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Miércoles, 9 de diciembre de 2009

La ficha

“Tengo un pie en Madrid y otro acá, y creo que los huevos me han ido a caer por la zona de Miami”, admite Carlos Salem mientras la tarde va secuestrando las luces de un viejo bar de Almagro. Creció en Neuquén –donde jura que robó autos–, luego fue a estudiar periodismo a Córdoba y terminó emigrando a España hace más de dos décadas. Allá trabajó en diferentes publicaciones y puso un bar, el Bukowski, donde un rejunte de locos lindos leía textos varias veces por semana. Mientras servía tragos, fue acumulando una obra voluminosa. Cierta vez unos editores entraron en el boliche y a una chica se le ocurrió soltar un “ey, pídanle a éste, que tiene como siete novelas encajonadas”. Eso ocurrió hace tres años, y fue la primera estación de un tren que no se ha detenido. Desde entonces publicó varios poemarios, entre los que se destacan Foto borrosa con mochila (2005) y Si dios me pide un Bloody Mary (2008). Además, Camino de ida (2007) le valió el Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón 2008 a la mejor primera novela en español; y según la revista Lire fue una de las diez mejores obras policiales editadas en Francia durante esta temporada. Matar y guardar la ropa está siendo traducida a varias lenguas. Otro tanto está por suceder con Pero sigo siendo el rey, donde puso al rey Juan Carlos en plan de road movie por la Península Ibérica. El cuento es otro de sus hábitats: acaba de participar de la antología Un nudo en la garganta, y ya están circulando Yo también puedo escribir una jodida historia de amor y Yo lloré con Terminator 2.

“Ser argentino es una forma de mirar por la ventana –sentencia–. Siento que sigo observando desde ahí. En una de mis novelas un personaje de acá dice: ‘La generación de mi viejo creció convencida de que Dios era argentino. Mi generación directamente pensó que Dios no existía, pero que si existiera seguro sería argentino. Los pibes de ahora saben que Dios no existe, y la Argentina ya veremos’”. En el brazo izquierdo, Salem tiene un tatuaje con las palabras “Aller simple” (“viaje de ida”, en francés): “Me recuerda que uno va hacia adelante, que no se puede volver. A pesar de eso, este país es mi debilidad”.

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