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Sábado, 16 de abril de 2011

MUSICA

Una hermosa charla imposible

La fantasía lo permite. “Si Dios me dijera: ‘Podés pedirme algo hoy, algo que a los humanos les suene imposible’, le pediría una cena con Troilo. O con Federico Peralta Ramos. O con Berni. Pero si tuviera que elegir uno, con Troilo”, asegura Cabral.

–¿Cómo sería esa cena?

–Le gustaría ir a Edelweiss. Yo comería goulash con ñoquis verdes y antes tomaríamos dos o tres whiskies.

Pero la nostalgia pincha el globo, y el cantautor recuerda al Pichuco que conoció. “Era emocionante estar con él. Todos lo abrazaban. Todos le daban besos. Y contaba anécdotas maravillosas. Lo conocí en un restaurante, contra la vidriera. Raro, siempre se sentaba al fondo. Le golpeé el vidrio y lo saludé. Me hizo señas para que pase. (Imposta la voz, más grave) ‘¿Qué hacés, pibe? ¿Qué haces con la viola?’ ‘Les pongo nombre a las cosas.’ ‘¿Viste?’, les dijo al Polaco y otros amigos. ‘Me gustó... Y vos que le ponés nombre a las cosas, ¿qué soy yo?’ ‘Sos un Buda excitado’. ‘Vení, sentate, hacete amigo.’ Todos estaban con él: Roberto Rufino, el Tata Floreal Ruiz, Roberto Grela, Astor. Unos años después, Horacio Ferrer, que habla como Gardel (también lo imita): “Tenemos que tener cuidado con lo que escribimos, embellecer a nuestros personajes porque van a ser los mitos del futuro’”.

–Finalmente lo fueron.

–Mis amigos eran Troilo, el Polaco, Berni, Rómulo Macció, Carlos Alonso, Mujica Lainez. Puta madre, me enamoré del arte. Y Buenos Aires me dio tanto que con lo que aprendí en ella di la vuelta al mundo. Cuando vuelvo al barrio a cantar siento mucha emoción. Vengo a contar qué hice con lo que me dieron. Y esto no es demagogia: esta ciudad me hizo artista.

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