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Martes, 24 de febrero de 2009

PLASTICA › CUARENTA AñOS DE ARTE ITALIANO EN EL PALAZZO GRASSI DE VENECIA

El arte y las cuestiones de familia

Una gran exposición panorámica de los últimos cuarenta años de arte italiano presenta a más de un centenar de artistas –la mayoría desconocidos fuera de Italia– en una curiosa lectura política.

 Por Fabián Lebenglik

Desde Venecia

La impresionante exposición Italics: de la fiebre revolucionaria al mercado global, curada por Francesco Bonami, que se presenta en esta ciudad hasta el 22 de marzo, ofrece un completo panorama del arte italiano de los últimos cuarenta años con una o varias piezas de más de un centenar de artistas.

El Palazzo Grassi, un bellísimo edificio del siglo XVIII, propiedad del empresario y coleccionista François Pinault, fue reciclado por el arquitecto japonés Tadao Ando, que en estos días está terminando de reciclar otro espacio privilegiado de Venecia, también a las órdenes de Pinault: la Punta della Dogana. Este enorme espacio, adyacente a la iglesia Santa Maria della Salute, que fuera ocupado por los depósitos de la aduana veneciana, está ubicado en una posición estratégica, desde la que se domina visualmente la entrada a Venecia y al Gran Canal; frente a la Piazza San Marco, por un lado, y a la isla San Giorgio Maggiore, por el otro, será también un lugar dedicado al arte contemporáneo. Su inauguración está planeada para la apertura de la próxima bienal, en el mes de junio.

La exposición de arte italiano contemporáneo del Palazzo Grassi abarca el período 1968-2008 y es producto de tres años de investigación por parte de Bonami. La amplia selección incluye al menos dos generaciones de artistas italianos que, según los organizadores, asumieron su historia, la de su país. Para las sociedades europeas, el año 1968 supone un punto de inflexión histórica y cultural, el fin de la era de posguerra y el surgimiento de un nuevo paradigma de libertad y rebeldía que rompía con el pasado.

Según Monique Veaute, directora del Palazzo Grassi, “cada década subsiguiente trajo sus propias camarillas. Y cada una tuvo la urgencia de erradicar cada huella de sus predecesores; la destrucción de las ilusiones del pasado inmediato parecía ser esencial si cada uno quería establecer sus propias marcas en la construcción de algo nuevo, literalmente a partir de la nada”.

El recorrido de la muestra es temático y en cada sala (a lo largo de cada planta) se reúnen piezas que guardan relaciones formales o de sentido, a través de aspectos técnicos o de contenido.

Para hablar de la muestra, Bonami toma dos películas como símbolo de la Italia de los últimos cuarenta años: Il Divo, de Paolo Sorrentino –sobre la vida del que fuera siete veces primer ministro, Giulio Andreotti, el Henry Kissinger de Italia–, y Gomorra, de Matteo Garrone –sobre el libro de Roberto Savinio acerca de la Camorra–.

“Estas películas representan muchas cosas en nuestro mundo contemporáneo –explica el curador–, pero además sirven como símbolos específicos de la crisis italiana, que es un arquetipo de la crisis mayor del mundo occidental. Estas dos imágenes representan poder, violencia, orden absoluto y caos total. Representan la frigidez y sensualidad que coexisten en la sociedad contemporánea con la elegancia y la vulgaridad”. [...] “El arte contemporáneo in Italia siempre supuso un intrincado sistema de ramificaciones en muchas direcciones, como una red de vías ferroviarias. El tronco de esa red es la gran tradición renacentista, la línea central de la cual las demás se derivan.”

Algunos de los más de cien artistas incluidos en Italics (nacidos entre fines del siglo XIX y 1977) son Valerio Adami (1935), Giovanni Anselmo (1934), Vanessa Beecroft (1969), Alighiero Boetti (1940-1994), Alberto Burri (1915-1995), Maurizio Cattelan (1960), Mario Ceroli (1938), Sandro Chia (1946), Francesco Clemente (1952), Enzo Cucchi (1949), Giorgio De Chirico (1888-1978), Gino De Dominicis (1947-1998), Luciano Fabro (1936-2007), Lucio Fontana (Rosario, Santa Fe, Argentina, 1899-Milán, 1968), Renato Guttuso (1911-1987), Mario Merz (1925-2003), Marisa Merz (1931), Ugo Nespolo (1941), Pino Pascali (1935-1968), Giuseppe Penone (1947), Michelangelo Pistoletto (1933), Mimmo Rotella (1918-2006), Mario Schifano (1934-1998) y Emilio Vedova (1919-2006).

En la planta baja del Palazzo el visitante es recibido por una de las obras más recientes de la exposición: un conjunto de esculturas de 2008 de Maurizio Cattelan, bajo el título de All (“Todos”), que conforman una serie de nueve bultos sobre el piso, en mármol de Carrara, que lucen como cuerpos yacentes –a escala natural– cubiertos por mantos. Las piezas resultan de un inquietante anacronismo: aparecen como restos escultóricos del Renacimiento, de una impecable realización técnica, pero que no se sabe si evocan cuerpos vivos o muertos. Las diferentes posiciones y estados de tensión de los cuerpos permiten todo tipo de especulaciones, como sugiere el curador: estas piezas ofrecen una visión de lo italiano que van desde Bernini hasta la guerra de Irak.

Dos de las obras más “antiguas” de la exposición son sendas ambientaciones de Lucio Fontana (Ambiente Blanco) y de Gianni Colombo (Espacio elástico). Ambos ambientes, que conforman una sala cada uno, por sus dimensiones y alturas, datan de 1968 y marcan la nueva espacialidad de la obra participativa, la demanda hacia el espectador como participante, para que éste recorra la obra, se “pierda” en ella. Y a la vez la obra propone su propio contexto: un mundo artificial, artístico, autorreferencial, que se proponía como totalizador, con la suma del cuerpo de los espectadores en acción. Obras recorribles, espacios donde todo está bajo el control del artista, pero que se completan con los visitantes/participantes el interior de la obra.

La exposición es coherente y sobresale su carácter abarcador y panorámico. Impresiona la intención omnicomprensiva de un arte específico, porque ayuda a comprender el arte italiano y, al mismo tiempo, llama la atención sobre cómo tal cantidad de artistas italianos resultan prácticamente desconocidos fuera de Italia. Salvo unos veinte artistas, los demás no tuvieron notoriedad fuera de su país.

Siguiendo con la metáfora ferroviaria, Bonami supone que muchos de los vagones del arte italiano se desengancharon de la locomotora y se perdieron en vías muertas, quedando olvidados en la historia. Según la perspectiva del curador, sólo lograron reconocimiento fuera de Italia aquellos artistas protegidos por la “familia” italiana. Y aquí la “familia” es un núcleo ideológico, hecho de lealtades específicas: así, las familias “protectoras” fueron los comunistas, los socialistas, los democristianos, la mafia, la Iglesia, el catolicismo, los Agnelli, el arte povera, la transvanguardia, las Brigadas Rojas, etcétera. La estructura social, económica y cultural habría estado sostenida por esta matriz “familiar” y la muestra Italics viene a mostrar a muchos de los artistas que quedaron fuera de la protección del clan.

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All, de Maurizio Cattelan; nueve esculturas en mármol de Carrara; 2008, dimensiones variables.
 
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