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Jueves, 1 de septiembre de 2005

CINE › EL FESTIVAL DE VENECIA

Siete espadas para abrir la ceremonia

En la apertura, el hongkonés Tsui Hark presentó una superproducción impactante.

 Por Luciano Monteagudo
Desde Venecia

“Alguna vez escribí en un prólogo Venecia de cristal y crepúsculo. Crepúsculo y Venecia para mí son dos palabras casi sinónimas, pero nuestro crepúsculo ha perdido la luz y teme la noche y el de Venecia es un crepúsculo delicado y eterno, sin antes ni después.” Este mismo melancólico crepúsculo que describió alguna vez Jorge Luis Borges fue la cúpula bajo la cual se abrió anoche una nueva edición de la Mostra de Venecia, la anciana dama de los festivales de cine, que cumple 62 lozanos años, apenas unos pocos más que Cannes y Berlín, las otras dos citas fundamentales del calendario cinematográfico internacional.
Como corresponde a una ciudad que desde su origen ha sido un punto de encuentro entre Oriente y Occidente, Venecia abrió sus puertas con una imponente gala asiática: Siete espadas, una espectacular superproducción dirigida por Tsui Hark, quizás el último artesano que le queda al cine de Hong Kong de artes marciales, fue la película de apertura, en la Sala Grande, que como la proa de un anacrónico transatlántico mira a las aguas del Adriático. A su espalda, del otro lado de la isla del Lido, la laguna estuvo blindata, como describen los titulares de toda la prensa italiana al impresionante operativo cerrojo que ha convertido a la seguridad en la estrella más visible del festival, al menos hasta ahora, cuando brillan más los carabinieri que las caras famosas.
El jurado de la competencia oficial estuvo en pleno en la apertura, presidido por el legendario escenógrafo italiano Dante Ferreti –colaborador esencial de Pier Paolo Pasolini, a quien el festival le rendirá un homenaje, a 30 años de su asesinato– e integrado, entre otros, por la productora estadounidense Christine Vachon (fuerza motriz detrás de los films de Todd Haynes) y por tres directores de primera línea: la francesa Claire Denis, el israelí Amos Gitai y el alemán Edgar Reitz, que viene de concluir la tercera parte de su monumental saga Heimat, cuyos dos primeros capítulos se conocieron en Buenos Aires gracias el Goethe Institut.
En el jurado de la sección “Orizzonti”, donde participa La dignidad de los nadies, de Fernando “Pino” Solanas, militan el crítico francés Jean-Michel Frodon, director de los Cahiers du Cinéma, y el realizador japonés Shinya Tsukamoto, entre otros, que deberán discernir dos premios para los films de esta sección: uno al mejor título de ficción y otro al mejor documental, un galardón que la producción de Solanas deberá pelear con The Wild Blue Yonder, el nuevo film de Werner Herzog, y Pervye na lune (El primero en la luna), del ruso Aleksei Fedortchenko, una experiencia en los límites de la ficción, muy elogiada en la primera función de prensa, por citar los que quizá sean su contrincantes más duros.
Mientras tanto, un fuerte rumor ha comenzado a circular en los pasillos del Casino del Lido, donde funciona el centro de prensa, y tiene que ver con la película sorpresa que anuncia el director de la Mostra, Marco Müller, y que se sumaría a las 19 que ya están anotadas en la competencia, según el catálogo oficial. Sería nada menos que Takeshi’s, la flamante realización de Takeshi Kitano, todo un favorito de Venecia. Aquí fue, en 1997, donde ganó el León de Oro por Flores de fuego y donde luego eligió presentar Dolls (2002) y Zatoichi (2003), que le valió el premio al mejor director. Por ahora, es verdad, son sólo rumores, pero la brisa que este año llega tan intensamente de Oriente y baña las playas del Lido parece murmurar su nombre.

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Flanqueado por el equipo de Siete espadas, el director Tsui Hark saluda en el Lido.
 
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