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Miércoles, 30 de diciembre de 2009

MUSICA › LA GESTIóN DE GARCíA CAFFI

Achicar el Colón

El Teatro Colón salió del año de inopia provocado por la gestión de Sanguinetti (un nombramiento con el “sello Macri” en el orillo, comparable a los de Rodríguez Felder o Abel Po-sse) llamando a alguien con antecedentes en la materia. Pedro Pablo García Caffi había dirigido el Teatro Argentino de La Plata y había sido el director-manager de la Filarmónica de Buenos Aires y, más adelante, de la Camerata Bariloche. Y casi de inmediato logró armar una minitemporada que comenzó con la reposición del oratorio Juana de Arco en la hoguera, de Arthur Honegger, continuó con Orfeo y Euridice de Christoph Willibald Gluck (con un excelente elenco integrado por Franco Fagioli, Virginia Tola y Paula Almerares) y El rapto en el serrallo, de Mozart, que concluyó con I due foscari, de Verdi. Pero la gestión tomó el sesgo, de manera casi inevitable, de las reducciones de personal y de las extrañas maneras que el nuevo director tuvo de instrumentarlas. La idea de que en el Colón sobraba gente ya había sido explicitada en campaña por el Jefe de Gobierno, un profundo conocedor de la materia, y varias fuentes cercanas a la mesa chica de Macri aseguraron que la causa de la partida apresurada de Sanguinetti no fue que su gestión fuera desastrosa (de lo que aparentemente no se habían dado cuenta) sino que se negó a cumplir la orden que, más tarde, García Caffi haría propia. Parte de los 400 empleados que el Colón de-sestimó fueron trasladados al Ministerio de Salud y el tema, más allá del escándalo cuando el director del Colón se presentó en la Legislatura, todavía está en vía judicial. En cuanto a las obras, los expertos aseguran que la cuestión de la acústica ha sido bien tratada pero que el teatro se encontrará, a partir de su reapertura del próximo 25 de mayo, con dificultades mucho mayores que las que tenía antes para poder montar escenografías. Si no se modifica el plan vigente, las escenografías y materiales no tendrán otro camino al escenario que la propia platea. En materia de programación, y más allá de la inadmisible incorporación de García Caffi como régisseur (un área en la que carece de antecedentes significativos como para ser incluido en una temporada del Colón, más allá de la falta de ética que cualquier autoprogramación conlleva), los anuncios permiten colegir un énfasis en los aspectos más tradicionales del teatro. Los grandes nombres de algunos artistas (significativamente ausentes de la programación operística) permitirán vender abonos a las aproximadamente 5 mil personas de altos recursos económicos que ya concurrían al teatro con anterioridad. Pero satisfacer el gusto de algunos melómanos, sin intentar ampliar el público y la oferta estética, resulta insuficiente para un organismo pagado por todos los habitantes de una ciudad. Por ahora, ésa es una asignatura pendiente.

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