Sábado, 27 de junio de 2009 | Hoy
VIDEO › ULTIMA PARADA, DE BRUNO BARRETO
A partir de un episodio real, el secuestro de un ómnibus carioca que tuvo en vilo a todo Brasil, el realizador de Doña Flor y sus dos maridos narra la historia del menino da rua que protagonizó la tragedia, sin convertirla en un espectáculo de la miseria.
Por Horacio Bernades
El siglo XX no terminó bien para Sandro do Nascimento. El 12 de junio de 2000, a primera hora de la tarde, el chico, criado en la calle, secuestró a punta de pistola un ómnibus de línea, en Río de Janeiro. Durante casi cinco horas, con el ómnibus detenido, Sandro tuvo en vilo no sólo a la decena de pasajeros que tomó de rehenes, sino al Brasil entero. No es una manera de decir: tan rápido como los escuadrones especiales de la policía carioca llegó la televisión, que transmitió en vivo para una audiencia estimada en 35 millones de espectadores, hasta que el episodio llegó a su fin. Un fin tan trágico como la vida de Sandro hacía prever. Dos años después, aprovechando el abundante material grabado por los noticieros, un documental extraordinario (Onibus 174, visto aquí en el Bafici) reconstruyó no sólo ese acto final, sino la historia entera de Sandro. Viendo seguramente en esa historia una cifra del país, el año pasado el cine brasileño volvió sobre ella, esta vez desde la ficción. Ultima parada 174 es el título de esta nueva película, que el sello AVH acaba de sintetizar, para su edición local en DVD, como Ultima parada.
En vista de los antecedentes de Bráulio Mantovani (guionista de Ciudad de Dios y Tropa de elite), no parece desubicado presumir que Bruno Barreto (realizador de Doña Flor y sus dos maridos, de allí en más cineasta bilingüe, entre Hollywood y su país) le habrá tenido la muñeca bien agarrada al autor del guión, para que no derrapara para el lado de los tiros. Nacido en la favela que se conoce con el nombre de Ratón Mojado, criado en la calle y testigo, a los 6 años, del degüello y decapitación de su madre, la historia de Sandro daba para un relajo de sensacionalismo amarillista, y uno de los logros de Ultima parada es la limpieza con que evita caer en ellos. Tampoco es que la película mire para otro lado. Hay aprietes, ejecuciones (policiales y de las otras), jerarquías mafiosas y, sobre todo, una agresividad permanente, que se expresa tanto en términos físicos como de lenguaje. Lo que no hace Barreto es convertir todo eso en un espectáculo de miseria, tráfico y crimen, a la manera de las películas que Mantovani escribió previamente.
Tampoco es que todas las decisiones tomadas por realizador y guionista sean correctas. No se entiende muy bien a qué apunta, por ejemplo, el doble ficticio que la película le inventa a Sandro, tocayo nacido al mismo tiempo, que es como su versión heavy (Sandro siempre parece incómodo en el papel de duro que la calle le impone, y eso coincide puntualmente con los testimonios que se oían a lo largo de Onibus 174). Hay incluso una historia de suplantamiento de identidades, más propia de un culebrón de Rede Globo (que produce la película) que de un drama social. Es interesante, sí, que el film no romantice ni paternalice a su protagonista. El chico es una máquina de cometer errores, desde querer casarse con una joven prostituta a confundir amigos y enemigos. Como cuando rechaza, furioso, a la representante de una ONG que quiere ayudarlo, con la mejor de las intenciones. Para no hablar del episodio final, en el que secuestró el ómnibus sin saber para qué (pidió primero una granada y un rifle, después dos granadas y dos pistolas 45, finalmente un helicóptero para huir del país) y terminó enfrentado a medio BOPE, el temible escuadrón SWAT de Tropa de elite.
Al centrarse casi exclusivamente en esas cinco horas infernales arriba del ómnibus, Onibus 174 lograba una total condensación dramática y espacial. Sobriamente narrada, impecablemente actuada, al panear sobre la vida del chico y seguirla linealmente, Ultima parada no puede evitar convertirse, en cambio, en un seguimiento a distancia. Distancia que parecería expresar lo que va de lo real a la ficción. La cercanía de Onibus 174 era tal que el espectador se sentía responsable directo por la vida del chico. En Ultima parada sólo queda presenciar, desde la comodidad del living, un derrotero de biógrafo.
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