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Viernes, 1 de diciembre de 2006

CINE › “UN BUEN AÑO”, DE RIDLEY SCOTT, CON RUSSELL CROWE

Traigan de vuelta al gladiador

 Por Horacio Bernades

4

UN BUEN AÑO
(A Good Year)
EE.UU./Gran Bret., 2006.

Dirección: Ridley Scott.
Guión: Marc Klein, sobre novela de Peter Mayle.
Fotografía: Philippe Le Sourd.
Intérpretes: Russell Crowe, Marion Cotillard, Albert Finney, Didier Bourdon, Freddie Highmore, Archie Panjabi y Valeria Bruni-Tedeschi.

Un buen año, tal vez. Pero no para Ridley Scott y Russell Crowe, que se asociaron por segunda vez tras Gladiador y antes de American Gangster, thriller con el que amenazan para la próxima temporada. Presunta comedia-con-mensaje-humanista, Un buen año confirma que lo del alicaído director de Alien y Blade Runner pasará en tal caso por el cine de acción de gran espectáculo, lo mismo que la estrella de El informante y Comandante de mar y tierra. Pero si algo ratifica esta película es que lo mejor que ambos pueden hacer, la próxima vez que les pase por la cabeza una comedia, es sacar músculo y apuntar en otra dirección el ceño fruncido.

Con el pelo lloviéndole sobre la frente (un poco al estilo Una mente brillante, otro fenomenal bodrio de su cosecha) y la barba crecida, Crowe es aquí Max Skinner, desalmado y exitosísimo broker londinense, a quien la muerte de su tío obliga a viajar de apuro a la Provence francesa, para hacerse cargo de la herencia que el pariente le legó. La herencia es un terroir, un viñedo familiar dedicado a la producción de finos vinos tintos, de esos que se ven a rolete en Mondovino. El tío es Albert Finney, y que se muera después de la primera escena no quiere decir que no reaparezca abundantemente durante el resto de la película, gracias a la magia del flashback. Cómo no va a sufrir Max de flashbacks agudos, con lo que supo amar a su tío cuando era chico. En ese entonces tenía los rasgos de Freddie Highmore, el encantador pibe de Charlie y la fábrica de chocolate, que no se puede creer que de grande se convierta en Russell Crowe.

Sí, Un buen año es otra vez la vieja fábula del pequeñín que al crecer se convirtió en una porquería de tipo, y del tipo que al volver al lugar de la infancia vuelve a ser humano. A estos lugares comunes hay que sumarles una catarata de estereotipos, que incluyen la noción de que los franceses son algo holgazanes, pero saben disfrutar de la vida de una forma que los pragmáticos sajones jamás podrán. Así como que las francesitas son lindas, sexies y de difícil acceso. Está claro que Marion Cotillard, contraparte romántica de Crowe (se la había visto en El gran pez e Innocence), tiene con qué llenar de sobra los dos primeros rubros, y de hecho su presencia representa el mayor alivio que Un buen año depara. Siguiendo con lo francés, la idea que Ridley Scott tiene de homenajear a la cultura y el cine de ese origen consiste en poner un perro llamado Tati. E incrustar en medio de una escena romántica una tremebunda pantalla de cine al aire libre, por la que por alguna razón desfilan Gérard Philipe, la Bardot y otros clichés por el estilo.

Pero no es el único homenaje que Un buen año contiene. Basta ver cómo Max, recién llegado al terroir del tío, se resbala y cae a una pileta vacía y mugrienta, cómo se embarra y cómo finalmente la chica abre las canillas para inundarlo, para darse cuenta de que lo que Mr. Scott quiere hacer aquí es lo que Cary Grant y Katharine Hepburn hacían en películas como La adorable revoltosa. Pero al director de Thelma & Louise no le sobra timing para el género y Crowe parece no haberse quitado jamás la armadura de romano. Si Grant era livianito como una pluma, a su lado Russell se parece más a un yunque, de esos que solían caerle al Coyote en medio de la cabeza.

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