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Jueves, 11 de diciembre de 2014

CINE › HASTA QUE LA MUERTE LOS JUNTO, CON JASON BATEMAN Y TINA FEY

Otra vez sopa: más teatro filmado

 Por Ezequiel Boetti

Una troupe de hijos, todos interpretados por actores de primera línea, atraviesa las realidades más disímiles cuando la sorpresiva muerte del padre fuerza el regreso temporario a la casa natal, dando pie a una comedia dramática cuyo arco narrativo va desde el pase de facturas, la salida a la luz de las diferencias interpersonales y la irresolución crónica de los vínculos familiares hasta un desenlace esperanzador atravesado por la certeza de las segundas oportunidades. La definición bien podría caberle a Agosto, pero pertenece a Hasta que la muerte los juntó. Son, al fin y al cabo, dos películas cortadas con la misma tijera. Tal como ocurría con la adaptación de la reconocida obra de Tracy Letts –que aquí fue dirigida por Claudio Tolcachir, con Norma Aleandro y Mercedes Morán en los personajes centrales–, el film del irregular Shawn Levy (Una noche en el museo, Gigantes de acero) es una muestra de convencionalismos encadenados uno tras otro, en este caso sin el condimento del humor negro ni la más mínima preocupación por la sensación de lo ya visto, generada por la presentación de un plato mil veces servido. Y es, también, una película apegada a un guión de hierro, apenas sostenida por el plantel actoral. Teatro filmado, que le dicen.

Una familia muy normal.

Escrita por Jonathan Tropper y basada en su libro homónimo, Hasta que la muerte los juntó comienza con el fallecimiento del patriarca del clan Altman –¿homenaje a ese icono de las historias corales modernas que es el director de Ciudad de ángeles?–, hecho que obliga a la reunión de la madre (Jane Fonda, en plan locuacidad insoportable digna de los roles crepusculares de Diane Keaton) y sus cuatro hijos. La situación de los vástagos no es para alegrarse demasiado: Phillip (Adam Driver, de Girls) es un vividor sin vocación definida; Paul (Corey Stoll, el Peter Russo de House of Cards) está tan preocupado por la continuidad del negocio paterno como por el tratamiento de fertilidad de su mujer; Wendy (Tina Fey) vive con las secuelas de un amor truncado; y Judd (Jason Bateman) tiene demasiado fresca la cornada de su mujer con su jefe.

“Es difícil ver gente de tu pasado cuando tu presente es un auténtico cataclismo”, dirá este último después de encontrarse con Penny (la australiana Rose Byrne), la chica local que nunca emigró y que, al igual que el personaje de Vera Farmiga en la reciente El juez, encarna la existencia sin sobresaltos que Judd hubiera tenido de quedarse en el pueblo. Pero el film jamás aborda esa potencialidad, sino que prefiere limitarse a la inofensiva esgrima dialéctica y en el somero retrato de los conflictos de cada uno de los protagonistas. Protagonistas para los que la despreocupación es representada por ese sobrino pequeño que se pasea inocente con su flamante pelela. La caca, entonces, como metáfora de la felicidad. Y de la película misma.

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