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Lunes, 4 de agosto de 2008

TELEVISION › ENTREVISTA AL ACTOR JORGE MARRALE

“Una pintura de la realidad”

De ese modo define la relevancia de Vidas robadas, la telenovela de Telefé en la que encarna al jefe de la red de secuestro y corrupción de mujeres para la prostitución. Marrale señala que su personaje es “sospechosamente humano”.

 Por Emanuel Respighi

Entre el agotamiento y la satisfacción. En ese estado bipolar, imposible uno sin el otro, se encuentra Jorge Marrale, por estos días encarando la segunda mitad del año. Y como suele suceder en el gremio actoral, ambos polos tienen una única causa: el trabajo. Después de un 2007 en el que las propuestas laborales brillaron por su ausencia, 2008 le mostró la otra cara de la misma y arbitraria moneda que suele digitar el ánimo de los actores: primero se compenetró en el inescrupuloso y terrible Astor Monserrat que tensa cada noche el drama de Vidas robadas (martes a viernes a las 22.30, por Telefé); luego se encontró en la pantalla grande con el estreno de Cordero de Dios; y posteriormente se subió al escenario del Teatro Metropolitan con Baraka. “Se trata de un año muy pletórico, porque lo fundamental de los trabajos es que cada uno de los papeles me puso muy contento”, subraya en la entrevista de PáginaI12.

Cruzado por cada uno de los personajes que le tocó y le tocará interpretar esta temporada (ver aparte), el de Astor Monserrat en Vidas robadas es el que cosecha mayores elogios, por la fina interpretación que logró plasmar del jefe de la red de secuestro y corrupción de mujeres para la prostitución. Sin sobreactuar la frialdad organizativa de Astor, mucho menos su reacción sanguínea, Marrale sobresale en la piel de un hombre capaz de todo con tal de mantener el negocio que supo construir en las sombras, y que últimamente tomó estado público y parece estar perdiendo, al punto de que una serie de malas jugadas llevaron a que sus poderosos contactos le soltaran la mano. Apremiado por la Justicia y traicionado por la familia que él mismo forjó, la última imagen de Astor que se vio en la telenovela de Telefé fue entrando a su cuarto y pegándose un tiro. Un suicidio que, sin embargo, la historia ya se encargó de dar indicios de que parecería no ser tal. Hasta el capítulo del viernes pasado, que finalizó con una imagen (¿real?, ¿ficticia?) de Astor leyendo las noticias de un diario y sonriendo a cámara.

“Vidas robadas es una telenovela que, como Montecristo, dejó de lado los prejuicios que hasta no hace mucho existían sobre la telenovela como género”, relata el actor. “Si uno ve –enumera– las pegatinas que hay en la calle sobre cómo la gente busca personas, de cómo se movilizó la sociedad, que ya expone el conflicto de una manera abierta, y hasta cómo sale ahora una ley de trata de personas, da la sensación de que gracias a Vidas... el aparato social y político tomó conciencia de un problema que es muy grave como la trata de personas. Es increíble que todavía América provea, desde la pobreza, seres humanos para el intercambio comercial con el Primer Mundo. Y me pareció que era interesante servir a la difusión de la trata de personas, aun ocupando el rol de villano. Vidas... es una pintura de lo que ocurre, por supuesto que apoyado en el esquema de una telenovela.”

La verosimilitud de un mafioso

–Un tema tan real, pero oculto, como la trata de personas necesitaba tener un villano verosímil para que sus consecuencias traspasaran la ficción televisiva.

–Me pareció interesante meterme en la piel de Astor Monserrat, porque es un tipo muy particular al que le encontré algunas variables que lo hacen sospechosamente humano. El esquematismo del malvado de traje negro, gesto adusto y anteojos oscuros ya no sirve, es vetusto para la TV y la sociedad actual. Estamos saturados de imágenes esquemáticas e increíbles, a las que sólo uno se puede enganchar si renuncia al verosímil e intenta meterse en un juego de comedieta. Para hacer creíble a un hombre de esta calaña, como Monserrat, debía mostrarlo en calzoncillos. No tenía que mostrarlo como uno imagina que se mueve alguien tan jodido y poderoso. Por otra parte, yo no sabría hacerlo de otra manera. Me da la impresión de que, como juego dramático, Monserrat es muy atractivo. Las personas no están las 24 horas encerrados en una forma de ser y de pensar, mucho menos alguien así, aunque sí permanece constante el alma de las personas.

–¿La constante en Monserrat está dada por el lazo paternal perverso que generó en su círculo íntimo?

–En dos o tres oportunidades Astor habló de lo mal que lo pasó su padre, un hombre explotado en el campo. Hay un resentimiento, algo que no pudo procesar. No en vano elige prostituir a mujeres. Incluso ya no lo hace por dinero. Su madre era una germana muy dura. Astor, como todos, es un mix de circunstancias personales y sociales. La acción de Vidas... siempre fue fáctica y presente, no se hicieron flashbacks a su infancia. Pero a mí me sirvió para pensar que vivió una infancia compleja. Si no tuvo una imagen materna cariñosa y sufrió a un padre sojuzgado, se las debe haber visto muy mal para después revertir su visión del mundo y construir. Y construyó su monarquía de acuerdo con la constitución de su ser. Desde esa cabeza no sólo podría decir cómo se maneja un negocio sino el mundo.

–En la relación que Astor construyó con Dante (Daniel Navarro) y Nicolás (Juan Gil Navarro), a quienes rescató de la calle, los preparó para que fueran los continuadores del clan y hoy lo traicionan, parecería haber un concepto de paternidad deformada.

–Hay algo del contacto con los demás, de cierto nivel de lo afectivo, de cierto cuidado de lo propio, de cierta mirada caudillesca-patronal que a mí me sorprende. Hay ciertos aspectos del paternalismo que todavía siguen siendo atractivos en la sociedad.

–¿A qué se refiere específicamente?

–A que todavía la gente que sabe contener a su grupo, aunque sea minúsculo e ilícito, sigue siendo medianamente atractivo para muchos. Lo supuestamente afectivo le gana al resultado final de la monstruosidad que construyen estos tipos. ¿Qué atavismo hay en la construcción de lo familiar, que se ve en Vidas... y que también funcionó en El Padrino?

–Astor hace cualquier cosa para que su hija y su nieto no se enteren de sus negocios, y a la vez nadie puede negar el amor que siente por uno y por el otro.

–Y en esa patriada puede llegar a cometer cualquier barbaridad. El resultado es que si uno pone el ojo en el resguardo familiar, mucha gente piensa que está bien lo que hace, mientras sigue haciendo cosas terribles. Es para analizar esa redención que mucha gente hace por el cuidado que Astor tiene de su hija y su nieto. La lectura no es que él les miente a ellos sino que los protege. Es sorprendente la reacción de la gente. A mí me paran en la calle y me dicen “qué buen trabajo”, pero percibo que detrás de ese elogio hay algo más: hay una mirada que reprueba por un parte, pero que también acepta. Estos personajes me hacen pensar en los personajes caudillescos de nuestra historia como país, que nunca terminan de ser detallados como lo que fueron. Y probablemente muchos personajes de nuestra historia, que movilizaron gente, fueron como Monserrat. Hablo de la guerrilla del siglo XIX, de las guerras intestinas de este país. ¿Cómo y por qué se seguía a esa gente? Y todo eso conforma a Astor, al punto que la gente me para y me dice que no puede ser que esté muerto.

La ética de la sociedad actual

–¿Vidas robadas basa su verosimilitud en que la ética y la moral son valores que perdieron fuerza en la sociedad actual?

–Supongo que hay modelos que se fueron reproduciendo en el tiempo y alcanzaron el éxito con cierta inmoralidad. La moral o la ética perdieron posiciones y, tal vez, para la gente ya no son tan importantes. Sobran las dificultades para mantener una conducta. Cuando la gente dice “la vida está difícil”, lo que están señalando es que vivir en la legalidad no es una tarea fácil. La locura del dinero puede llevar a situaciones tremendas. Me llama la atención cómo en un corto trecho se pasa a lo clandestino. Antes seguramente llevaba mucho más tiempo. Hoy, la velocidad de la vida hace que se llegue más rápidamente al delito.

–La frontera entre el bien y el mal es cada vez más estrecha.

–Nos vamos acostumbrando a la malicia, a ciertos males y a determinados éxitos alcanzados con medios horribles. A mí me sorprende y me preocupa que esos éxitos sean reproducidos, imágenes de algo a imitar. Debe ser parte de la crisis que a nivel social estamos viviendo. Los poderosos de hoy construyen “familias paralelas”: se hermanan con jueces, policías, políticos... con todas las instituciones que deberían controlarlos y castigarlos. La crisis social-cultural no es casual: hay alguna tranquera que se ha abierto de prepo.

–Cuando Roberto Carnaghi interpretó en Montecristo a un represor contaba que no entendía los motivos que hacían que estos personajes brutales llegaran tanto a la gente. ¿Cree que es más fácil hoy darle verosimilitud a este tipo de personajes?

–Puede ser. También uno podría pensar que la sociedad está jugando más el juego de la ficción y el valor que le da es lúdico. No necesariamente la gente mira a Astor y lo imita. No creo que sea una valoración de este tipo. Más bien hay una deformidad en lo que se entiende por el éxito. Los quince minutos de fama modificaron la moral de nuestro tiempo: ahora todo vale. Y esa idea ha bajado a la sociedad. Y para aquel para quien todo vale, mi vida no vale nada. Es inquietante que todo esto remita a una soledad colectiva que rompió el tejido social. Los Estados, incluso, que antes sostenían a la sociedad, han desaparecido prácticamente en su función paternalista. Y las corporaciones son las que hacen, deshacen, presionan y construyen a su antojo. Además, cualquier gestión que desde el Estado tenga intenciones de solucionar las asimetrías sociales no es recibida por la sociedad de una manera creíble. Está instalado un estado colectivo complejo para que la incertidumbre, la malicia, la sospecha, el egoísmo, tengan espacios muy primarios, elementales.

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“El esquematismo del malvado de traje negro, gesto adusto y anteojos oscuros ya no sirve, es vetusto para la TV”, dice Marrale.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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