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Viernes, 7 de septiembre de 2007

CINE › “EL NIÑO DE BARRO”, COPRODUCCION ARGENTINO-ESPAÑOLA

La naturaleza del monstruo

La ópera prima del español Jorge Algora cuenta la historia del Petiso Orejudo, una de las leyendas negras más terribles de Buenos Aires, que extrañamente no había llegado al cine.

 Por Juan Pablo Cinelli

7

EL NIÑO DE BARRO
España/Argentina, 2007

Dirección: Jorge Algora.
Guión: Christian Busquier, Jorge Algora y Héctor Carrió.
Intérpretes: Maribel Verdú, Daniel Freire, Chete Lera, Juan Ciancio, Abel Ayala, Sergio Boris.

A fines del siglo XIX, con las grandes ciudades de Europa convertidas en enormes asentamientos de pobreza y enfermedad merced al auge del positivismo industrial, la emigración se volvió una válvula oportuna para que los viejos Estados aliviaran su crítica situación. Fue allí que cobró fuerza el mito del paraíso americano. Millones de europeos eligieron cambiar penuria por esperanza, iniciando con su llegada sociedades multiculturales inéditas hasta entonces, en las que orígenes y razas se entrecruzaron hasta forjar nuevas identidades colectivas. Sucedió en los Estados Unidos, en México y Brasil; sin embargo, es en la Argentina, y sobre todo en Buenos Aires, donde este aluvión se convirtió en uno de los hechos fundacionales de la nación. Pero junto a los sueños de esos hombres viajaron también sus pesadillas, que desde las puertas abiertas de Europa también se mudaron aquí. Esa ciudad, en 1912, es el escenario urgente de esta historia.

Mateo tiene 10 años. Es hijo de Estela, una española que se gana la vida como costurera, y desde que fue atacado en una kermesse por un desconocido, sufre pesadillas en las que es testigo impotente de las humillaciones a las que son sometidos otros chicos, siempre en el escenario para él aterrador de esa feria que su memoria no puede abandonar. Cuando esas imágenes empiezan a agobiarlo durante la vigilia y los rostros de los chicos abusados se vuelven familiares, Mateo pide ayuda y –por medio del policía que es concubino de su madre– consultan al doctor Soria, el forense. Allí se enterarán de que las sesiones de tortura y los muertos que Mateo ve entre sueños son reales. Al principio, con lógica policial, el comisario Petrie se niega a creer que el chico pueda estar ligado a los crímenes a través de sus sueños, pero terminará aceptando que tal vez en esa conexión esté la clave para detener al asesino.

El niño de barro, ópera prima del español Jorge Algora, cuenta la historia del Petiso Orejudo, una de las leyendas negras más terribles de Buenos Aires, que extrañamente no había llegado al cine. Dentro de un marco histórico que es central para que la reconstrucción del verdadero protagonista de la película sea lo más justa y completa posible, Algora acierta al inclinarse por la ficción antes que por la exactitud documental, atando la mirada del espectador a las pesadillas del único sobreviviente. Y aprovecha los detalles no para estigmatizarlo, sino para mostrar que el victimario, en tanto niño, ha sido primero víctima (aunque tal vez se exceda en símbolos psicoanalíticos demasiado explícitos). Dentro de un elenco de parejas actuaciones, impacta sobre todo Abel Ayala: en su Cayetano revive la esencia del Frankenstein de Boris Karloff, en la escena de la nena y las margaritas; en ambos, ni la inocencia perturbada ni todas sus limitaciones alcanzan para contener esa involuntaria naturaleza de monstruo.

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La película ata la mirada del espectador a las pesadillas del único sobreviviente.
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