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Viernes, 23 de septiembre de 2016

CINE › CIGÜEÑAS, DE NICHOLAS STOLLER Y DOUG SWEETLAND

Muchos pergaminos, pocos logros

 Por Ezequiel Boetti

Los codirectores de Cigüeñas, Nicholas Stoller y Doug Sweetland, provienen del núcleo duro de la Nueva Comedia Americana y del Departamento de animación de Pixar, respectivamente. Entre los productores figuran Chris Miller y Phillip Lord, responsables de dos grandes películas de animación como Lluvia de hamburguesas y La gran aventura Lego, además de John Requa y Glenn Ficarra, dupla a cargo de las venenosas Una pareja despareja (I Love You Phillip Morris) y Loco y estúpido amor, y del guión de la vitriólica Un Santa no tan santo. Es cierto que el cine no es una ecuación aritmética ni mucho menos, pero los nombres detrás de Cigüeñas invitaban a pensar que el resultado sería bastante distinto al deslucido, esquemático producto infantil que finalmente es.

Lo primero que llama la atención de este film es la eliminación de cualquier elemento que remita al universo de sus hacedores: aquí no hay absolutamente nada de la chispa retorcida de las comedias de Stoller (recordar las dos Buenos vecinos, sobre todo la segunda), ni de la inventiva audiovisual de Lord y Miller, y ni hablar del espíritu corrosivo de la ópera prima de Requa y Ficarra. Lo que hay, en cambio, es una típica película construida en el escritorio de un ejecutivo de Hollywood, una amabilísima fábula que funciona –intenta funcionar– menos por progresión dramática que por acumulación de situaciones. Que son muchas: Junior (voz de Andy Samberg en el doblaje original) puso durante años sus alas al servicio de una empresa de transporte de bebés, y ahora hace lo propio pero con aparatos electrónicos. Junto con el anuncio de un ascenso le llegará otro: deberá echar a Tulip –ojazos claros y rizos colorados, como si Sweetland se hubiera afanado los diseños de Valiente antes de vaciar su escritorio en Pixar–, una humana criada entre los plumíferos debido a un revire de la cigüeña encargada de trasladarla hasta su casa.

Igual que en casi toda la obra del estudio del velador saltarín, la familia –natural o electiva– es aquí el gran tema del relato, a la vez que su motor: por ahí también anda un chico que, hastiado de la adicción laboral de sus padres, pide un hermanito. ¿Los encargados de traerlo? Junior y Tulip, obvio. Ellos iniciarán un larguísimo viaje con el bebé a cuestas atravesando las mil y un adversidades. En ese sentido, no hubiera venido mal suprimir algunas en pos de un mayor desarrollo de cada una de las restantes, ya que el resultado es un congestionamiento de subtramas a resolverse a como dé lugar. Las hay bien resueltas (los lobos formando vehículos es, nobleza obliga, un hallazgo bellamente delirante), pero en su mayoría no. Los nombres de los responsables de Cigüeñas, entonces, tienen más peso en los créditos que en la pantalla.

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Unas cigüeñas de vuelo rasante.
 
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