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Viernes, 23 de mayo de 2014

CINE › HISTORIA DEL MIEDO, ESCRITA Y DIRIGIDA POR EL ARGENTINO BENJAMIN NAISHTAT

El inquietante contraste de dos mundos

La opulencia de los barrios cerrados y la precariedad del paisaje que a veces los rodea son uno de los disparadores del film, que evita lugares comunes pero pierde algo de naturalidad.

 Por Ezequiel Boetti

El sonido del motor de un helicóptero monopoliza la atención de los tímpanos del espectador mientras una cámara sobrevuela una geografía constituida por una concatenación de riqueza y pobreza. O, mejor dicho, de sus símbolos: a un barrio privado, compuesto por esas callecitas prolijamente desprolijas y casonas con piletas, le continúa un asentamiento precario, pleno de caminos de tierra y chapones operando como techos. De pronto, una voz desde un altoparlante irrumpe la monotonía auditiva reclamando, con ínfulas imperativas devenidas en hilarantes, el fin de la ocupación. Historia del miedo plantea, desde su escena inicial, la búsqueda de un carácter inquietante, perturbador, por momentos distópico y decididamente elusivo, evadiendo explicaciones tanto acerca de las causas del emisor del mensaje y las acciones previas del receptor como del contexto en que se producen. Pero con el correr de los minutos, justo después de que un chico trate a su padre de “pajero”; otro hombre, a la postre el jardinero del country, presencie una particular escena policial en un local de comidas rápidas y que la alarma de una de las casas suene sin razón aparente, se verá que no todo es lo que parece, y que las inventivas formales y técnicas son condiciones necesarias, pero no suficientes para constituir una gran película.

Estrenada en la Selección Oficial de la última Berlinale y vista aquí en la Competencia Argentina del Bafici, el film está construido como un encadenamiento de secuencias aparentemente inconexas que sin embargo terminarán englobándose más temprano que tarde. Así, a las coordenadas iniciales le seguirá una breve descripción de la rutina zonal en la que se verá que el jardinero (Jonathan Da Rosa, uno de los bailarines de Los posibles, el film de Santiago Mitre y Juan Onofri Barbato) es hijo de una empleada doméstica y que su habitual laconismo es parte de una personalidad implosiva, cultivada tanto por contexto como por su representación mediática. Allí está la televisión, siempre lista para filtrar la violencia urbana a través de su óptica tremendista.

Las cosas tampoco andan mejor en el barrio cerrado, donde los mismos que en su momento eligieron parapetarse en la falsa ilusión de la seguridad entre rejas hoy temen ante la certeza de un entorno supuestamente hostil. Lo supuesto proviene de la firme decisión de Naishtat de mantener a ese “otro” en un perturbador fuera de campo, convirtiéndolo en una entidad nunca manifiesta, casi fantasmal. Tanto que quizá ni siquiera exista. En ese sentido, si hay una nómina de temas que atraviesan a Historia del miedo esos van desde el temor por lo desconocido hasta su equiparación con lo maligno. No por nada John Carpenter es uno de los referentes citados por el operaprimista.

Pero llegando a la media hora, la decodificación simbólica mostrará el sentido detrás de la forma, haciendo que lo evocativo devenga en unívoco. Es cierto que el film nunca se transforma en una de esas muestras de cine social latinoamericano pintoresquista tan en boga en los festivales europeos, aun cuando elige situarse en el conurbano bonaerense, pero la acumulación de sinsabores grupales (allí está la larga secuencia del asado) e individuales, el empuje constante de todos y cada uno de los personajes hacia situaciones emocionalmente límites y la creación de un mundo imposibilitado de ofrecer un atisbo de esperanza, son variables dispuestas por Naishtat para vehicular la validación de una hipótesis antes que elementos naturalmente amalgamados al relato. En ese sentido, da la sensación de que todo el dispositivo (incluidos los actores, que más allá de excelencia parecen ser portadores de mensajes antes que criaturas autónomas) es consecuencia de la necesidad de mostrar las rispideces socioculturales, desplazando por momentos la necesidad de contar aquello propuesto desde su título a un segundo plano.

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La película se vio en la selección oficial de la Berlinale.
 
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