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Jueves, 29 de septiembre de 2005

TELEVISION › LOS NUEVOS CLICHES TELEVISIVOS

La autoridad estetizada, los parapolicías cómicos

 Por J. G.

La burbuja catódica toca y transforma en oro: sucedió una vez con el desempleo, cuando los realities acostumbraron a la larguísima cola de miserables esperando aprobar el casting que los encerraría en casas (las del Gran Hermano) con todo pago. O cuando se los enroló en academias de cantantes con destino incierto. Otra vez pasó con los quirófanos, y de pronto la asepsia temible del fondo blanco, los azulejos, hasta el mismo bisturí fueron el nuevo objeto de deseo de las “dispuestas a transformarse por entero” gracias al Extreme Make Over o el Doctor 90210. Si la muerte violenta puede tener su propio star system, a punto de estrenarse el docurreality Forenses, cómo no iba a suceder lo mismo con la policía, repentinamente glamourizada con un look tipo vintage en Mosca & Smith en el Once, devenida en una patrulla heroica al pie del cañón en Policías en acción, revisada como una dupla cómica y sexy de galanes-agentes parapoliciales en Sin código.
La nueva tele obsesionada con la inseguridad le busca el mejor disfraz al tema del momento: un Criminal a mano armada con ribetes heroicos para aleccionar al pederasta como en una escena de Pecados capitales (el último lunes, en Canal 9) o una Mujer asesina dejando caer una lágrima y hablando como en un poema con el trazo encantadoramente kitsch de una de Almodóvar. Estetizados, seductores, en versión antirrealista, los agentes de la tele 2005 heredan (en Mosca & Smith y en Sin código) cierta afectación de sus precursores de series norteamericanas de los ’70 y ’80 (Starsky & Hutch, Chips), así como la conversión del uniformado en seductor. Aquí surge una mística del semental (Nicolás Cabré, Tomás Fonzi...), del que firma autógrafos y se levanta a una modelo para reemplazar una mitología más chequeada: la del garronero, el recolector de pizzas o el que reclama la coima en el semáforo. Las imágenes que llegan sólo dignifican si extinguen el referente, si logran que el signo abandone la denotación y se torne voluptuoso, sensual. Hasta conseguir que se sature de subcategorías (agentes secretos de Sin código, fiscales de Criminal, policías de civil de Mosca & Smith), corridas del valor descriptivo para ser el centro de la acción, justo cuando nadie puede dejar de hablar de La Inseguridad, justo cuando la ficción tiende un puente directo con el noticiero. La nueva comunidad de policías y asesinos se dignifica en su carga sentimental, se hace deseable gracias a su perfecto armado de look, se anima al pelo largo, al elegante sport y hasta a una extraña convivencia entre varones, en Sin código, más allá de lo profesional.
Queda, también, la alternativa de abordar el tema borrando del todo al uniformado, extinguiendo su figura tan controversial sin la necesidad de revisarla: en Criminal la ley se ejerce como parte del plan de un antihéroe urbano (Diego Peretti) que empieza haciendo justicia por mano propia después del asesinato de su padre y sigue con un delirio mesiánico que le impone aleccionar a minorías de desviados. Criminal y también Mujeres asesinas (el unitario del momento) apuestan a la extinción policial, los hacen intervenir tarde o los borran del todo habilitando la decisión de matar. El justiciero obra siempre con justificación, como en una revancha que exculpa o dignifica, bajo un solo punto de vista empático que elimina alternativas y hace suspirar de alivio al llegar el primer disparo o la cuchillada. Otra vez, la tele de la justicia por mano propia glamouriza la acción como parte de un plan pasional o de emociones violentas, funda un mundito donde policías y fiscales intervienen después, siempre después, cuando ya pasó lo que tenía que pasar, como parte de esa descarga total que varía entre la pulsión orgásmica y el mandato más fuerte que la voluntad.
En suma, policías y justicieros de 2005 comparten el don: el protagónico. Pasó lo que tenía que pasar e ingresaron a las marquesinas rutilantes, a la interpretación a cargo de primeras actrices, al delineado de un look retro con inspiración en los Starsky & Hutch y las criaturas de Wes Anderson a cargo de las mentes creativas de Agulla y Baccetti, corridos de ese eterno segundón que se limitaba al maniquí de gorra y silbato. El policía se le expropia al extra para ser entregado al primer actor. No esquiva el romance y coquetea con el humor en el cóctel explosivo que repone un elemento faltante en la vida real. Los Sin código y los Mosca & Smith ofrecen protección (dentro o fuera de la famiglia) a chicas lindas, mezclan arresto y romance, se enamoran durante la misión, sexualizan la práctica con más piropos que aprietes, como si la propuesta decente reemplazara el abuso de poder, como si la galantería borrara el defecto colectivo. Y como si una nueva virtud (para) policial le lavara la cara, en el momento justo y siempre desligada de cualquier pretensión realista, a la institución.

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Cabré, Suar y Dupláa, los Sin código.
 
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