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Miércoles, 13 de agosto de 2014

CINE › MONUMENTAL RETROSPECTIVA TITANUS EN EL FESTIVAL DE LOCARNO

Un pilar fundacional del cine italiano

El legendario sello peninsular contribuyó con films de todo tipo, desde las comedias populares de Dino Risi hasta el cine más sofisticado de Luchino Visconti, a construir el imaginario estético y social sobre el que se desarrolló todo un país durante el siglo XX.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Locarno

Más allá de su perfil de festival de avanzada, orientado hacia un cine de búsqueda y riesgo, uno de los puntos altos de Locarno siempre han sido las retrospectivas, exhaustivas y rigurosas, que le dan a la muestra su carácter eminentemente cinéfilo. En los últimos años, grandes directores del período clásico –Ernst Lubitsch, Otto Preminger, George Cukor– tuvieron aquí, a orillas del Lago Maggiore, en el cantón suizo del Ticino, sus revisiones completas, que incluían aun aquellos títulos que se creían inhallables o perdidos. Este año, sin embargo, el productor es la estrella. O, más bien, una compañía productora: la Titanus, el sello italiano que ya lleva más de un siglo de vida y que no sólo ha sido un pilar fundacional del cine peninsular sino también, podría arriesgarse, del imaginario estético y social sobre el cual se ha desarrollado todo un país durante el siglo XX.

De las divas italianas del período mudo hasta Giuseppe Tornatore, pasando por Dino Risi y Michelangelo Antonioni, Luigi Zampa y Luchino Visconti, Dario Argento y Federico Fellini, la Titanus –una empresa de estructura feudal, dominada por varias generaciones de la familia Lombardo– ha hecho de todo: melodramas y cine de autor, comedias populares y films sofisticados, musicales, gialli y péplums. Siempre protegidos por el potente escudo que –como el león de la Metro– ha sido su marca de fábrica, todo un firmamento de estrellas ha pasado por la compañía: Sofia Loren y Marcello Mastroianni, Gina Lollobrigida y Alberto Sordi, Totò y Silvana Mangano, Terence Hill y Rita Pavone, por nombrar apenas un puñado de nombres capaces de dar cuenta del generoso arco iris, de todos los matices y colores, que ha formado parte de la scuderia Titanus. Y más de medio centenar de títulos de la empresa intentan representar ese enorme acervo, en todas sus dimensiones.

En la retro Titanus hay films bien conocidos, pero que por supuesto no podrían estar ausentes, como El cuentero (1955), de Fellini; Las amigas (1955), de Antonioni; Pan, amor y fantasía (1953), de Luigi Comencini, con Vittorio De Sica y la Lollobrigida, por no citar Dos mujeres (La ciociara, 1960), de De Sica, con la Loren en su apogeo. Pero la gracia está quizás en aquellos títulos más oscuros o difíciles de ver fuera del marco de una retrospectiva como ésta. Es el caso, por ejemplo, de Cronaca nera (1947), dirigida por un tal Giorgio Bianchi, una muy lograda imitación del cine de gangsters de la Warner Bros., pero rodada en parte en exteriores de Roma, en pleno período del neorrealismo, e imbuida de un inocultable color local. Como corresponde al modelo, aquí también hay un bandito (Walter Chiari, un poco a la manera de James Cagney) que ante la súbita llamada del amor siente la necesidad de retirarse y redimirse, pero a quien no le puede esperar sino un destino trágico. Y hay algo argentino y hasta gardeliano incluso en la pensión en la que se aloja (donde no falta la arquetípica mamma) y en la nobleza de los compinches que lo rodean, que serán ladrones, pero no por eso dejan de tener un férreo código de amistad.

Si de curiosidades se trata, hay una muy particular: Siamo donne (1953), un film en episodios, donde cuatro de las más grandes estrellas femeninas del momento (Alida Valli, Ingrid Bergman, Isa Miranda y Anna Magnani, nada menos) simulan desnudar sus verdaderos sentimientos como mujeres, más allá de su condición de divas. Se trata de un experimento de lo que por entonces se conocía como “neorrealismo zavattiniano” (por el guionista que fue también el principal pregonero de aquel movimiento cinematográfico), llevado a cabo también por grandes directores de la época. Obviamente, la Bergman está en manos de su marido de entonces, Roberto Rossellini, que retrata a la bellísima y dramática protagonista de Viaggio in Italia en un bizarro sketch cómico, corriendo siempre detrás de un pollo que le destroza los rosales de su jardín.

El episodio de Luchino Visconti también tiene una vis cómica y zoológica: la Magnani cuenta una anécdota, presumiblemente cierta, pero interpretada con el histrionismo que la caracterizaba: el incidente que tuvo con un taxista que le quiso cobrar extra por llevar a su perrito faldero, lo que terminó convulsionando a media policía de Roma. Los dedicados a Isa Miranda y Alida Valli, dirigidos respectivamente por Luigi Zampa y el desconocido Gianni Franciolini, son sin embargo los mejores, imbuidos de una rara melancolía, que en el caso del episodio de la Valli se anima incluso a rozar el melodrama.

Pero si se habla de melodramas, ninguno como los que dirigía Ra-ffaello Mattarazzo, todo un especialista en el género, como lo prueba el delirante L’angelo bianco (1955), que en una de sus muchas aristas anticipa –un poco como nuestro Más allá del olvido, de Hugo del Carril, también del mismo año– el tema central de Vértigo (1958), el superclásico de Alfred Hitchcock. En El ángel blanco también hay un hombre obsesionado con la extraordinaria semejanza que una mujer de vida rumbosa tiene con el gran amor de su vida, al que ha perdido, en este caso no en brazos de la muerte sino de la religión: se ha convertido en una monja de clausura.

Film hecho de infinitos ecos y fantasmas (de hecho, es la continuación de un melodrama anterior de Mattarazzo, con los mismos personajes y actores: I figli di nessuno, de 1951, con Amedeo Nazzari e Yvonne Sanson), L’angelo bianco concentra en poco más de una hora y media de duración todo tipo de tópicos y estéticas: niños huérfanos, hijos muertos, deseos reprimidos y consumados, culpas y pecados... Y hasta un increíble final con una boda redentora, con cura, coros y cirios, pero en una cárcel, en la que la novia da el sí poco antes de expirar, mientras unas reclusas raptan al bebé que ese matrimonio viene a legitimar para usarlo como salvoconducto y huir de la prisión.

Más allá de estas rarezas, la retrospectiva Titanus encontró su punto más alto con la proyección al aire libre, en la Piazza Grande, de El Gatopardo (1963), obra maestra absoluta de Luchino Visconti, en su versión completa y restaurada en digital 4K por la Cineteca di Bologna y la World Cinema Foundation que preside Martin Scorsese. Es increíble comprobar cómo en este medio siglo que ha pasado, desde que obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes, la versión de Visconti de la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa no ha perdido nada de su dimensión política ni de su belleza formal.

Protagonizada por Burt Lancaster (en el que probablemente sea su capolavoro) como el Príncipe di Salina, un señor feudal siciliano hacia 1860, cuando se produce la revolución popular garibaldina, la enorme película de Visconti sigue siendo un análisis tan lúcido como impiadoso de la manera en que la aristocracia terrateniente permitió el ascenso al poder de las emergentes clases medias para asegurarse sus privilegios. “Algo tiene que cambiar para que nada cambie”, reflexiona el feroz Salina, una frase que, primero a través de la novela de Lampedusa y luego en el film de Visconti, acuñó para siempre el término “gatopardismo”. La boda de su noble sobrino Tancredi (Alain Delon) con la plebeya Angelica (Claudia Cardinale en su plenitud) será la maquiavélica consumación de esta estrategia política. “Somos un pueblo hecho de compromisos”, susurra Salina en uno de los grandes momentos íntimos, confesionales, de una película épica y política como ya nadie hace ni podría hacer, que fue posible gracias al talento de Visconti, pero también al tesón del padrone de la Titanus, “l’ultimo gattopardo”, que llegó a poner en riesgo la salud económica de la empresa familiar con tal de concretar el que sigue siendo el capolavoro de la compañía.

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Alain Delon y Claudia Cardinale en El Gatopardo, de Luchino Visconti, cumbre de la Titanus.
 
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