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Miércoles, 28 de agosto de 2013

CINE › ENTREVISTA A JOAO SALAVIZA, JOVEN MARAVILLA DEL CINE DE SU PAíS

“No pensamos en el mercado”

Esa parece la receta no sólo para sus cortos, premiados en Cannes y Berlín, sino también para la filmografía portuguesa en su conjunto, que con una producción muy escasa y sin ayuda oficial conquista sin embargo los principales festivales del mundo.

 Por Ezequiel Boetti

Joao Salaviza tiene menos de 30 años y una carrera que muchos de sus colegas mayores envidiarían sin tapujos. Con apenas ocho cortos en su filmografía, ya luce en su CV una Palma de Oro en Cannes 2009 por Arena, un paso por Rotterdam 2011 con Cerro Negro y un Oso de Oro en la Berlinale 2012 por Rafa. Una mirada al conjunto muestra quizá no una marca autoral, pero sí un interés temático definido: un joven con prisión domiciliaria en su ópera prima, la historia de una pareja brasileña y su resquebrajamiento a raíz de un encarcelamiento en la segunda y la espera de un adolescente por la liberación de su madre en la última. “Los tres tienen una idea muy precisa de personajes que salen de su casa con un objetivo muy sencillo y al final se pierden. Hay un deseo en mí de mostrar el conflicto surgido de la relación entre los personajes y la institución representante del Estado”, reflexiona el cineasta en un español casi perfecto aprendido durante un intercambio en la Argentina en 2006.

Ese trío, junto al corto documental Strokkur, integrarán la retrospectiva que la primera edición de la Semana del Cine Portugués le dedicará al niño pródigo del oeste de la península. Península que, ya se sabe, está sumergida en una crisis económica galopante, con brutales recortes a todas las erogaciones estatales, entre ellas las destinadas al área de cultura. “En 2012, cuando paradójicamante muchos directores importantes tenían a sus últimas películas circulando por los festivales más importantes del mundo, como por ejemplo Miguel Gomes con Tabú, nuestro Instituto de Cine dejó de apoyar la producción”, afirma el cineasta. La necesidad monetaria de la industria motivó la sanción de una nueva ley que obliga a los privados, como por ejemplo los canales de TV u operadoras de cable, a destinar un porcentaje de su lucro al fomento audiovisual. “El tema es que estas empresas se rehúsan a pagar”, alerta. Frente a eso, las consecuencias son indisimulables. Según consignó el portal Cineuropa, la semana pasada se anunció que corre peligro la continuidad de la Cinemateca portuguesa, ya que según la nueva normativa debería financiarse no con fondos del Estado sino con un dinero aún ausente proveniente de la publicidad en los canales de televisión.

–En este contexto, ¿por dónde pasa la financiación de la industria audiovisual?

–El Estado sigue teniendo un poco de plata, pero no es suficiente para todos. En estos meses voy a filmar mi primer largo y quizás sea el único que se haga en mi país en 2013. Próximamente serán dos o tres más, porque el Instituto tiene tres años de subvenciones atrasadas. A mi película, por ejemplo, se lo otorgaron en 2010 y es un monto muy bajo, con lo que mi país termina siendo productor minoritario. Por fuera de ese sistema es todo mucho más complicado. La única solución es filmar cortos con prácticamente nada y entre amigos, o salir a buscar dinero al exterior, sobre todo a Francia o Alemania.

–Podría pensarse que el asunto es todavía peor para aquellos directores jóvenes o debutantes. ¿Qué ocurre con ellos?

–Yo creo que tuve mucha suerte porque desde que logré la subvención tuve tres años para armar la ingeniería financiera con productores de otros países. El problema es que el monto de dinero en términos brutos que otorga el Instituto es el mismo desde hace quince años, por lo que con la inflación es más o menos la mitad. Ese es otro factor para que en el último tiempo se hicieran alrededor de ocho largos por año, que es nada.

–Entonces la relación entre cantidad y calidad o prestigio es muy alta, ya que casi todos esos films tienen un recorrido internacional reconocido por festivales internacionales. ¿Cómo lo explica?

–El porcentaje es increíble. Hay muy poca gente filmando y todos los años están saliendo tres, cuatro o cinco largos muy interesantes. Creo que una de las razones es que no hay presión del mercado y uno puede hacer lo que quiera. Aquí no se está en la búsqueda de un éxito de un millón de espectadores. Además, las películas aquí cuestan muy poco en comparación con Italia, España o Francia. La otra explicación es que acá no se puede ganar dinero con el cine, a lo sumo existirán dos o tres directores que pagan las cuentas con sus películas y el resto lo filma porque quiere o necesita expresarse.

–Usted habla de una “ausencia de presión del mercado”, pero para el financiamiento estatal de una cinematografía es fundamental que se estrenen películas que recuperen la inversión. ¿No cree que eso podría ir en contra de la idea de una industria?

–Sí, pero el tema es que aquellos que tuvieron la pretensión de hacer un cine popular y de calidad nunca lo lograron. Hace más o menos cincuenta años que se habla de la idea de construir una industria lucrativa, pero las cuentas muestran que es imposible. Para que una película nacional sea redituable debería llevar un millón de espectadores, una cifra inalcanzable.

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“Muestro el conflicto entre los personajes y las instituciones del Estado”, dice Salaviza de su obra.
 
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