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Domingo, 8 de abril de 2007

CINE › MARIBEL VERDU, CON HONESTIDAD BRUTAL

“Tuve que defender películas indefendibles, pero ya no”

Con el éxito de El laberinto del fauno como respaldo, la actriz española encara una nueva etapa de una carrera que sabe manejar a voluntad.

 Por Rocío García *

“¡Es Maribel Verdú! Qué gusto verla, está muy delgada. A mí me gusta un poco más gorda, pero está guapa. ¿Qué fue de ella? Llegué a pensar que estaba algo así como castigada”. Frente al Casino de Madrid, el taxista cuenta sus reflexiones. Es una impresión compartida por más de uno acerca de esta actriz que aparece y desaparece, en un empeño de alejarse de los circuitos, mundanos y cinematográficos. Pero sale y entonces provoca la gran revancha. “Siempre estuve ahí, nunca me fui. Cuando desaparezco es porque no hay películas. Hace tiempo que tengo una vida muy plena, estoy con mis libros, mi casa en la playa y como no me ofrezcan una película que me apetezca muchísimo, no la hago. Los dos años y medio en los que estuve desaparecida fue porque lo que me ofrecían era horrible y decidí no hacer cine”. Lo dice con rotundidad. Si algo no puede ocultar ahora mismo Maribel Verdú es su felicidad. Se le ve en el rostro, en el tono de voz, en su simpatía, su vehemencia, su generosidad. Es un torbellino de 36 años y 24 de carrera artística. Su última revancha en la pantalla se llama Mercedes, una mujer escuálida, con chal y botas de borrego, diciendo: “Sí señor, lo que usted mande, señor”. Pero Mercedes esconde a una heroína valiente, capaz de enfrentarse a monstruos reales en El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, el director que la volvió a poner en órbita. Por El laberinto..., Verdú consiguió su primer gran premio: el Ariel mexicano, uno de los nueve que recibió el film de Del Toro. Verdú estuvo nominada cuatro veces al Goya –por Amantes, La buena estrella, La Celestina y El laberinto del fauno– y no consiguió ninguno. “Cuando me dieron el Ariel me quedé helada, porque nunca me dieron ninguno: lo bueno es que ya voy muy relajada, acostumbrada a ver mi nombre y luego, nada”.

A esta intérprete que comenzó de niña en la publicidad, que también hizo TV cuando este medio estaba considerado de segunda división y asumió importantes retos en el teatro, el éxito en El laberinto... la tomó desprevenida. “Es una sorpresa todo lo que me está pasando con El laberinto... Cuando Guillermo, mi gordo maravilloso, me ofreció la película, leí el guión y tuve claro que era la hostia, que mi papel era maravilloso, pero estaba convencida de que a mí no se me iba a ver. Estaba convencida. A mis amigas les decía: ‘Estoy haciendo una película maravillosa, pero olvídense que a mí no se me va a ver’. Mi personaje es tan contenido, tan escondido, tan en segundo plano en una historia tan bestial, de malos y faunos y sapos y hadas. Jamás me esperé lo que estoy viviendo con esta película. Los actores tendemos a fustigarnos, pero yo soy muy consciente de cuando hago un trabajo bien hecho, y cuando me vi en la pantalla quedé contenta. Hay trabajos en los que me horrorizo. En El laberinto... me encuentro, no diré que increíble, eso jamás, pero bien. Con ella además volvió el reconocimiento. Hizo falta que mi gordo maravilloso me diera este papel”.

“Me he comido muchas mierdas y muchas promociones defendiendo películas indefendibles y no pienso repetir, no quiero que me vuelva a suceder”, dice recostada en un rincón del bar del Casino de Madrid. “En mis manos no está el éxito de una película, yo simplemente leo un guión, creo en él y apuesto por él. El último resultado escapa mucho a mi responsabilidad. Lo que quiero es promocionar una película con ganas y creyendo que va a ser digna”. ¿Se volvió más exigente? “No lo creo. Los actores no nos dedicamos sólo a elegir, estamos a expensas de lo que te proponen. Si pudiéramos elegir, ya diría yo qué directores quiero y qué historias. Pero no es así. También hay un factor muy importante de suerte, como es el hecho de que venga Guillermo del Toro y me quiera para esta película y me dé una oportunidad. Cuando me llega algo bueno, lo aprovecho lo mejor posible. Hay un pensamiento que me ronda siempre en la cabeza: ‘¿Me compensa o no me compensa?’. Pienso en mi serenidad y mi felicidad. No me interesa hacer cine por hacer y ganar dinero. Me tiene que gustar mucho”.

Su carrera fue de pico en pico. Los personajes atormentados y oscuros son los que le aseguraron ese lugar casi sagrado en la cinematografía española. Nada que ver con ella –“no soy nada atormentada, al contrario, soy una loca que necesita humor y muchas risas”–. En medio de una carrera poderosa, tres fueron los picos, los títulos favoritos de la crítica y el público: Amantes, de Vicente Aranda (1991); La buena estrella, de Ricardo Franco (1997), y El laberinto del fauno (2006). Ella está de acuerdo pero se resiste a no añadir otros. “Esas películas significaron mucho para mí, fui muy feliz haciéndolas, me aportaron mucho. Pero también hay otras no tan conocidas que me apasionan, como Belle époque, La Celestina o Carreteras secundarias. Eran papeles pequeños, pero quizá son los que más me gustaron hacer en mi vida. También recuerdo El año de las luces, con Jorge Sanz. Fui tan feliz. Fue mi descubrimiento”.

Hay aún otro título que no quiere dejar a un lado: Y tu mamá también (2001), en el que se estrenó con Alfonso Cuarón como director y con Gael García Bernal y Diego Luna como compañeros de reparto. Con ese film conoció su primer gran éxito en Latinoamérica y Estados Unidos, pero no lo aprovechó. “El éxito abre múltiples oportunidades. Lo noto ahora con El laberinto del fauno y lo noté en su día con Y tu mamá también. Fue una película que vio todo el mundo que la tenía que ver. Me llegaba una oferta detrás de otra. No las aproveché porque me daba tembleque. Me producía taquicardia sólo pensar que me tenía que ir a Los Angeles siete meses a rodar. Me entró tal ansiedad que lo rechacé todo. No me arrepiento. De lo que sí me arrepiento es de algunas de las películas que hice”. ¿Cuáles? “No puedo decirlo. Es verdad que nunca sabes qué film va a ser un éxito, pero tienes clarísimo la que va a ser un fracaso”.

Jamás mira hacia atrás. “El pasado lo tengo ahí pero nunca lo miro, no puedo soportarlo, es una mochila que pesa demasiado, para lo bueno y lo malo. Todo lo magnificamos. A mí me gustan el hoy y el mañana. Tampoco demasiado el futuro, no pienso demasiado en él”. Sin embargo, el futuro inmediato para Verdú está ahí. No volverá a desaparecer al menos en un año. Tiene títulos por los que ahora sí está dispuesta a batirse. El primero será El niño de barro, dirigida por Jorge Algora, sobre el primer niño asesino de la historia. Después vendrán, en un orden u otro, Oviedo Express, de Gonzalo Suárez, el film mexicano La zona, de Rodrigo Pla –“va a ser la bomba”–, y su Siete meses de billar francés, dirigida por Gracia Querejeta. “Es la primera vez que trabajo con Gracia. Es la mujer que más puedo admirar. Fue increíble, nunca tuve una complicidad semejante con un director. No sé si volveremos a trabajar juntas ni lo que pasará con esta película, si estaré bien o mal, pero nunca lo olvidaré. Fue bestial”.

Tan bestial como su encuentro con Francis Ford Coppola en la alfombra roja de los Oscar, que le da vergüenza contar. “Alguien me tocó por detrás. ‘Soy Francis’. Era Coppola, se equivocó, pensé. ‘Ya, yo sé quién es usted, pero yo soy una actriz española’. ‘Sé quién eres y te quiero felicitar por tu carrera y tu último trabajo’. Me quedé... casi me desmayo. Me hizo sentir una persona”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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“Estuve desaparecida del cine dos años y medio porque lo que me ofrecían era horrible.”
Imagen: Daniel Jayo
 
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