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Viernes, 23 de mayo de 2014

CINE › JOSE CELESTINO CAMPUSANO Y EL MODO EN QUE PLASMO FANGO, SU NUEVA PELICULA

“Creo mucho en el trabajo conjunto”

Su hiperactividad lo lleva a tener ya terminado un nuevo film, El Perro Molina, y a involucrarse en un foro de coproducción del MicSur y el festival Cine Con Riesgo. Aquí el director detalla cómo su film se fue conformando “de un modo asambleario”.

 Por Horacio Bernades

Un metro noventa de estatura, cabello renegrido, enrulado y largo hasta más allá de los hombros, gesto ceñudo, voz gruesa, campera de cuero negro: José Celestino Campusano parece salido de una de sus películas. Lo cual no tiene nada de raro, ya que el realizador de Vil romance, Vikingo y ahora Fango, retratista cinematográfico por excelencia del segundo cordón del conurbano, asegura filmar aquello que conoce, con gente a la que sabe frecuentar, en las calles donde vive. Colectora de Ruta 2 Nº 11495, B1893 El Pato, Argentina, es la dirección de su productora, tal como consta en el catálogo del último Festival de Mar del Plata. Extremo sur, pasando Quilmes y llegados a Berazategui: allí vive Campusano y allí transcurren sus películas. Cinebruto es el nombre de la productora, como para que quede claro con qué estado de la materia elige trabajar este cineasta hijo y hermano de boxeadores, que antes de dedicarse al cine trabajó en la fábrica de cerramientos de la familia.

En verdad, Fango no es la última película de Campusano: en noviembre pasado el cineasta de Berazategui presentó, en el Festival de Mar del Plata, Fantasmas de la ruta, con la que ganó tres premios. Del mismo festival Fango se había llevado, un año antes, el premio al Mejor Director de la Competencia Argentina, mientras que en el prestigioso Festival de Valdivia recibió, meses más tarde, el premio a la Innovación y Riesgo Narrativo. En el momento de comunicarse vía Skype con Página/12, Campusano acaba de terminar otra película, El Perro Molina, que espera estrenar para fin de año. No es fácil concertar la entrevista, ya que el cineasta, recién llegado de Mar del Plata, parte en días más a Perú, donde Fantasmas de la ruta se presentará en el Festival de Lima.

En Mar del Plata, el realizador, de 50 años recién cumplidos, participó del Mercado de Industrias Culturales del Sur, donde quedó constituido el Foro Latinoamericano para la Coproducción Audiovisual, del que forma parte y que cuenta con apoyo del Incaa. A su vez, el cineasta se halla abocado a la organización de Cine Con Riesgo, un festival que apunta a tener una sede por provincia, con la intención de promover la producción federal. Se hace necesario interrumpir el entusiasmo que estas iniciativas le despiertan a Campusano para focalizar en Fango, que acaba de estrenarse en los cines Gaumont, BAMA y Artecinema.

–Los planos iniciales de Fango muestran un territorio en el que lo urbano coexiste con lo rural: se ven carros, caballos, campo. ¿Lo hace con la intención de señalar que la historia que va a contar transcurre en una zona fronteriza?

–Es que es así en realidad. Berazategui es una zona donde lo urbano limita con lo rural, y ambos espacios tienden a mezclarse.

–¿Hay un intento de señalar una oposición entre civilización y barbarie en esa delimitación de territorios?

–Civilización y barbarie son términos que se prestan a confusiones. Para la gente de la zona el delito no es un valor en sí mismo, así como tampoco lo es para los motoqueros. No son bárbaros. Por otra parte, los más “civilizados”, que son el matrimonio que empieza el quilombo, son los más hijos de puta.

–Sin embargo, Nadia, la chica a la que su prima le encarga un “apriete”, estuvo un tiempo en la cárcel, está familiarizada con el uso de la violencia. Para no hablar de la bandita que cobra peaje a los que pasan por la calle, que funcionan como “porongas” de la zona.

–Pero en términos delictivos son gente de muy poca monta. Le sacan diez pesos a uno que pasa y, a la hora de pelear, pelean a cuchillo. Comparando con el armamento del que disponen bandas realmente poderosas, esta gente está a años luz.

–Esas peleas a cuchillo parecen de otra época. De indios del siglo XIX o compadritos de hace un siglo. ¿Hay una referencia deliberada a eso?

–Yo no trabajo con referencias cinematográficas o culturales. Trato de reflejar las cosas tal como son, y le puedo asegurar que en algunos lugares muchas peleas se siguen resolviendo a cuchillo.

–En todas sus películas aparece el tema de la violencia. ¿Qué posición tiene con respecto al tema?

–En lo personal opino que es algo nefasto, no glorifico la violencia en absoluto. En mis películas la violencia trae dolor, derrota, muerte, destrucción. Lo que pasa es que es algo que ocurre: si yo quiero ser fiel a mi entorno no puedo dejar de mostrarlo. Igual le aclaro que, si usted se fija, va a ver que ninguno de los personajes de Fango quiere la violencia. No la buscan.

–Sin embargo, la bandita de Pablo vive del apriete patoteril, no hacen otra cosa.

–Sí, pero cuando Pablo mata a alguien a quien conoce se lamenta, está claro que no quiso hacerlo.

–¿Por qué lo hace, entonces?

–Porque en esa instancia ya no había vuelta atrás. Aparte, la muerte se produce por un accidente, una torpeza de un tercero. Pablo no tenía intención de matar.

–¿Entonces está todo bien con Pablo y sus secuaces?

–No, no está todo bien, porque es gente que elige la agresión antes que el diálogo.

–¿Esa sería la alternativa a la violencia, el diálogo?

–Desde ya.

–Pero el tipo al que matan venía a dialogar.

–Pero se niega a hacerlo. Además, para solucionar los problemas, los que tienen que dialogar son los jefes, no los subordinados. En este caso, Nadia tendría que haber ido a dialogar con Pablo. Pero no se anima, y manda a un tercero. Ese es su error. Ese, y la falta de autocrítica. Ni Pablo ni ella tienen autocrítica: cometen un error y no lo enmiendan, siguen en la misma.

–¿Quiénes tienen autocrítica en la película?

–Paola, que es la ex novia de Nadia y que se da cuenta de que el secuestro que cometieron va para mal, que hay que volver atrás, y el Brujo, que vive autocriticándose las macanas que hizo en su vida.

–Lo del diálogo entre los líderes parece como cuando en los westerns el jefe blanco se sienta a dialogar con el jefe indio. Acá hay, además, un personaje al que le dicen El Indio, está el tema de la frontera, hay caballos y tiros como en los westerns. ¿La pensó de esa manera?

–Para nada. Aborrezco los westerns, porque hacen un culto de la violencia y yo apunto justamente a lo contrario: a mostrar la destrucción que trae aparejada la violencia. Lo que pasa es que el cine de Hollywood impuso en el mundo entero la cultura de los Estados Unidos, las imágenes que le son propias, y entonces nosotros vemos el mundo a través de los ojos de ellos. Usted habla del diálogo entre el jefe blanco y el jefe indio, pero esa clase de diálogos entre líderes ocurre en todas partes. Me imagino que los serbios y los bosnios en algún momento se habrán sentado a dialogar, y lo mismo habrá ocurrido en Ruanda, entre hutus y tutsis. Si no ocurrió, es lo que debería haber ocurrido. No es algo propio del western, sino de cualquier grupo enfrentado a otro.

–¿Las situaciones y personajes que muestra en sus películas surgen de su propia experiencia?

–De la mía y la de otros. Yo creo mucho en el trabajo conjunto. Fango se filmó sin guión, se iba armando durante el rodaje. Y yo no la armaba solo, sino con los actores y la gente del equipo. Las decisiones se tomaban de modo asambleario. De hecho, yo tenía pensado otro final, y tuve que cambiarlo porque la mayoría quería otra cosa.

–¿Su final era más trágico?

–Digamos que sí. Terminaba con la muerte de un personaje que se había hecho muy querido para todos los que trabajamos en la película. La gente no quería que ese personaje muriera.

–Usted muestra un grupo de chicas muy pesadas. ¿Está basado en algo real?

–Sí, yo conocí un grupo de chicas así. No convenía meterse con ellas, sabían hacerse respetar.

–¿Funcionaba como grupo de autodefensa femenino, defendían a chicas en problemas?

–Creo que no de forma consciente, que un día se hayan dicho “Nosotras de ahora en más vamos a defender a las mujeres abusadas”. Pero lo hacían, tanto entre ellas como cuando alguna chica que no era del grupo, pero sí de la zona, era abusada o maltratada. Todo el tiempo están ocurriendo abusos, el más fuerte siempre se abusa del más débil.

–Los personajes de Fango se manejan todo el tiempo sobre la base de códigos, como si necesitaran establecer un orden al que atenerse.

–Sin embargo, son los códigos los que conducen a la violencia. Es por aferrarse a los códigos que se llega a callejones sin salida, donde no queda otra posibilidad que eliminar al que está enfrente.

–¿Por qué eligió para hacer de Pablo a un actor que tiene el rostro restaurado, de manera muy impresionante?

–Porque necesitaba justamente eso: que fuera alguien que en cuanto se lo ve cause una impresión fuerte. El actor tiene el rostro así porque de chico se le tiró encima un ovejero alemán y le arrancó parte de la cara. Tuvieron que restaurársela toda.

–¿Cree que sus películas muestran una realidad que el cine argentino no suele mostrar?

–No quiero jactarme de nada, pero creo que es así. Me parece que gran parte del cine argentino es un cine de clase media, que sale poco fuera de su propia realidad, su propia burbuja. Yo muestro lo que tengo alrededor, y lo que tengo alrededor es lo que se ve en Fango, Vil romance o Vikingo.

–Se le suelen reprochar desbalances actorales, diálogos que suenan “recitados”.

–Sin embargo, en Fango no se escribió ni un solo diálogo. Los actores hablan tal como lo hacen en la vida real. Igual reconozco que tal vez haya que mejorar en ese aspecto, y por eso en la película nueva, El Perro Molina, trabajamos con un coach de actores.

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Campusano parte en días más a Perú, donde su película Fantasmas de la ruta se presentará en el Festival de Lima.
Imagen: Rafael Yohai
 
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