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Jueves, 25 de agosto de 2016

CINE › FEDERICO VEIROJ PRESENTA SU PELíCULA EL APóSTATA

“La concebí como una fábula”

Para su tercer largo, el director uruguayo de Acné y La vida útil se nutrió de la experiencia de un amigo español que quiso abandonar la religión católica. “La situación lo lleva a abrir las puertas de su pasado, de sus deseos, y ahí hay un mundo enorme”, dice.

 Por Ezequiel Boetti

Los años vividos en Madrid marcaron a fuego la matriz creativa de Federico Veiroj, incluso después de haberse reinstalado en su Montevideo natal. Fue gracias al relato en primera persona de su mejor amigo de aquella etapa hispánica, Álvaro Ogalla, que escuchó por primera vez una palabra que terminaría signando los designios de su carrera: aquel joven madrileño se había embarcado en un kafkiano proceso eclesiástico con el objetivo de apostatar, es decir, de “abandonar públicamente una religión”, en palabras de la Real Academia Española. “Me interesaba que alguien como él tuviera la intención de dejar atrás algo que le pertenece y lo representa total- mente”, dice el realizador ante Página/12. Aquella anécdota, tamizada luego por los mecanismos de la ficción, fue la materia prima sobre la que el director de Acné y La vida útil construyó su tercer largometraje, titulado, claro está, El apóstata. Después de un extenuante recorrido por festivales iniciado en San Sebastián y Toronto, y que incluyó una parada argentina en Mar del Plata, el film se estrena hoy en salas de todo el país.

“Los mensajes que mandaba tenían algunas imágenes no en el sentido fotográfico, pero sí en el de pensamientos e ideas”, recuerda Veiroj, y sigue: “Ahí me contó algunas cosas que se ven en la película, como el haber ido a su parroquia para reencontrarse con el cura que lo había bautizado y al que no veía hacía muchísimo tiempo. Todo eso lo retrotraía, lo llevaba a pensar y a sentir cosas de otro tiempo, a encontrarse con él cuando era más chico, y estaba bueno: era un tipo que para seguir adelante necesitaba ir a un lugar que a su vez lo llevara a su pasado”. Quizá por las personalísimas consecuencias de ese viaje a una historia familiar, cultural y personal es que el uruguayo decidió que no había nadie mejor que el propio Ogalla para ponerse en la piel de su alter ego cinematográfico, Gonzalo Tamayo. “Hemos hablado mucho y todo nació de esa sensibilidad compartida. Vi muchas facetas del abanico emocional de Álvaro mientras estuve en Madrid, y sabía que a la hora de filmar precisaba ese abanico: una mirada de deseo, otra más contenida, otra desgarrada, otra aniñada, una más violenta”, justifica el director.

–¿Qué otras cosas le llamaron la atención de las charlas con Álvaro sobre el tema?

–Una cosa que me contó y me gustó es que cuando fue a buscar el certificado tuvo una charla con un cura y la pasó bien. Decía que era un tipo excepcional con el que se hubiera quedado charlando y en cierta forma le dio pena decirle que quería apostatar porque no quería herirlo. A Álvaro le hubiera gustado tener una foto del momento en el que intentaba revocar su adscripción a la Iglesia, al igual que había tenido una de cuando se hizo “oficialmente católico” bautizándose y tomando la Primera Comunión. Me parecían interesantes todas esas observaciones sobre sí mismo, sobre lo que él quiere y su pasado. A partir de su visión, empezamos a trabajar y a fantasear cómo sería todo el periplo de Gonzalo.

–Tanto El apóstata como Acné y La vida útil están protagonizadas por actores no profesionales. ¿Le interesa trabajar de esa manera?

–Lo que pasó es que sentí que ellos eran los únicos que podían hacerlos, eran personajes atados a personas que no tenían experiencia como actores. Nunca dije “me interesa trabajar con no actores”, sino que son las personas que generaron el match para que pudiera componer esos retratos. De hecho, en un momento pensamos que otro actor, uno bastante conocido en España, hiciera el papel de Gonzalo, pero no caminó y tuvimos que volver a la idea original, que era lo que en el fondo yo quería. Todo tiene que ver con conseguir la inspiración en las cosas que veo y percibo. No hay mucho más que eso. En el caso de Jorge Jellinek (N. de R.: crítico de cine devenido en protagonista de La vida útil) yo tenía una idea encajonada, y cuando lo vi a él dije: “Ah, esta idea y este hombre…”. Hay como una fecundación de algo. Es el camino que se me ha dado.

–En una de las cartas que Gonzalo le escribe a su amigo dice que desde que decidió apostatar surgieron varias circunstancias ajenas a su control, algo que parece revitalizarlo. Podría pensarse que quizá buscaba justamente eso, descarrilar un poco su vida.

–Puede ser que tenga ese deseo. Si uno lo ve con un código de realidad, un adulto de treinta y pico o cuarenta años comprometido con su país que tiene tiempo para hacer algo así es alguien que está pensando las cosas de una forma muy particular. Entonces, si no era esto, iba a haber otra cosa que le provocara una catarata. Estaba predispuesto a eso, es un personaje con un magnetismo muy particular que se deja llevar por las cosas que le van sucediendo. Al principio parece algo inofensivo, pero la situación lo lleva a abrir las puertas de su pasado, de cómo creció, de sus deseos, y ahí hay un mundo enorme. E incluso queda lugar para la fantasía, algo que me interesaba mucho. De hecho, la idea de la película era concebirla como si todo fuera una fábula.

–En ese sentido, en La vida útil había un espacio muy importante para lo fantasioso y lo fabulesco….

–Totalmente. Decir “fábula” es como cerrarlo, como decir “ah, un mundo de sueños”, pero cuando imagino una pantalla de cine pienso en cómo llenarla de cosas que me atraigan y me den ganas de seguir viendo. Trabajo mucho con lo que me gustaría ver como espectador, confío en eso porque creo que lo me gusta a mí puede gustarle a otras personas. Cuando pienso en qué filmar, me salen cosas que a veces están alejadas de los códigos de la vida cotidiana. Me gusta lo que provoca, la sensación que me genera primero imaginarlo, después hacerlo y finalmente verlo.

–Recién habló del tiempo que tiene Gonzalo. Más allá de eso, él trabaja, estudia, ve a la familia, sale con chicas. ¿Le preocupaba que quedara como un “vago” que no tiene nada mejor que hacer que apostatar?

–El 90 por ciento de las personas que ven la película dicen “ah, qué vago”, pero para mí es todo lo contrario, es un tipo que quiere cosas todo el tiempo: le gusta la prima y la vecina, tiene dos trabajos, es amigo del nene al que le da clases, ve a la familia, estudia, va a lugares, se mueve. No lo veo como un vago, al contrario, lo veo como alguien que quiere demasiadas cosas. Para mí era clave esa cuestión, e incluso habiéndola trabajado para que no sea visto como un vago, porque sabíamos que era un personaje sumamente “estereotipable”, mucha gente lo interpreta así porque dice “no terminó la carrera”. Bueno, no la terminó no porque no haya podido sino porque quiere terminarla a su manera. No le importa el título, le importa lo qué hay detrás.

–Resulta difícil establecer la época en la que transcurre el relato: se ven algunas computadoras, precios en euros y autos modernos, pero Gonzalo escribe cartas, usa teléfono de línea y consulta diccionarios de papel. ¿Buscó no establecer una temporalidad concreta?

–Trabajamos para que sea algo de estos tiempos pero sin celulares porque nos parecía que no estaba bueno: si ponía celulares, tenía que haber mail, y si había mail e igual Gonzalo escribía cartas, quedaba en un lugar medio freak. Me parecía que la historia, el personaje, lo que quiere, el mundo de donde viene… era necesario construir un mundo posible en la pantalla. No hicimos una reconstrucción de época, pero sí elegimos objetos y planos que nos permitieran mostrar la Historia, la piedra, el Madrid viejo y antiguo, algo que tiene otras connotaciones como la Inquisición y demás, pero que me permitía que la película respirara.

–¿No le caen bien las críticas y comentarios que hablan de una película “contra la Iglesia”?

–Es que eso depende de cómo alguien quiere verla. El título ayuda a situarla “en contra”, pero yo la definiría como una película que comprueba la gran impronta que han tenido las tradiciones de la Iglesia en la modernidad. España viene cargado con todo lo que vino después de la Inquisición y demás, y durante el siglo XX estuvo atravesada por un franquismo que incluyó una súper presencia de los valores religiosos. Guste o no, eso está. Me parecía interesante preguntarme qué pasa con un personaje que viene de todo eso y no quiere apagar una llama, sino acomodarse. Más allá del título, que es juguetón en ese sentido, no creo que Gonzalo tenga una crisis de fe ni quiera prender fuego nada. Al contrario, se mueve como pez en el agua.

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“No creo que Gonzalo tenga una crisis de fe ni quiera prender fuego nada”, dice Veiroj.
Imagen: Jorge Larrosa
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