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Martes, 3 de agosto de 2010

PLASTICA › MADRID: ANTONI MIRALDA EN LA REAPERTURA DEL PALACIO VELáZQUEZ

Sobre gustos no hay discusiones

Luego de cinco años de reformas, el Palacio Velázquez –que depende del Museo Reina Sofía y donde expusieron los argentinos Guillermo Kuitca y Pablo Siquier– reabre sus puertas con una retrospectiva del catalán Antoni Miralda.

 Por Fabián Lebenglik

Desde Madrid

El Palacio Velázquez es un inmenso pabellón de hierro y vidrio construido a fines del siglo XIX para albergar una típica exposición “universal”, cuando la globalización era una utopía. Es una construcción imponente, emplazada en medio del bellísimo y apacible Parque del Retiro, que depende del Museo Reina Sofía, del mismo modo que el vecino Palacio de Cristal, un enorme jardín de invierno que ahora presenta esculturas e instalaciones de la norteamericana Jessica Stockholder.

El gran espacio del Palacio Velázquez, importante escena del arte contemporáneo, suele albergar exhibiciones antológicas, como la que presentaron los argentinos Guillermo Kuitca en 2003 y Pablo Siquier en 2005. Precisamente aquella muestra de Siquier –que reseñamos oportunamente en este diario– fue la última que organizó este enorme espacio antes de hacérsele una serie de reformas y restauraciones que lo mantuvieron cerrado durante cinco años.

Ahora acaba de reabrirse al público con una gran exposición antológica de Antoni Miralda (Barcelona, 1942) que continuará hasta el 11 de octubre. Se trata de la primera retrospectiva de este importante artista español, cuya obra, que comenzó a hacerse pública a mediados de los años sesenta, suele colocarse en la genealogía del conceptualismo.

La exposición, curada por Danielle Tilkin, resulta sorprendente por su despliegue, escala, variedad de obra y especialmente por su recorrido, laberíntico, donde trama y revés resultan complementarios. El guión no es lineal, sino que se basa en grandes ejes que responden al tipo de propuestas de Miralda, cuyas obras resultan proyectos de largo aliento, works in progress que a veces se extienden durante una década, como sucede con su último proyecto sobre el arte y la alimentación.

La antología, que incluye instalaciones, montajes fotográficos, proyecciones de películas, esculturas/monumentos, objetos y dibujos preparatorios, lleva por título la frase latina De gustibus non disputandum (Sobre gustos no se discute), a propósito de que parte de la obra de este artista reflexiona sobre la politización del gusto; sobre el gusto no sólo como forma de la cultura, sino también como parte de la ideología.

Miralda comenzó a estudiar a fines de la década del cincuenta en la Escuela Textil de Tarrasa (Barcelona) y sigue en 1962 en el Centro de Estudios Pedagógicos de Sevres (París). Dos años después asiste al Institute of Contemporary Art, de Londres. A mediados de los sesenta se instala en París y a comienzos de los setenta se va a vivir a Nueva York.

Miralda fue pionero en el abandono del circuito tradicional del arte (en galerías y museos) para salir con las formas artísticas a la calle, lo público, participativo y monumental.

Así, desde temprano puso el ojo en lo artístico, incluso en medio de contextos no muy estimulantes. Cuando hizo el servicio militar en la España de la dictadura, dibujaba con mucho humor los desplazamientos y movimientos tácticos militares.

Luego sus soldaditos saltaron del papel al volumen (soldaditos de plástico blanco), invadiendo todo tipo de obra: fotos, collages, afiches, muebles. Parte importante de esta obra puede verse en la exposición con un montaje exquisito, en el que una gran sala con muebles está invadida por los soldaditos que funcionan como un revestimiento, cubriendo las superficies de los objetos.

En 1972 realiza junto a Benet Rossell la película París. La Cumparsita, en la que un soldado recorre la ciudad en busca de su pedestal.

Desde 1967, junto con Dorotheé Selz, había comenzado a dedicarse artísticamente a un campo entonces poco visitado por las artes: la comida. Fue tan fuerte este eje en su obra, que su último proyecto, que lleva diez años y aún continúa, también se centra en la comida como tema.

Aquí lo social, ritual y participativo también apunta a la creatividad como capacidad común y compartida. Sus obras requieren la interacción del público. Y aunque su trabajo genera formas muy lúcidas y novedosas desde la perspectiva artística y estética y al mismo tiempo supone y propone reflexiones críticas, el modo lúdico y festivo con que está tratada su obra hace que muchas veces sea malinterpretada, como si el humor diluyera aquellos aspectos. En la muestra se recrean varias instalaciones, entre ellas Fiesta para Leda, que Miralda presentó en la Documenta 6 de Kassel.

En 1973 proyectó el Banquete patriótico, una mesa elegante servida con banderas comestibles de distintos países, que a medida que pasan los días se pudren modificando la conformación de las banderas. En ese momento Miralda vivía en Nueva York y la guerra de Vietnam formaba parte del menú diario en los medios. Aquella obra impactante, un proyecto nunca realizado, se presenta ahora por primera vez. Y el resultado es inquietante.

En 1981 realiza en Kansas (centro agropecuario de Estados Unidos) un desfile que cuenta, entre otros, con el Tri-Uni-Corn, que toma a la industria de la alimentación como un proceso y ritual reveladores.

Otra gran instalación, Santa comida, reproduce la muestra que el artista presentó en 1984 en el Museo del Barrio, en Nueva York, sobre el imaginario del Harlem latino.

Un emprendimiento también complejo fue el Proyecto Luna de Miel, que el artista realizó entre 1986 y 1992. Se trató del casamiento entre la Estatua de la Libertad de la bahía de Nueva York y el monumento a Cristóbal Colón del puerto de Barcelona. Este matrimonio simbólico y cultural, sobre la conquista y la libertad, implicó una enorme organización y una serie de acciones participativas a lo largo de seis años: desde la ceremonia de compromiso, para la que Miralda consiguió la firma de los alcaldes de Barcelona y Nueva York autorizando la ceremonia, hasta el casamiento en Las Vegas. Entre otras reliquias en la exposición se exhibe la gigantesca combinación de la Estatua de la Libertad para la noche de bodas.

En 1997 presentó Sabores y lenguas en la Bienal de Estambul, proyecto que reactualizó en 2002 en Miami. También es un work in progress que analiza las particularidades gastronómicas urbanas, las diferentes tradiciones y su lenguaje específico. Como las exposiciones son interactivas, a lo largo de una itinerancia por 28 ciudades europeas y latinoamericanas, los asistentes fueron enriqueciendo y expandiendo la obra. A esta exhibición siguió el Food Pavilion en la Expo 2000 de Hannover.

Enmarcando toda esta secuencia de arte y comida, el artista creó el FoodCulturaMuseum, un gran archivo abierto, mezcla de museo, reservorio y centro de investigación, que supone la memoria y acervo documental de la obra del artista, al mismo tiempo que un archivo cultural sobre la comida como cultura. Según explican los organizadores, “aunque resulte inclasificable para algunos, en realidad la obra de Miralda está históricamente insertada en su tiempo y guarda paralelismos con el espíritu rebelde de los dadaístas de principios del siglo XX, espíritu que va tomando diferentes formas en las siguientes décadas y que impregna la obra de muchos artistas contemporáneos. Nadie lo definió mejor que Pierre Restany, crítico de arte y amigo: ‘Con su implacable dulzura, Miralda seguirá demostrando que el juego es la esencia del mundo y que la fiesta es la guerrilla permanente de la libertad’”.

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Una lengua y archivos, de Miralda.
 
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