La historia que John Cameron Mitchell creó en 1998 es la de un joven llamado Hansel que creció del lado oriental del Muro de Berlín junto a su madre, una profesora que da clases de escultura a personas con miembros amputados y ferviente creyente en la teoría de la “media naranja” en el amor. Bajo esa influencia, Hansel decide ir en busca de su propia media naranja y encuentra esa mitad que le faltaba en un soldado americano, que le propone casamiento y una nueva vida en el capitalismo occidental. Claro que, para contraer matrimonio, el berlinés deberá operar su sexo y convertirse en mujer. Pero algo durante la operación sale mal y, en lugar del sexo femenino, a Hansel –ahora convertido en Hedwig– le queda una pequeña pulgada, un pequeño pedazo de carne indeciso entre las piernas que no es ni una cosa ni la otra. Este es sólo el comienzo de las andanzas y desventuras de Hedwig: una vez en Estados Unidos, se desvanecen las razones por las cuales se ha operado –el soldado americano lo abandona, cae el Muro de Berlín– y decide empezar una nueva vida como cantante de rock. Conoce a un adolescente, Tommy, su nueva media naranja al que protege y prepara profesionalmente, pero éste también se marcha, robándole todas sus canciones para luego convertirse en una gran estrella del rock. Si en el film todos estos personajes aparecen encarnados, en la pieza teatral sólo lo hacen a través de la palabra y el cuerpo de Hedwig. Solamente un personaje secundario está permanentemente en escena en la obra: Yitzhak, una drag queen a la que Hedwig somete y obliga a convertirse nuevamente en hombre, confinándolo a las sombras. “Hedwig terminó siendo la sombra de su novio Tommy y por eso ella busca a este otro personaje para someterlo, opacarlo, al igual de lo que los demás hicieron con ella. Entre Hedwig y Yitzhak se instala una lucha de egos. Una lucha que es metáfora de la lucha interna que tiene Hedwig, entre su lado femenino y su lado masculino, por la que debe pasar hasta encontrarse y aceptarse”, analizan los protagonistas.