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Miércoles, 16 de diciembre de 2015

CINE › ALVARO BRECHNER DIRIGIó MR. KAPLAN, QUE SE ESTRENARá MAñANA EN LA ARGENTINA

Un Quijote en malla y gorrito Piluso

El segundo opus de ficción del cineasta narra cómo un inmigrante polaco de 75 años, que llegó a Uruguay huyendo del Holocausto, intenta trascender lo que él cree que es su medianía persiguiendo a un jerarca nazi que estaría viviendo en las playas de ese país.

 Por Ezequiel Boetti

Alvaro Brechner tiene mujer, hijo, libros y DVD en Madrid, donde vive desde hace años, pero reconoce que nunca terminó de abandonar su Uruguay natal. “Soy bicontinental”, se define. El árbol genealógico muestra que quizá no sea el primero de la familia en sentirse así: su abuelo emigró de Polonia a comienzos del siglo XX para recalar en la Argentina primero y del otro lado del Río de la Plata después, convirtiéndose así en uno de esos hombres que no son de aquí ni de allá. “Llevaba un tiempo trabajando con una serie de anécdotas sobre él. Hace unos años me invitaron al Festival de Varsovia, pude ir al pueblo donde nació, y cuando volví sentí que quería hacer un ‘homenaje’ a esa gente que dejó todo para lanzarse a una aventura épica que hoy sería inconcebible. Mientras investigaba y recopilaba datos, una amiga me habló de una novela del colombiano Marco Schwartz, El salmo de Kaplan, y ahí terminó de formarse la idea”, recuerda el realizador vía Skype ante Página/12. Esa combinación entre genes e inspiración dio como resultado el film Mr. Kaplan, que después de un exitoso recorrido internacional llegará este jueves a la cartelera comercial.

Nominado a Mejor Película Iberoamericana en los Goya españoles y seleccionado por la Academia uruguaya para representar al país en la categoría de Mejor Película de habla no inglesa en los Oscar del año pasado, el segundo largo de ficción de Brechner después de Mal día para pescar –visto aquí en el Festival de Mar del Plata 2010– presenta a Jacobo Kaplan (el chileno Héctor Noguera) en plena crisis existencial: tiene 75 años, llegó al paisito huyendo del Holocausto y desde entonces no ha hecho nada con su vida. O, al menos, eso siente. La vía para trascender lo que él cree que es su medianía llega después de ver un informe televisivo según el cual un jerarca nazi estaría viviendo cómodamente en las playas locales. ¿Qué mejor forma de resarcirse con los suyos que ir tras las huellas de uno de los máximos responsables del padecimiento de su comunidad? Secundado por Contreras (Néstor Guzzini, el DT con barbita candado de El 5 de Talleres), Kaplan se calzará la malla y el gorro piluso para iniciar su quijotada costera. Sobre la influencia del personaje emblemático de Cervantes, la importancia del acervo familiar en el proceso creativo y cómo coquetear con el patetismo sin caer en él habla Brechner a continuación.

–¿Qué le interesaba de esos inmigrantes?

–En mi familia nos reímos mucho cuando recordamos historias de mi abuelo. El y todos los inmigrantes cargaron con lo trágico de la debacle del mundo que conocían, pero mantuvieron un espíritu vital maravilloso. Una de las anécdotas que más recordamos es la de él, que era polaco y no había visto el mar antes de llegar a Sudamérica, tirándose a una pileta sin saber nadar. Fue en un casamiento después de discutir con un amigo sobre si el instinto de supervivencia permitiría salir a flote. No le fue muy bien y tuvo que rescatarlo mi abuela después de estar un minuto tragando agua.

–¿Entonces Jacobo Kaplan es un alter ego de su abuelo?

–Diría que encarna una especie de biografía imaginaria. Hay partes que surgieron de cosas que recuerdo y que fui incorporando a lo que contaba la novela. Después hay una parte de imaginación y otra surgida de la investigación que hicimos sobre el caso Eichmann en la Argentina. Hablé con tres cazadores de nazis que me contaron cosas insólitas, como por ejemplo la historia de un hombre de Pinamar que le sacó fotos a un vecino que le había hablado mal porque pensaba que era nazi. Fue una mezcla de distintas cosas.

–El protagonista, el chileno Héctor Noguera, surgió de un proceso de casting muy extenso. ¿Cómo fue? ¿Qué vio en él?

–Necesitábamos un hombre que tuviera dos facetas y pudiera encarnar a un anciano que sintiera que su tiempo se acaba, pero también que demostrara un impulso vital, juvenil y rebelde cuando se lanza a esa aventura. Era muy difícil encontrar esa mezcla y Héctor la tenía. Además, muestra una humanidad tremenda. Me reuní con él en Chile, y cuando volví me puse a ver unos videos y distintos materiales suyos. El trabajó durante más de cincuenta años en adaptaciones de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, cumpliendo distintos roles, desde director hasta actor. En un festival de teatro le preguntaron por qué lo había hecho y dijo que era porque no la entendía y esperaba en algún momento poder hacerlo. Eso me mostró que su acercamiento artístico es igual al mío, entonces me dije: “Quiero encarar esta aventura con él”.

–El aseguró que usted le marcó a Walter Matthau como una referencia.

–Así es. Es muy difícil marcarle referencias a un actor, pero a veces hay ciertas escenas o acercamientos que resultan más fáciles de comprender cuando uno los conoce. Matthau tenía esa cosa de hombre agrio y a la vez extremadamente tierno que queríamos lograr. Hay una frase que sintetiza muy bien el espíritu que queríamos y es la que le dice a Contreras cuando le pregunta cómo está: “Gracias a Dios, un poquito peor”.

–Usted también reconoció a Don Quijote como gran referente...

–Siempre me interesaron los personajes de las buddy movies, ese tipo de parejas que tienen su origen histórico en Don Quijote y Sancho Panza, y que no son amigos pero se asocian por algo mucho más grande. Son personas que deciden creer en el otro para obtener dignidad y respeto. Mi abuelo siempre decía una palabra en idish que significaba hermanos de barco, que definía a esos hombres que habían dejado todo atrás y para lanzarse en un viaje de semanas juntos. Ese era el desafío que tuvieron que afrontar los dos actores.

–En Mal día para pescar ya se había centrado en un personaje perdedor. ¿Se siente atraído por ellos?

–En realidad, no los veo como perdedores, quizá porque me identificó con ellos. Como director, uno a veces siente que está haciendo algo importante pero cada tanto se pregunta si no será una ridiculez. Ni a él ni a Contreras los veo como perdedores porque el punto no es la conquista de un proyecto, sino alcanzar un grado de iluminación sobre la propia condición humana que les permita comprenderse un poco más. En ese sentido, siempre me interesó la relación entre fantasía y realidad. Personas que de alguna forma se lanzan a una fantasía lúdica que contrasta con lo que ellos viven y eligen jugar a eso. Muchos creen que Don Quijote está loco, pero para mí está haciendo uso de su libertad para elegir la forma en que se imagina las condiciones que vive. El problema es que se toma como perdedor a quien no sabe dónde está. Para mi Kaplan quiere eso, hacer un viaje hacia lo extraordinario.

–¿Ese escape de la realidad está motivado por la idea de trascender al contexto?

–Sí, totalmente. El otro día vi en las redes sociales una ilustración en la que la Parca le pregunta a un anciano qué había hecho de su vida y él responde: “Ah, ¿había que hacer algo?”. Siento que el de ser o no recordado es un debate absurdo pero por el que todos pasamos cuando sentimos que no hicimos nada. Jacobo está ahí. Esa sensación lo abruma y lo lanza a hacer algo que para él es grandioso con la idea de dejar esa huella. El fin de esa aventura importa mucho menos que lo que siente a medida que la hace.

–¿Cómo manejó el límite entre reírse “con” los personajes y “de” ellos?

–Eso tiene que ver con un acercamiento a la comedia que siempre fue muy intuitivo. La mezcla de comedia y drama es la forma en la que veo el mundo. Respecto a ese límite, pienso únicamente en lo que está pasando en la escena y qué es lo que quieren hacer los personajes; nunca me lo planteó desde el lado de una funcionalidad. No me interesa la comedia como fin sino como medio. El humor permite decir cosas sobre nosotros mismos que de otra forma sería muy difícil. No podría haber tratado temas como la trascendencia o el sentirse especial desde el drama.

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“La mezcla de comedia y drama es la forma en la que veo el mundo”, afirma Brechner.
 
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