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Jueves, 23 de agosto de 2007

CINE › UN FILM TAN REVULSIVO COMO VERTIGINOSO

La ética del sobreviviente en un mundo fuera de su eje

 Por Luciano Monteagudo

Hacía mucho tiempo que el cine europeo no producía una película tan incómoda, tan revulsiva y al mismo tiempo tan vertiginosa, tan bien narrada, tan entretenida (en el sentido espectacular del término) como Black Book-libro negro. La vuelta a su país del director holandés Paul Verhoeven, después de casi veinte años de exilio en Hollywood (donde se especializó en socavar desde adentro el puritanismo de los grandes estudios), no podía haber sido mejor, en todo sentido: no hay nada de condescendencia ni de espíritu conciliador en este regreso, sino todo lo contrario, un afán de cuestionar la conciencia nacional desde sus mismos cimientos, precariamente construidos –dice la película– a partir de la ocupación nazi y luego durante la confusa, cenagosa posguerra.

Si hubiera que buscar un antecedente de Black Book que no fuera la propia obra de Verhoeven (El soldado de Orange es, como reconoce el mismo director, una referencia, pero sin el grado de corrosión de su nueva película), habría que retrotraerse al último cine de Rainer Werner Fassbinder, al de El matrimonio de María Braun, Lili Marleen, Lola o La nostalgia de Verónica Voss, donde el director alemán desnudaba la ambigüedad moral sobre la que se sostenía el tan publicitado “milagro económico” de su país. Como en esos ejemplos, aquí también la protagonista es una mujer –sola, librada a su suerte en un mundo de hombres– que debe aprender a sobrevivir en “tiempos de oscuridad”, como los denominaba Hannah Arendt.

En este caso, la figura central es Rachel Stein (Carice van Houten), una muchacha judía que atraviesa como una columna vertebral todo el relato, plagado de tantas aventuras, peripecias y vueltas de tuerca que hacen particularmente difícil –e incluso contraproducente– el intento por resumirlas. Basta con saber que hacia 1944 La Haya se encuentra bajo la ocupación alemana, que Rachel –proveniente de una clase media acomodada– intenta huir junto a su familia hacia territorio libre, pero una patrulla nazi los intercepta y los masacra a todos menos a ella, que consigue escapar y unirse a la Resistencia. A partir de allí, los vientos de la historia la irán empujando en las más diversas direcciones, pero no por ello Rachel se dejará convertir en un sujeto pasivo: siempre al frente del timón de su vida, deberá tomar decisiones, rápido, todo el tiempo, de las más arduas, y sabiendo que se mueve en un mundo que gira fuera de su eje, donde no se puede confiar ni siquiera en aquellos que parecen los camaradas más fieles.

En este sentido, Black Book es una película que cuestiona desde todos los ángulos la figura del héroe. Mitificada hasta la saciedad por decenas de películas bélicas, la Resistencia es aquí constantemente puesta en crisis, como todo el pueblo holandés, por otra parte. “¡Si los judíos hubiesen escuchado a Jesús, esto no hubiera acabado así!”, le echa en cara a Rachel un viejo granjero que la esconde y le da de comer unos mendrugos, sólo si cada noche se aprende –de memoria y sin errores– un nuevo versículo de la Biblia. Y ése es quizás el holandés más benigno. Los alemanes, por supuesto, no son mejores: el kapo responsable de la masacre de su familia ni siquiera comete esos crímenes en nombre de la ideología del Reich o de la pureza de la raza aria, sino lisa y llanamente para quedarse con los billetes y las joyas de los refugiados. Nada más. Ni tampoco nada menos. En Black Book el dinero es siempre el primer, casi el único motor.

Para escorar aún más su película, para hacer vascular todavía en mayor grado las pocas certezas de su público, en las dos horas y media de relato (que gracias a su ajustadísimo pulso narrativo pasan como si fuera apenas una), Verhoeven va introduciendo una variedad de personajes y situaciones que ponen a prueba una y otra vez a Rachel, y con ella la identificación del espectador, que siempre persigue la película de atrás, como si el director le llevara varias cabezas de ventaja. Un comandante de las SS quizá sea más digno de amor que algún miembro de la Resistencia; un abogado identificado con la buena causa puede ser sospechado de tener intereses económicos en juego en la frustrada fuga de judíos; un oficial aliado es capaz de escuchar las peores razones de un oficial nazi; un héroe nacional, vivado en las calles, puede comportarse puertas adentro como el doctor Mengele.

La incorrección política de Verhoeven no se detiene ante nada ni ante nadie, al punto de que para Black Book la posguerra es aún peor que la guerra. Allí donde se detenía prudentemente La lista de Schindler es donde Verhoeven, por el contrario, parece ubicar el verdadero núcleo de su película. En todo caso, este Libro negro sólo parece justificar la ética del sobreviviente, la de Rachel. Pero aun para ella Black Book –en el elocuente plano final, cargado de significación política– guarda una sorpresa, que vuelve a resignificar todo lo visto, como si Verhoeven sugiriera que la historia es una rueda que gira siniestramente una y otra vez sobre sí misma y de la cual no hay escapatoria posible.

9-BLACK BOOK-LIBRO NEGRO

(Zwartboek) Holanda, 2006

Dirección: Paul Verhoeven.

Guión: Verhoeven y Gerard Soeteman.

Intérpretes: Carice van Houten, Sebastian Koch, Thom Hoffman.

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En Black Book hay corrosión y acción por partes iguales.
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