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Miércoles, 29 de agosto de 2012

TELEVISION › JAVIER DAULTE, DANIEL BARONE Y LAS IDEAS DETRáS DE TIEMPOS COMPULSIVOS

“Hoy, el loco sigue dando mucho miedo”

“Como sociedad, vivimos tiempos compulsivos que afectan tanto a sanos como a enfermos”, sostiene el dúo de Para vestir santos, ahora responsable de una ficción en la que un destacado elenco deberá lidiar con cuestiones que, al cabo, no resultarán ajenas al espectador.

 Por Emanuel Respighi

Si, como se suele decir, la primera impresión es la que cuenta, las dos cabezas detrás del nuevo unitario de Pol-ka parecen tener conocimiento de causa sobre la temática que, desde hoy a las 22.20 por El Trece, Tiempos compulsivos abordará en clave de ficción. Apenas se saludan con un caluroso abrazo, Javier Daulte (guionista) y Daniel Barone (director) empiezan a hablar compulsivamente –no podía ser de otra manera– de su nueva criatura televisiva, tras la lograda experiencia que tuvieron como dupla creativa en Para vestir santos, en 2010. “Tenemos que juntarnos a almorzar para contarte bien lo que me pasa con lo que veo”, le pide Daulte a Barone. “¿Viste cómo quedó el capítulo 5?”, le retrucará el director, en la primera de una sucesión de consultas y comentarios cruzados que ni siquiera los disparos de la cámara fotográfica para las imágenes que ilustran esta nota es capaz de detener. Compulsivos y comprometidos, Daulte y Barone vuelven a construir una historia televisiva que llevará el sello de su talento. Y también de sus propias fobias.

En un año en el que el público les fue esquivo a sus ficciones, Pol-ka intentará recuperar el terreno perdido en este último tramo de 2012. El primer paso lo dio con Sos mi hombre, desde la realización de una tira diaria que se vale de la receta costumbrista más clásica. Y ahora buscará reencontrarse con la audiencia de unitario a partir de Tiempos compulsivos, una ficción en la que retomará la terapia psicoanalítica ya transitada en anteriores programas de la factoría (Vulnerables, Locas de amor, Tratame bien). Esta vez, la historia se centrará en un hospital de día que alberga a pacientes ambulatorios que padecen compulsiones severas, la mayoría asociados a patologías del entorno psiquiátrico. Ese espacio terapéutico será el disparador desde el cual un grupo de pacientes y profesionales se relacionarán para demostrar que no sólo de poetas todos tenemos un poco. La historia está protagonizada por Rodrigo de la Serna, Paola Krum, Fernán Mirás, Gloria Carrá, Guillermo Arengo, Pilar Gamboa, Juan Minujín, Julieta Vallina, y contará con la participación especial de Marilú Marini y Carla Peterson (ver aparte).

“El programa, de algún modo, trata de reflejar lo que el título dice: estamos viviendo, como sociedad, tiempos compulsivos que afectan tanto a sanos como a enfermos”, abre Daulte. “La línea que separa a los sanos de los enfermos –agrega– no es tan clara como parece. Los pacientes que se consideran enfermos son aquellos que tienen muchas dificultades para armar un proyecto laboral o afectivo. Pero si no fuera por eso, no habría manera de identificarlos. La acción transcurre en un hospital de día, donde los pacientes no están internados, con la idea de señalar que ya no hay más ‘locos’. Los personajes de Tiempos... tienen perfiles que uno reconoce en amigos y familiares, pero que desconocemos que tienen esas patologías.”

Desde el lugar que le otorga su profesión, Barone suele agazaparse detrás del autor y director teatral para, luego de observar desde la distancia, tomar la posta. “La compulsión, hoy en día, me parece que es la protección a un mal mayor. Si uno evalúa la actualidad, donde un ginecólogo es capaz de darle un ansiolítico a una paciente, o un proctólogo te receta un Rivotril, es claro que estamos construyendo una sociedad compulsiva. No hay tiempo para la elaboración de ningún tipo: tengo un problema, me tomo una pastilla; tengo otro problema, me tomo otra pastilla”, ejemplifica el director detrás de Vulnerables, Culpables, Locas de amor y El puntero, entre otros ciclos.

–¿Tiempos compulsivos aborda a la compulsión como el mal silencioso de la vida moderna?

Javier Daulte: –Cambiar el auto cada año, tener cuatro televisores en una casa, renovar el celular cada seis meses, son síntomas de una compulsión. Claro que en esta jungla a nadie se le ocurre que este tipo de actitudes son como síntomas de una enfermedad.

Daniel Barone: –En la investigación previa veía el caso de las “acumuladoras”, que son las personas que tienen una compulsión por acumular cualquier cosa más allá de lo razonable. Y cuando leía esto me incluía dentro de ese grupo, porque en la actualidad yo tengo en casa más de 50 películas que no vi, están en lista de espera y probablemente nunca veré. Además de que esa lista seguirá creciendo, probablemente. Creo que, en algún punto, la mayoría podríamos ser parte del hospital de día de Tiempos...

–Que la historia transcurra en un hospital de día, con tratamientos ambulatorios, ¿persigue la finalidad de dar la idea de que la convivencia con la locura es más cotidiana de lo que se cree?

J. D.: –Vivimos un tiempo compulsivo, al punto que ni siquiera nos damos cuenta. El problema es que, en la actualidad, la compulsión no está vista como un problema. Ante la mínima ansiedad, todos estamos autorizados socialmente a buscar compulsivamente algo que alivie esa ansiedad, y no dejamos que eso hable. El hospital de día tiene que ver con la idea de sacar a la terapia del consultorio, de esa cosa cerrada y protegida, porque básicamente la terapia se hace como se puede y se pide ayuda como se puede; de ahí a que los terapeutas tienen que tener mucha imaginación para encontrar la manera de seguir tratando en los tiempos que corren. Cuando era chico se estilaba que un tratamiento psicológico requería de tres sesiones por semana, nunca menos. Por suerte, esos esquemas se fueron ampliando. Yo soy psicólogo recibido y defiendo el pensamiento psicoanalítico, pero en este programa lo defiendo de una manera no voluntarista. No sé si a los psicoanalistas les va a gustar esa idea.

D. B.: –Lo bueno de trabajar en este programa es que el conocimiento de causa de Javier genera un verosímil que no en todos los casos puede llegar a ser visto por los psicoanalistas con simpatía. También en ese sentido lo interesante es conocer qué dirá el “mundo psi” sobre el programa. Si bien es una ficción, hay zonas que el programa va a poder transgredir por conocimiento de causa.

J. D.: –Es una ficción, no es un documental. La gente no debe ver Tiempos... con la pretensión de aprender sobre pacientes con problemas mentales y tratamientos psiquiátricos. El programa hace foco sobre un aspecto humano, que tiene que ver con ciertas zonas muy frágiles, como la salud mental. Esas zonas son aspectos de lo humano, por lo que el espectador se va a poder identificar con ellos, porque los pacientes también tienen una vida como la de cualquiera. En uno de los capítulos, uno de los personajes dice que “no pueden no tener una vida”, de la misma manera que no pueden no tenerla los chicos que sufren síndrome de Down. ¿Qué hace la sociedad ante estos seres? Otro personaje reflexiona y concluye que las personas “se van a acostumbrar a nosotros y a partir de ahí nos van a querer”. No hay que esperar a que los enfermos estén bien sino que la sociedad tiene que aprender a vivir con ellos tal cual son.

–¿Pero en la ficción los pacientes se sienten señalados por el resto de la sociedad?

J. D.: –La estigmatización del enfermo mental existe, es una de las lepras de ayer y hoy. El loco sigue dando mucho miedo. Aun cuando todos tengamos alguna cuerda floja. Obviamente no se vuelve loco quien quiere sino quien puede. La sociedad debe aprender a desestigmatizar al enfermo mental. Antes, los enanos estaban en los circos, los locos en los loqueros y a los que tenían síndrome de Down se los encerraba en sus casas. Necesitamos ampliar el concepto de lo humano.

D. B.: – De hecho, en Tiempos... las crisis son disparadas por los psicoanalistas más que por los mismos pacientes, que están compensados. El programa habla sobre las consecuencias de esas crisis generadas por y desde el afuera. Ese punto de partida lo diferencia de otros proyectos.

Del libreto a la pantalla

–¿Cómo es la forma de trabajar que tienen entre ustedes? ¿Están en permanente contacto, o son autónomos uno del otro?

D. B.: –Hay un momento previo, en la preproducción, que es donde más cercanía tenemos. En cierta forma, es en ese momento donde el concepto del programa se define y todos los que trabajamos debemos entenderlo para hacer nuestro aporte en función de la historia. En ese sentido, yo me considero un intérprete: interpreto el material que Javier piensa y escribe. Plasmar en imagen lo escrito, hacerlo audiovisual, requiere de un entendimiento del director hacia el autor.

J. D.: –Tenemos la experiencia de Para vestir santos, donde pude notar una comprensión profunda de mi escritura. Y lo volví a comprobar ahora: con Tiempos... hay una previa en la que Daniel me hace preguntas muy específicas, que no dejan de llamarme la atención, pero que por otro lado son lógicas, ya que él tiene que construir el mundo visual. La fuerte admiración mutua y el respeto hacen que tanto él como yo podamos levantar el teléfono y llamar al otro para hacerle alguna consulta sobre determinada escena o personaje, sin miedo a nada. Lo he llamado para preguntarle cómo resolvió tal escena, porque pensaba retomarla más adelante. Ni yo ni él trabajamos pensando en que el otro se las arregle.

–En su trabajo como director, ¿la búsqueda es interpretar la obra o la mirada del autor?

D. B.: –Cuando hay un autor como Javier, donde hay una presencia importante y el compromiso es de punta a punta, lo mejor es poner la dirección en función de dicha interpretación. En Tiempos..., la línea dramática no es una sucesión de líneas de un personaje. La línea de Tiempos... es una sucesión de escenas de distintos personajes, que se intercalan y en cierta forma dialogan entre sí, y que apuntan hacia una columna vertebral común. Ahí es cuando aparece un autor. Si no hay un autor que se haga responsable, yo me hago cargo, sin consultar nada y haciendo la mía. La profesión me dio el oficio para hacerlo. Pero la mejor televisión es el resultado de un equipo comprometido. La mirada del director nunca puede dejar de estar en ningún hecho artístico que dependa de la imagen y de la dirección de actores. Una cosa es estar aliado entre el director, el autor, los actores, la música, el montaje y el resto del equipo técnico, formando un todo. Y otra muy distinta es hacer una obra con chispazos de talento aislado que no conforman algo atractivo. Nuestro lenguaje tiene algo de trabajo en equipo muy fuerte.

J. D.: –Una obra audiovisual parte de una autoría escrita, pero Daniel también es un autor, plasmando una mirada. Eso de que va ciego a lo que interpreta es mentira: aporta una mirada que se complementa y se funde con la mía. Puede trabajar de esa manera porque trabajo en la previa, tomando decisiones que completaron el concepto del programa. Por ejemplo, Tiempos... tiene un espacio neutro en el que los personajes hablan a cámara. Decidir qué es eso no es azaroso. Cuando me lo preguntó, para mí era el personaje y un fondo blanco detrás. O sea... ¡una pelotudez espantosa! Pero él pudo desprenderse de la palabra neutro y logró aplicar a esos momentos una profundidad textual desde lo visual. Eso, más que un intérprete, es un autor. No es lo mismo “Zamba de mi esperanza” cantada por mí que por Mercedes Sosa, y el autor es el mismo.

–¿Y cuánto condiciona al autor la imagen del director que le devuelven los capítulos terminados?

J. D.: –Lo lindo de la tele es que uno va escribiendo mientras va viendo el material que él hace, por lo que hay una inexorable retroalimentación entre el autor con el director y el resto del equipo. Esa posibilidad, en este caso, me considera a favor. Cuando se trabaja en equipo, todo es posible. De hecho, ver capítulos ya grabados podría no ser un estímulo, podría ser una limitación, un obstáculo. Hoy, por ejemplo, tenía el capítulo 5 en casa para verlo. Pero estaba escribiendo el capítulo 15 y pensé en verlo después. Pero como veía que no avanzaba en la escritura, me puse a ver el 5 y resultó estimulante: le entré al 15 con ideas más claras. Cuando la rueda va a favor, la máquina televisiva fluye. Cuando uno de los engranajes falla, la máquina se traba. Y eso que en cierta manera mi trabajo es más individual: ellos son los que lidian con todos los engranajes del proceso. A mí se me protege muchísimo para que pueda fluir, porque si me entero de cada uno de los problemas que hay, enloquezco y me convierto en un productor ejecutivo asociado y sin experiencia.

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“Cuando la rueda va a favor, la máquina televisiva fluye. Cuando uno de los engranajes falla, se traba.”
Imagen: Pablo Piovano
 
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