“Si te metés en cine es como todo, lo tenés que amar, sin pudor. Y meterte en todos los recovecos posibles, para aprender”. La frase sale de su voz ronca, un tanto entrecortada, y es imposible que Leonardo Favio esté esquivando una certeza. Más aún, un “Favio es amor” de vez en cuando no vendría nada mal. Y mucho menos dicho por otros, por quienes lo tuvieron cerca. Por Eliseo Subiela, por caso, quien, transcurrida una parte del documental sobre vida y obra del mendocino, cuenta secuencias bizarras. También por Juan José Camero y Edgardo Nieva, protagonistas de Nazareno cruz y el lobo y Gatica, el mono, respectivamente. O por Zuhair Jury –imprescindible para entrarle al mendocino por la puerta grande–, y Natalia Pelayo, la bailarina del último Aniceto. Hasta por Graciela Borges, que acentúa sus palabras en esos personajes turbios que Favio amaba, y por el mismo Alejandro Venturini, conductor del seleccionado: “Su nombre llegó a mis oídos cuando era chico, a través de mi viejo”, enmarca el joven cineasta que ideó y dirigió el documental en el que pasa todo lo dicho. Y más. Mucho más. “Mi papá me contaba seguido que había ido a ver Juan Moreira, la semana de su estreno y que se había emocionado mucho. Eso me quedó dando vueltas”, prosigue Venturini, que después vio toda la saga Favio en orden cronológico, profundizó ángulos de mirada sobre ella en la universidad, y finalmente tuvo la oportunidad de entrevistarlo, como paso previo para concretar Favio, crónica de un director, película cuyo estreno oficial será este jueves en el cine BAMA, Roque Sáenz Peña 1150, y rodará a partir del jueves 17 de noviembre en los Espacios Incaa.
–Un golazo la entrevista. En general, Favio rehuía de ellas, a no ser que se tratara de algún amigo, como Héctor García, el creador de Crónica. 
–Fue una suerte, sí. Era 2009, yo había terminado la facultad de cine, se me ocurrió armar una página web con entrevistas a directores argentinos, y la primera que logré fue la suya. 
–La suerte del principiante no puede fallar.
–(risas) Increíble, sí. Me dio la entrevista y fue como un nocaut, porque todo lo que me dijo me quedó dando vueltas. Incluso, hay una parte previa que no puedo olvidar: cuando entré al lugar de la charla, me acuerdo que estaba tenso, y él me miró y me dijo: “Dale, animate Ringo… Sos igual a Bonavena”. Y se entró a cagar de risa. Ahí me relajé. Esa cosa que te da la calle, ¿no?, el roce con el pueblo que tenía Leonardo. El encuentro fue revelador porque me despertó la pasión por hacer cine. Me hizo aprender mucho. Hay una que no quedó en la película, en la que él dice que Ed Wood le fascinaba tanto como Orson Welles, porque el tipo creía en lo que hacía. Bueno, la cuestión es que el sitio web nunca se hizo, me quedó la entrevista guardada, y recién en 2011 empecé a pensar el documental, aunque sin saber cómo encararlo. 
–Con Favio aún en vida…
–Sí, él murió un año después, justo cuando descubrí cómo estructurar el guión. Pero la idea fue no encararlo en ese momento por respeto a la familia. No queríamos entrar en una especulación de ese tenor. Entonces esperamos un tiempo y recién a mediados de 2014 empezamos a hablar con los entrevistados. El más difícil fue Zuhair, a quien llegué por su hija Luciana. Ella me dio una gran mano, pero a los dos nos llevó seis meses hacerle entender que no se buscaba ningún golpe bajo, nada de ir más allá de la vida pública de su hermano, porque se habían hecho algunos manoseos extraños al respecto.   
–Dos cosas. Una: hay que ser bastante intrépido para debutar en cine con un documental sobre Favio, para muchos el mejor director de la historia del cine argentino. Otra: ¿cómo la encaró estética y conceptualmente?
–No sé si lo medité mucho. Creo que, más bien, fue un acto de inconsciencia típico de joven. También hubo una negociación en el sentido de cómo hacer para que la película tenga el espíritu de Leonardo, sin corromperlo, porque tampoco queríamos imitarlo. De ser así, hubiéramos hecho una copia de Perón, sinfonía de un sentimiento, aplicada a él. La idea fue buscar el equilibrio, en el sentido de serle fieles a él pero también a nosotros. Y tampoco desviarnos, porque es un personaje que tiene muchas facetas, y nosotros queríamos hablar del director de cine. Esta fue la premisa.  
Una posible –y breve– sinopsis da que el director pone al cine de Favio en el centro, y lo rodea con “aleaciones” vivenciales del propio director que lo intervienen, lo interpelan, lo palpan de almas: su explícita y sagrada identificación con el peronismo, su rol como cantante y actor, o su amor por la música clásica, entre ellas. “Fijamos la atención en qué cosas le fueron aportando esas herramientas de vida para transformarse en el mejor director de la historia del cine argentino, además de un tema que aparece implícito: el relato tenía que reflejar cómo una pasión que nace en la niñez sobrevive a todas las trabas, a todos los vericuetos que le pone la adultez”, cuenta el director que, con 30 años, ya dirigió el cortometraje Elegía, además de videoclips y documentales televisivos. También estuvo a cargo del sonido en el largometraje El otro fútbol, y de la cámara en La del Chango, película de Milton Rodríguez, sobre otro monstruo: el Chango Farías Gómez.
–Hay un tópico estético y recurrente en Favio que es lo romántico, la atmósfera, ese climax de “tempo sin tiempo” que es inevitable contemplar para abordarlo ¿Cómo “enfriarlo”, no? 

Favio en pleno rodaje de Gatica, el mono, en 1993.


–Imposible (risas). Una cosa que no quiero dejar escapar es que soy bastante conservador del guión, y más en un documental en el que no sabés con qué te vas a encontrar. Hay una hipótesis, y después se ve qué pasa en la edición. Sabíamos que Favio tenía pasión por la música clásica, y dentro de los grandes músicos de la historia solía nombrar a Mozart. Entonces, se me ocurrió armar una suerte de réquiem y estructuramos la película en siete capítulos –como la Sinfonía número 7 del músico vienés– cuyo orden tenía el mismo que yo le había dado. Después sacamos los capítulos porque veíamos que la película fluía, pero la estructura quedó.  
El documental, que al momento de esta entrevista se estaba por proyectar en el festival de la triple frontera, ya pasó por los de Pinamar, Punta del Este, Bafici, Lima, Bolívar, LatinArab, Rosario y La Plata, además del sexto festival Internacional de Cine Político y el de Mar del Plata, donde Venturini recibió uno de los mayores elogios hasta el momento. “Terminó la peli y una señora muy grande nos dijo `hace años que no lloro en el cine`… fue muy fuerte. En el festival de Lima, también salieron varios peruanos muy emocionados, en clave Favio, claro”, se ríe el director.
–Siendo Favio un personaje tan argentino en muchos aspectos ¿no?, al menos como director de cine. 
 –Porque él es un género en sí mismo, que está muy relacionado con lo argentino, sí. En la mayoría de los países de Latinoamerica no lo conocen como director de cine, sino como cantante. Es más, en Colombia, donde vivió varios años, hay gente fanática de él, que no sabe que hacía películas. Hasta por ahí eran vecinos. Aunque en España, por ejemplo, sus primeras tres películas fueron valoradas en el ambiente. Hay cosas del nuevo cine coreano, también, que se pueden ver en el final de Juan Moreira. O en la muerte de Nazareno. 
–¿Cuál es la película de Favio en la que más se espeja, se referencia, y por qué?
–En El dependiente, y acá me pongo en academicista porque es el guión más perfecto y sólido que hay. No tiene fisuras en ningún lado y el montaje me parece fascinante. Además, es una historia de aristocracia pueblerina que puede pasar solo acá, o a lo sumo en Uruguay. Es muy nuestra, como él.