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Lunes, 3 de abril de 2006

TELEVISION › ENTREVISTA CON LA ACTRIZ JORGELINA ARUZZI

Del under a “Chiquititas”

Especialista en personajes freaks, la convocaron para protagonizar la típica tira de humor naïf, que hoy vuelve a la pantalla. “En la tele hice siempre lo que fuera, en función de sobrevivir”, se defiende.

 Por Emanuel Respighi

Surgida del under porteño, donde se convirtió en una de las mejores exponentes en la década del ’90, Jorgelina Aruzzi nunca se imaginó que protagonizaría un ciclo televisivo. Mucho menos encabezando el elenco de una tira infantil de humor naïf como Chiquititas, que esta tarde a las 17.30 regresa en la que sería su séptima temporada (las versiones anteriores se mantuvieron en la pantalla chica desde 1995 hasta el 2000). Es que la actriz de cuerpo pequeño y cara aniñada siempre se caracterizó por la creación de personajes “enfermitos” (desde sus intervenciones en Peor es nada hasta Vera de Amor mío, pasando por Vale en La niñera), más cercanos al circuito off que a las luces encendidas de la TV mainstream. Sin embargo, la actriz de carrera meteórica en el último tiempo se convertirá hoy en la protagonista de la nueva versión de la creación más exitosa de Cris Morena, ocupando el lugar en el que alguna vez estuvieron Grecia Colmenares, Romina Yan o Romina Gaetani, todas actrices de perfiles muy distintos a los de Aruzzi.

La versión del siglo XXI de Chiquititas vuelve a centrar su atención en un orfanato. Esta vez, la historia avanzará a partir de la búsqueda de Magalí (Aruzzi), una joven empresaria exitosa, de un hijo al que creía muerto. Sin embargo, años más tarde, la empresaria se entera de que al momento de nacer su hijo fue entregado por su padre a un orfanato, para que nadie se enterara de que su hija era madre soltera y así salvaguardar el honor de su apellido. En esa búsqueda, Magalí se convertirá también en Lilí, quien se encargará del cuidado de los chicos en el hogar. Allí, Magalí-Lilí empezará el proceso de investigación para saber cuál de todos los chicos es su hijo usurpado. “¿Qué pensé cuando me ofrecieron el papel?”, se pregunta Aruzzi en la entrevista con Página/12. Y se contesta con su habitual ironía, que ahora en su nuevo rol tendrá que dejar de lado. “Me preguntaba: ‘Qué loco... ¿Qué tengo que ver yo con Chiquititas? ¿Podré hacerlo?’. A cada rato pensaba: ‘¿Están seguros de que yo doy con ese papel?’. Era como que yo trataba convencer a los otros de que estaban eligiendo a la persona equivocada”, confiesa, aún asombrada. “No esperaba el protagónico, pero no iba a dejar pasar esta oportunidad”, aclara.

–Es que su convocatoria fue una sorpresa dado el perfil que cultivó, tanto en teatro como en TV. Encima, se trata de su primer protagónico.

–El protagónico es, en mi caso, un premio a todo el esfuerzo que hice durante años para llegar hasta acá. Pero también tiene algo de loco, debido a que en este tipo de programas no sólo tenés que actuar catorce horas diarias sino que además debés cubrir otros aspectos, como el baile o el canto. En ese sentido, el protagónico es un gran ejercicio atlético. En los roles secundarios o de coequiper, como en Amor mío, tenía mucha más tranquilidad: podía preparar no sólo los mates sino también las escenas.

–A usted se la asocia con el humor negro y absurdo. ¿Cómo fue aquietar ese gusto personal en un ciclo de humor blanco como Chiquititas?

–Estaba acostumbrada a trabajar para adultos, con otro código. Pero trabajar en Chiquititas me hizo bien, porque manejamos mucho el clown y eso es divertido. Es una buena posibilidad para explorar otro tipo de personaje. Al principio fue difícil: trabajar con chicos no es fácil. Pero encontramos el código en común. El mundo del niño es alucinante.

–Siempre abordó los personajes centrándose en el aspecto psicológico, abordándolos más allá de la superficialidad. ¿Cómo canaliza esa forma de actuar en Chiquititas?

–A mí siempre me gustó agregarles a los personajes algo de enfermitos. En Chiquititas me tuve que bancar no hacerlo y bajar un poco el tono de la actuación, porque tiene que ser más creíble. Y tuve que hacer algo más difícil aún, casi imposible: ¡estar linda! (risas). A mí me gusta observar mucho a la gente y siempre trato de sacar a luz lo que esconden. Por ejemplo, el año pasado, Vera se hacía la sexy, pero en realidad era una boluda total. Me gusta trabajar la histeria. Pero en este caso, Magalí-Lilí es un personaje más sano, por más conflictos que tenga.

–Hace un tiempo decía que en la TV se sentía una turista, que el teatro era su lugar. ¿Cómo lo ve hoy?

–Lo que pasa es que mi arribo a la tele fue meteórico. Siempre hice cositas muy chicas y en dos años empecé a tener más lugar. De hecho, ahora vivo en un estudio de televisión. Pero siento que cuando termine Chiquititas voy a volver a escribir mis obras y a desentrañar mis mundos imaginarios. Me expreso más fácil desde la escritura y lo monstruoso en el teatro. Pero ahora me dieron una visa que no quiero desaprovechar.

–Habrá que ver si después de Chiquititas le será fácil volver al under...

–Ojalá que sí. Tal vez vuelva al under desde otro lugar. Uno cuando hace under piensa sin dinero. Quizás ahora pueda no sólo escribir sino también producir mis espectáculos. No sé qué va a pasar. Lo único que sé es que me gusta el teatro y voy a volver allí. No sé qué me va a pasar con Chiquititas. Es una experiencia muy nueva. Yo nunca quise ser famosa. No sé qué me va a pasar con tanto afiche en la calle con mi cara...

–Un cambio muy brusco...

–Sí, la sobreexposición mediática es lo que más miedo me da. Pero yo sabía adónde me metía, por eso lo pensé tanto. Pero creo que vale más la experiencia de lo que estoy haciendo que el hecho de que me dibujen bigotes en un afiche o estar en todas las mochilas. Temo no poder tener una vida privada en la calle. Pero es temporal. También sé que la gente se olvida de todo. Igualmente tengo claro que lo que hago es presentar mi imagen a un personaje. No voy a ser la que empapela la ciudad con los afiches, ni la que está en las mochilas y cartucheras. Ese es el personaje, no yo. No me voy a convertir en un personaje de merchandising.

–¿Entonces no le gustaría hacer carrera en el mundo infantil?

–¡Ni loca! A mí me gustaría ser una actriz que abarque muchas notas del piano. Mi mayor deseo es que los chicos me tomen a mí como yo a El Chavo o a Morky y Mindy en su momento. Claro que ahora hay mucha más competencia que antes.

–Si bien va a ser una comedia, Chiquititas cuenta una historia fuerte para la serie, con una apropiación de bebés de por medio. ¿Cómo se aborda el tema?

–En los cuentos infantiles siempre pasan cosas terribles, desde Blancanieves hasta Bambi... Creo que en este caso los nenes no piensan tanto en la expropiación de bebés. Creo que los niños ven cosas muy diferentes a los que ven los adultos. Por eso muchas veces hay adultos que no entienden o no les gusta que sus hijos vean determinados dibujos, y los chicos no entienden por qué pasa eso. El mundo infantil es mucho más ingenuo. Yo fui fanática de La familia Ingalls y no estoy tan mal...

–Siempre se manejó muy cómoda en el under. Sin embargo, su inicio en TV fue en Videomatch, y su debut protagónico en Chiquititas, dos programas de fuerte veta comercial. Pareciera que usted no llevó los hilos de su carrera sino que fue al revés...

–Totalmente. Para mí, la tele siempre fue algo que hacía porque me daba dinero, donde iba de vez en cuando. En la tele hice siempre lo que fuera, en función de sobrevivir económicamente. Y de repente el trabajo me fue llevando a que hoy esté más en la tele que en el teatro. Pero, en sí, hasta el año pasado nunca elegí trabajos. La tele no me dio nunca opciones. Yo agarraba todo, sea porque era el único papel que me ofrecían o por cuestiones económicas. Siempre agarré donde había un mango.

–¿O sea que el teatro es el único lugar donde elige qué hacer?

–Claro. Lo que pasa es que como no hay guita, uno puede elegir... El protagónico televisivo es lindo, ¡pero requiere de mucho trabajo! Pensándolo bien, ya estoy para tomarme un año sabático.

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“Para Chiquititas tuve que bajar un poco el tono”, reconoce.
 
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