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Domingo, 16 de octubre de 2005

TEXTUAL

El lenguaje es el depósito sagrado de nuestra conciencia, la condición de nuestra sabiduría, la garantía de nuestra identidad y de nuestra libertad, y también una fuente de placer inagotable, si sabemos encontrarla. Pero lo malo es que, en gran parte, esta sociedad, efectivamente, ha abierto la luz verde en este sentido, y lo que presenciamos es un arrasamiento masivo de nuestra comunicación con el propio lenguaje, nudo fundamental de nuestra comunicación con nosotros mismos. Lo que se nos impide es el contacto con lo digno y lo hermoso del lenguaje. Y lo que urge es elegir entre un lenguaje cómplice o un lenguaje resistente. Pero en realidad no es el lenguaje lo que está en crisis, ya que la historia demuestra que pasan los gobiernos, los países, los siglos y el lenguaje sobrevive, siempre con la misma energía maravillosa. Los que estamos en crisis somos nosotros, los que abrimos las puertas a los saqueadores de ese petróleo último del habla que es el lenguaje, los que pretenden erradicarlo de la conciencia colectiva porque temen su vitalidad, su creatividad, su capacidad de juego y de denuncia, todo lo que nos aparte del triste mercado de bienes inútiles y suntuarios con que se nos persigue y aplasta cotidianamente.
El testimonio más fuerte de la totalidad que nos reúne es, precisamente, el lenguaje. Cada uno de nosotros es un recorte subjetivamente único dentro de un todo. Las partes no constituyen el todo, sino que el todo constituye a las partes. Partículas hablantes de ese gran todo que nos congrega, nos corresponde enfrentar sus crisis, reparar sus heridas, restaurar su luminosidad que será también nuestra.

* Fragmento de El país que nos habla.

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