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Sábado, 12 de septiembre de 2015

TELEVISION › HISTORIA DE UN CLAN, ACERTADA MINISERIE REALIZADA POR UNDERGROUND

Nuevos ángulos para una vieja historia

Obligada a abordar el resonante caso del clan Puccio con matices que la diferenciaran, la producción que se ve los miércoles por Telefe encuentra el tono justo. Y lo consigue apoyándose en un guión ajustado y un contundente trabajo del equipo actoral.

 Por Emanuel Respighi

Historia de un clan trasciende a los Puccio, a esa familia de silencios, complicidades e hipocresías que secuestró y asesinó a sus conocidos de la alta sociedad de San Isidro a finales de la dictadura y comienzos de la democracia. La serie que acaba de estrenar Telefe, con emisiones los miércoles a las 23, logró en su debut lo que pocas historias basadas en hechos reales y adaptadas a la TV o al cine consiguen: aportar una nueva mirada a lo que la mayoría del público conoce. Liberándose del corset que impone la causa judicial, trabajando con libertad los vínculos humanos en el seno de esa familia encabezada por el maquiavélico Arquímides, el debut de Historia... recreó una posible dinámica social entre los Puccio, con un sentido de la intriga y de la sutileza propio del mejor thriller psicológico. Un promisorio episodio estreno al que aquellos que se propongan contar una historia basada en un suceso real y no quieran morir en el intento deberían tomar como referencia inevitable.

La intriga de Historia de un clan no pasaba sobre lo que se iba a contar. Al fin de cuentas, mucho se ha escrito y dicho en los 30 años que pasaron desde que el caso tomó estado público en 1985. El reciente estreno del film de Pablo Trapero, El clan, con sus más de dos millones de espectadores, volvió a poner sobre la mesa de los argentinos aquel viejo y siniestro caso. El desafío principal de la producción de Underground, la compañía de Sebastián Ortega y Pablo Culell, consistía en saber cómo iban a hacer para que esa historia que conocen (casi) todos pudiera atrapar a los televidentes. La impecable resolución del primer capítulo volvió a demostrar que es tan (¿o más?) importante la forma en que se cuenta una historia que lo que, en definitiva, se está contando.

La elección de situar a la narración y a la cámara en la cotidianidad de la familia Puccio y en las distintas relaciones que se daban entre sus miembros parece ser el principal de una larga serie de aciertos de la ficción, ganadora de los concursos de fomento audiovisual organizados por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) y el Ministerio de Planificación de la Nación. Si hasta ahora el foco se había puesto en la perversa figura de Arquímides y/o en la relación que había construido con Alejandro, el hijo mayor rugbier que entregaba a compañeros y conocidos, en Historia... la cámara se entromete en la intimidad de una familia “normal” para el afuera pero oscura por dentro. La fuerte imagen paterna, manipuladora a más no poder con sus hijos, principalmente con Alejandro, le imprime al clan una tensión que trasciende la pantalla.

Esa dualidad de dimensiones, entre el glamoroso mundo al que aspiraba pertenecer el clan y el que construían puertas y secuestrados adentro, se materializa estéticamente en el contraste en las tonalidades de colores de la imagen en la que se apoya la trama escrita a seis manos por Luis Ortega, Pablo Ramos y Javier Van de Couter. Los colores pastel y el brillo de la imagen cuando la acción transcurre en los ámbitos propios de la high society sanisidrense se oponen a los ocres y claroscuros de la casona que era ámbito familiar, lugar de secuestro y aguantadero. Todo en el mismo espacio y al mismo tiempo. La escena en la que las mujeres de la casa van a un spa a hacerse masajes mientras los hombres del hogar secuestran a su primera víctima refuerza la idea de que Historia... es una ficción de contrastes. Tan abruptos como la imagen de familia perfecta y católica que profesaban públicamente y el horror con el que convivían los Puccio en su universo privado.

La hondura dramática que alcanzó la ficción en el debut no se limita a la libertad autoral con la que se trazó una dinámica familiar posible y misteriosa. El “grupo de tareas” con el que Arquímides asestaba los secuestros extorsivos fue otro acierto de Historia..., para que no decayera la atractiva incomodidad que mantuvo atentos a los televidentes durante el episodio inicial. La “mano de obra desocupada” de la dictadura se vuelve presente en ese tenebroso grupo, con personajes tan misteriosos como horrorosos en sus diálogos cuando se juntan para las denominadas “reuniones de consorcio”. En sus formas y en la impunidad con la que planifican el primer golpe transmitieron un escalofriante horror. La escena en la que cada integrante se rebana un dedo con la cortadora de fiambre de la rotisería familiar, como prueba de unión sanguínea, le aportó espíritu lúdico como lóbrego.

Nada de la incómoda y atractiva tensión que se mantuvo inalterable desde el comienzo hasta el final del capítulo pudo haber sido posible sin un nivel de actuaciones tan parejas como necesarias. Alejandro Awada, en la piel de Arquímedes, alcanza en Historia... uno de sus trabajos más logrados, componiendo a pura miradas y gestos a un perturbador y despreciable personaje. La interpretación de Ricardo “Chino” Darín del traumado Alejandro, el hijo al que Arquímedes involucra de manera directa pidiéndole que “entregue” a sus conocidos, se ajusta a las necesidades psíquicas y físicas (torso y cola desnuda mediante) del ex Puma. Los trabajos de Pablo Cedrón, Gustavo Garzón y el humorista Tristán (todo un hallazgo en su interpretación de Coronel, en el primer papel dramático de su vida) generan en los televidentes una repulsión al grupo comando acorde a la naturaleza de sus personajes.

En una TV argentina que tiende a la homogeneización de sus propuestas, Historia... se destaca por imprimirle a la ficción la cuota necesaria de riesgo para recuperar audiencia. En unitario más psicológico que de acción, el ritmo cadencioso del relato en ningún momento mostró desvíos innecesarios ni golpes efectistas. La particular “mano” de Luis Ortega en la puesta de cámara, como en la dirección de los actores, transforma a Historia... en el regreso a la pantalla chica del “unitario de autor”, aquél en el que el director logra no acumular escenas sino plasmar un hilo dramatúrgico propio. Una búsqueda en la que, tal vez, la TV abierta argentina encuentre la salida para volver a seducir a espectadores cada vez más formados por las series extranjeras al alcance de tan sólo un click.

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Historia de un clan se destaca por imprimir la cuota necesaria de riesgo para recuperar audiencia.
 
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