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Miércoles, 25 de junio de 2008

DISCOS › UN MAñANA, LA NUEVA OBRA DE SPINETTA, QUE APARECE MAñANA EN LAS DISQUERíAS

Luis, el guerrero que nunca se detiene

La cajita recuerda el paralelogramo de Artaud, pero es la única alusión al pasado: como siempre, Luis Alberto Spinetta apuesta al aquí y ahora, a una forma de expresar el arte en canciones que no admite jueguitos de mercado ni obviedades estilísticas.

 Por Cristian Vitale

Hay pocas constantes –rígidas– en el largo devenir de Luis Alberto Spinetta. Pocas pero suficientes. Una es un axioma: su compromiso inalterable con el arte, su honestidad batalladora. Atemporal. Hace lo que quiere, siempre. Otra radica en una condición distintiva del espíritu: la virtud de trasladar –a quien lo merezca– hacia un mundo paralelo, a veces imaginario, poblado de sueños, laberintos y hermosuras. A una tierra sin mal donde descansar. Tómese cualquiera de las más de cuatrocientas canciones que escribió desde los ’60 para acá y siempre habrá una llave que permita ingresar en ese lugar deseado. O, al menos, una hendija para espiarlo y curar las heridas. Es como si atravesara todos los días de su vida inventando mundos a su arbitrio, caprichoso, tratando de buscar formas eficaces de embellecer, incluso, lo sombrío (como “Bosnia”). Un mañana, vigésimo segundo disco de su producción solista y trigésimo tercero de la total (Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Jade) que aparece mañana en las disquerías, viene precisamente a ratificar esa(s) condición(es): la de hacer lo que quiere, y hacerlo espejándose en una especie de alma colectiva ideal. Una en dos.

Y en ese ancho mundo cabe otro. Nunca una obra de Mr. L.A.S. se corresponde con una necesidad de mercado. Jamás. Hubo de pasar penurias para eso, pero acá está: firme y valiente. Desde un diseño que reproduce, a escala CD, la misma forma que el vinilo –primera edición– de Artaud. Un paralelogramo incómodo de encajar en bateas comerciales o discotecas hogareñas. Tal vez otra forma de resistencia; tal vez, una sutil estrategia para distanciarse de la media estanca del rock argentino, como cuando denunció, allá lejos en el tiempo, eso de los grupos musicales “repetitivos y parasitarios”. Una tapa que lo muestra como una especie de Quijote en harapos trepando una escalera. Llegando, negro y medio destartalado, al borde superior. Yendo a más. A un adentro en el que será imposible excluir un decir poético, apoyado en esa iconografía de los sonidos tan de él.

A través de sus doce canciones, Un mañana repite, resignifica, reutiliza, renace, entrecruza palabras clave de la galaxia Spinetta: tempestad, alas, luna, cuerpo, lágrimas, hojas, alma, estrella, sol, luz, sed, piel, desnuda, amanecer, mar, vuelo, velo, espejos, resplandor, cristal, tenue, ángel, duende, gema, soledad, sombra, distancia, etérea... un salpique semántico que a veces, según su nomenclatura, desemboca en sentencias de sublime arquitecto de la palabra. Una al paso: “Recuerda que la luna / es un solo cuerpo / entre tus lágrimas / y el vacío sideral” (“Vacío sideral”). Otra: “Tu alma es extraordinaria / quiere saber ser el tiempo / y no quieren saber de mirar relojes / tus ojos claros de sol a sol” (“Canción de amor para Olga”).

Y un bonus de clan. Como en 1975 –“Encadenado al ánima”, de Durazno Sangrando–, reapareció la pluma de Luis Santiago, su padre, en el tema quizá más “caliente” –por cercano al sol– de la placa: “Hombre de luz”. Una canción compuesta durante los setenta que, según Spinetta hijo, era la manera que tenía el Don de relacionarse con la música que escuchaba en los ensayos de la casa de Arribeños. “Era su propia versión de la pentatónica andina con un toque de blues, más un acentito tanguero que lo distinguía, más el misticismo típico de su expresión. Aun en el lío de componer tantas canciones nuevas, la melodía de mi jefecito no me pasaba desapercibida, solo que yo tenía que hacer lo mío”, cuenta Luis en la lámina, junto a la breve presentación del único texto que no le pertenece.

Igual que la saga Para los árboles–Camalotus–Pan, Un mañana es un disco para ablandar. Riquísimo en tonos, melodías y armonías. De levadura lenta. Solo a este Quijote de los sonidos se le ocurre abrirlo con un tema donluceriano como “La mendiga”, en el que los teclados y orquestaciones de su otro yo en esta época (Claudio Cardone) disfraza, bajo una atmósfera jazzera pero densa, un largo relato de desamor y despecho ocurrido en Balvanera. Intensidad que, en el suceder del resto, disminuye pero jamás desaparece: “Vacío sideral” es una bella pieza de estudio en la que el Flaco ensambla bajo y guitarra por capas, con solos acrisolados de uno de sus guitarristas “estrella”: Baltasar Comotto. Fórmula humana que se repite –a solas y más eléctrica– en “Despierta la brisa”. Otra estrella, el guitarrista de Jaime Roos, Nicolás Ibarburu, esboza parte de su versátil talento en “Tu vuelo al fin” –atención a la melodía que acompaña el “Oh!... dime qué ves”–, y la primera parte de “Canción de amor para Olga”. Sí, porque en un arrebato setentista, Spinetta decidió dividir una canción en tres secciones: “Coral de huecos”–“Canción de amor”–“Duende curador”, donde Cardone figura como autor de la introducción y los interludios celestiales que anexan las partes.

Tercer guitarrista estrella: Sartén Asaressi, que corona el solo final de “Mi elemento”, vía Internet desde Suiza. El resto, además del aporte de Valentino Spinetta en los arreglos de teclado en “No quiero decir”, es la banda que el Flaco mantiene hace cuatro años: Cardone más Nerina Nicotra en bajo y el enorme Sergio Verdinelli en batería. Una solidez de conjunto que nace del mundito entrañable de La Diosa Salvaje, se desarrolla en un sinfín de matices sin reglas preestablecidas y se manifiesta según pasan los discos. “Somos frágil cosa ante el universo”, sentencia L.A.S en el sentido escrito que acompaña la edición. Lo dice, básicamente, en carácter de portavoz y militante de Conduciendo a Conciencia, el proyecto por una ley nacional de educación vial que nació luego de la tragedia de Santa Fe, que causó la muerte de varios compañeros del colegio al que va su hija Vera. Pero, también, esa frase en principio atrabiliaria puede tener segundas lecturas: quizás hable de un mundo mejor como éste, paralelo, que aparece en sus canciones. Todo camino puede andar y en eso, señoras y señores, anda este viejo hippie.

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Spinetta entrega doce canciones de rara belleza.
 
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