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Domingo, 6 de marzo de 2011

CULTURA

Un recuento de clásicos

El lector se debe haber pasado los últimos diez minutos tarareando “Message in a bottle”, la canción de The Police en la que el narrador tira su llamado de auxilio y se da cuenta de que no es el único: “Esta mañana caminando, no puedo creer lo que vi/mil millones de botellas había en la costa/parece que no estoy solo en esto de sentirme solo/Mil millones de náufragos, buscando un hogar”, entona Sting.

Pero en el universo artístico hay espacio para más. “Historia del pescador y del genio”, uno de los primeros cuentos de Las mil y una noches, es un ejemplo. Un pescador tira su red y engancha un cacharro. Por curiosidad le hace un agujero y por el orificio empieza a salir humo. Los vahos ganan consistencia hasta que se materializa un genio que quiere matar a su liberador. “Lo que no entiendo es cómo hacías para caber en un espacio tan chico. Si no lo veo no lo creo”, comenta el pescador, en un intento de zafar. Cuando el genio le muestra que es capaz de entrar, el pescador tapa el hueco, lo encierra y se salva.

Para el mismo lado va El diablo en la botella, de Robert Louis Stevenson. Ahí el que habita del otro lado del vidrio es Satanás. Y el demonio hace que el poseedor del objeto –de un material irrompible– consiga lo que desea. Pero si muere sin venderle la botella a otro, va derecho al infierno. Cualquier metáfora vinculada con el mercado es bienvenida. Cortázar, por su parte, fue más poético. “Es así, pienso, que se operan las comunicaciones profundas, lentas botellas errando en lentos mares”, escribió en Botella al mar, aquella perla de Deshoras donde el autor le asegura a Glenda Jackson que en algún territorio “fuera de toda brújula” ambos están mirándose de frente.

La lista es interminable. En 1999, Hollywood convirtió la cursi Message in a bottle, de Nicholas Sparks, en una película con el igual de ultracursi Kevin Costner. Y en la serie Lost las comunicaciones de esta clase se usaron otra vez, si bien pronto nadie recordará esas minucias. Sería injusto negarles unas líneas a los botelleros, que interpretan en el vidrio un signo básico: la posibilidad de conseguir dinero para comprar un trozo de comida.

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