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Sábado, 19 de noviembre de 2005

MUSICA

Apuntes de un narrador de historias

Atahualpa Yupanqui nació el 31 de enero de 1908 en un rancho de Campo de la Cruz, Pergamino, en la provincia de Buenos Aires, como Héctor Roberto Chavero. Mucho después eligió llamarse Atahualpa, por el último Inca, y Yupanqui, que en amauta, un dialecto quechua, significa “narrador de historias”. Nació en lo que definiría como “pobreza de las de antes”: una pobreza que admitía biblioteca, escuela, profesor de música y de inglés. Sus libros de cabecera, después del Martín Fierro, eran El Quijote y Genealogía de la moral, de Friedrich Nietzsche.
En 1942, en una peña de Tucumán, conoció a Paule Antoinette Pepin Fitzpatrick, Nenette, una joven canadiense, pianista y compositora. Cuando él subió a cantar ella estaba distraída, conversando con una amiga. Mortificado, la retó: “Haga silencio, niña”. La chica le hizo caso y se quedó con él los cincuenta años siguientes, fue la madre de su hijo y, escondida en el seudónimo de Pablo del Cerro, la autora de la música de varias de sus obras, como Chacarera de las piedras y la exquisita Guitarra, dímelo tú, ambas incluidas en el segundo CD.
Atahualpa dejó más de 1200 composiciones y ocho libros, entre ellos, El payador perseguido y El canto del viento. No todo es conocido: cada tanto siguen apareciendo versos que ocasionalmente le regalaba a algún amigo. Cuenta su hijo, Roberto Chavero, en la biografía doble Astor - Atahualpa. Los caminos de la identidad: “Van apareciendo a medida que la gente que ha recibido alguna cosa escrita por él se acuerda de hacer una copia y nos la manda. En cualquier sitio podía venirle una idea y se ponía a escribir, donde estuviera. A veces me preguntan: ‘Dígame, ¿esto es de su padre?’. Y qué sé yo si es de mi padre”. Fue perseguido político del primer peronismo, censurado, detenido varias veces y hasta torturado: para callar su guitarra le quebraron el índice de la mano derecha. Pero sus carceleros no sabían que era zurdo. En 1948 se exilió en Francia, junto a Nenette. Sus canciones lo habían precedido, y lo recibieron poetas como Pablo Neruda o Paul Eluard, en cuya casa, una noche, lo escuchó cantar Pablo Picasso: “¡Hombre, ojalá yo pintara con tanta verdad como tú cantas!”, le dijo. Allí también estaba Edith Piaf, que al poco tiempo lo invitó a presentarse con ella. Murió en Francia, en 1992, después de haber llevado su guitarra por el mundo. Sus restos descansan en el Cerro Colorado, debajo del algarrobo al que le cantó.

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