La cuestión de género habilita dos miradas diferentes sobre el mismo problema. Eso se nota en las complicaciones que los autores y directores admiten a la hora de construir los personajes: no se hicieron las mismas preguntas. “Uno construye sus personajes sobre un mecanismo de juzgar, y no hay nada peor para construir un personaje que juzgarlo de entrada”, empieza Acebo, y asume que su gran desafío a la hora de pensar al personaje golpeador era “más allá de su rol de victimario, poder entender la conducta del personaje para plasmar cómo se construye la identidad de un golpeador en la vida, teniendo a la mujer que ama, sintiéndose feliz por sus elecciones, qué hace que se quiebre ese pacto de amor que tienen los dos”, adelanta. Y dice que le resultó más sencillo comprender qué le pasaba a la mujer, “pero me llevó otro tiempo comprender al hombre y poder escribirlo”.

Del otro lado, la dupla Rico-Hornos admite dificultades similares a la hora de construir los personajes, pero desde la mirada femenina. Hornos afirma que a ella le costó más la mujer, “porque pensaba en los porqués. Trato de preguntarme qué pasaría si un día la persona que amo me da un bofetón en la cara. ¿Qué hay en mí para no irme? ¿O para devolvérselo?”, se pregunta, y continúa: “El amor no es suficiente para mí. Y pensaba en esos porqués, por qué una mujer termina siendo su propio verdugo. De hecho, todavía no tengo las respuestas...”, plantea, y Rico cuenta que Pinedas tejen lirios “está llena de esos interrogantes. Hay algunas decisiones que no hemos llegado a tomar, siguen estando los grises dentro de la obra. Esos oscuros en los que, creo, cada espectador va a abrir preguntas, porque empezamos hablando de la relación del teatro con estas luchas, y creo que si algo estamos haciendo (no sólo nosotras) es establecer un debate de grises, no uno a blanco o negro sino otro tipo de reflexión”, apuesta.