
Pasado, presente y futuro se funden en este festival quizá como en ningún otro, empezando por su célebre Piazza Grande. Es que otra de las particularidades de Locarno –quizá la más distintiva, por encima incluso de su programación– son sus espectaculares proyecciones nocturnas a cielo abierto, en la Piazza Grande, donde las películas se exhiben en una pantalla gigantesca, de 26 metros de largo por 14 de ancho, ante un público que supera las ocho mil personas. Rodeada por una arquitectura medieval, que le da no sólo su increíble ambiente, sino también su excelente acústica, la Piazza Grande está custodiada por el imponente macizo alpino hacia el norte y se recuesta hacia el sur sobre las playas del lago Maggiore.
En este contexto, parece difícil no disfrutar de un homenaje (a Alain Delon, por caso, que el viernes pasado se hizo acreedor al Leopardo de Oro a su carrera) o, mejor aún, de una buena película, sobre todo si se trata de Bonjour Tristesse (1958), la melancólica comedia protagonizada por Jean Seberg y dirigida por Otto Preminger, que forma parte de una retrospectiva integral dedicada al gran cineasta austrohúngaro. Las retrospectivas de Locarno tienen la justa fama de ser tanto o más completas y rigurosas que las de Berlín (lo que es decir mucho) y ésta dedicada al gran autor de Laura viene a ratificar la concepción de Olivier Père: “Locarno es el lugar donde se establece un diálogo entre la historia del cine y el cine de hoy y del mañana”.
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