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Sábado, 19 de marzo de 2011

EL PODER ARRASADOR DE LOS TSUNAMIS, SUS CAUSAS Y SU HISTORIA

Agua con furia y sin freno

 Por Jorge Forno

Aunque hoy en día esté en boca de todos, el uso masivo de la palabra tsunami para describir un maremoto de gran intensidad, es relativamente reciente, casi una novedad del siglo XXI. Sin embargo, el término –de origen japonés y que significa “ola en la bahía” o “en el puerto”– fue adoptado internacionalmente por los sismólogos en los años ’60 para describir un fenómeno al que la palabra maremoto le quedaba decididamente chica. Es que el 22 de mayo de 1960 se registró el terremoto más fuerte del que se tengan, hasta el momento, registros a nivel mundial en Valdivia, una ciudad chilena que sufrió un sacudón de 9,5 grados de magnitud en la escala de Richter. El terremoto fue seguido de tres descomunales olas que hicieron estragos en las costas de la región afectada, dejando un saldo de miles de muertos, la destrucción de los poblados cercanos y cambios cruciales en la geografía del lugar.

A finales de la década del ’90, los medios de comunicación contribuyeron a incorporar el término al vocabulario común y –por qué no decirlo– a las profecías de los apocalípticos de turno. Tal es el caso del documental que la British Broadcasting Corporation (BBC) presentó en el año 1998, en el cual un grupo de geólogos intentó explicar el peligro que constituyen estas olas gigantes abalanzándose sobre las costas con fuerza inusitada, ejemplificando un peligro real por medio de un caso hipotético bastante discutible. Según el documental, el volcán Cumbre Vieja, de la isla de Palma, en el archipiélago de las Canarias, podría desplomarse en el Océano Atlántico como un castillo de naipes y, como consecuencia, una gigantesca ola arrasaría de un plumazo buena parte del Caribe, provocando además daños que llegarían a la mismísima Nueva York. El ejemplo, aunque elocuente, fue descalificado por buena parte de la comunidad de geólogos, que consideró infundada la alarmante versión.

Otra amenaza de tsunami que ha dado que hablar es la generada por el hipotético impacto del asteroide 1997 XF11 que, según su descubridor, James Scotti, se aproximaría peligrosamente a la Tierra en octubre de 2028. Aunque por fortuna los científicos ven este impacto como altamente improbable, se acepta que los tsunamis pueden producirse por la menos rimbombante pero igualmente riesgosa caída en el mar de un meteorito.

Más allá de las especulaciones apocalípticas y las historias de ciencia-ficción –terreno en el que el cine catástrofe también ha hecho lo suyo–, la mayor parte de los tsunamis tiene origen en eventos lamentablemente menos extraordinarios, como los sismos. Los tsunamis son como una gigantesca ola, pero no como una ola cualquiera originada en las mareas o por las condiciones climáticas. Se producen cuando, luego de un terremoto en cercanías de la costa, el fondo del mar se deforma abruptamente y desplaza verticalmente las aguas que están sobre él. La primera impresión del fenómeno puede traicionar fatalmente a un observador desprevenido, ya que las olas gigantescas pueden ser precedidas de una llamativa bajamar, para luego ingresar con fuerza irrefrenable. El movimiento suele repetirse varias veces, en una saga en la que –para complicar más aún la cuestión– no siempre la primera gran ola es la que resulta más violenta. Por otra parte, estas olas pueden recorrer en algunas horas distancias enormes con pérdidas mínimas de energía. En el caso del tsunami del 11 de marzo, la alarma se extendió a zonas costeras de Chile, a miles de kilómetros del sismo.

ANILLO DE FUEGO

El primer tsunami que alcanzó una triste fama global por su difusión en la web fue el que ocurrió en Tailandia el 26 de diciembre de 2004 como consecuencia de un terremoto submarino en la región de Sumatra. Videos del trágico evento fueron subidos a una multitud de sitios de Internet y observados con asombro por millones de usuarios. Los expertos no se sorprendieron, ya que se sabe que estos dantescos fenómenos son mucho más factibles en la región conocida como el Anillo de Fuego del Pacífico, una gigantesca zona de riesgo que se extiende por las costas de América del Sur, Central y del Norte, las islas Aleutianas, Rusia, Japón, Filipinas, Indonesia y Nueva Zelanda. No es casual que el origen del término tsunami sea japonés: es allí donde ha ocurrido casi el 30 por ciento de los tsunamis registrados a escala mundial.

Según la Teoría Tectónica de Placas, sobre el manto terrestre –que es fluido– se desplazan unas placas rígidas que interaccionan entre sí por sus límites, separándose, deslizándose juntas o chocando. Cuando chocan se produce el fenómeno conocido científicamente como de subducción: una placa se mete literalmente debajo de la otra. Las placas son tan rígidas que la fricción de sus bordes convergentes da lugar a tensiones que acumulan cantidades fenomenales de energía. Esa energía puede liberarse bruscamente, produciendo rupturas y vibraciones elásticas de la Tierra, es decir, terremotos. El Anillo de Fuego del Pacífico está conformado por una seguidilla de zonas de subducción que lo hace proclive a frecuentes movimientos sísmicos y de gran magnitud. Tanto es así que Chile y Japón disputan el para nada deseable lugar de país más sísmico del mundo. Estos movimientos producidos en las regiones costeras del océano son el escenario perfecto para la generación de violentos tsunamis.

Además de los de origen tectónico, existen otras formas de terremotos naturales: los volcánicos –que son fruto de una erupción– y los de colapso, producidos por el derrumbe de cavidades subterráneas. Y también los hay artificiales, en general de pequeña magnitud y relacionados con actividades humanas como la extracción de hidrocarburos. La capacidad de producir terremotos artificiales es caldo de cultivo para curiosas teorías conspirativas, que imaginan megaterremotos fabricados por imperios con sed de conquista, sectas mesiánicas o malvados extraterrestres y que reaparecen ante cada gran terremoto o tsunami.

CUESTION DE MEDIDA

Para comprender más acabadamente fenómenos como los terremotos y tsunamis y aprovechando el surgimiento de instrumentos de medición confiables, desde principios del siglo XX los especialistas se embarcaron en la tarea de cuantificar los fenómenos sismológicos. Un sismólogo y sacerdote lombardo llamado Giusseppe Mercalli había ideado –inspirado en trabajos previos de Michele de Rossi y François-Alphonse Forel– una escala que otorgaba a la intensidad de un terremoto una graduación de uno a diez, a partir de parámetros tales como la forma en que se observan los daños en la población, en las construcciones y en el terreno. En 1903, el geofísico italiano Adolfo Cancani, un creador de dispositivos muy sensibles para el registro sismológico, modificó la escala agregándole dos grados más, en un intento de obtener una mayor precisión de los daños materiales que definen los diferentes grados de intensidad. Posteriormente, un nuevo retoque de la escala estuvo a cargo del alemán August Sieberg, que además en 1927 creó una escala de intensidad que llevaría su nombre para medir los efectos de los tsunamis. La Escala Mercalli recibió otros ajustes que dieron lugar a la actual Escala Mercalli Modificada. La de Sieberg fue modificada en 1962 por Nicholas N. Ambraseys, en parte por la necesidad de adaptarla a lo ocurrido en el tsunami de Validivia, y mantiene su vigencia hasta la actualidad.

Una escala que mide la magnitud de la energía liberada en los movimientos sísmicos fue elaborada en el Instituto Tecnológico de California por el sismólogo estadounidense Charles Richter, con el aporte del germano Beno Gutenberg en 1935. Richter venía trabajando para obtener una medición más precisa de los sismos y Gutemberg era conocido –entre otras cosas– por haber desarrollado el catálogo mundial de terremotos, una colección de eventos producida de la mano de los nuevos y más eficientes aparatos de medición que surgían en la época. La escala tiene en cuenta la distancia entre el instrumento de registro y el epicentro del sismo y el valor definitivo de la magnitud es elaborado a partir de una serie de registros obtenidos por un conjunto de sismógrafos integrados en red. La escala de Richter no es lineal sino exponencial, y mientras magnitudes menores a 4 equivalen a sismos menores poco o nada perceptibles –también llamados temblores–, valores cercanos a 5 corresponden a sismos moderados y registros de 7 o más pueden reflejar grandes daños. Ni qué hablar de valores aproximados a 9, como el registrado el 11 de marzo, que aunque –por suerte– son excepcionales, pueden ser calificados de devastadores. Cuando se detecta un sismo de gran magnitud en zonas costeras, el riesgo de tsunami acecha con fuerza.

Richter no sólo se dedicó a la investigación científica, sino que matizó esta actividad con su activa participación en campañas de concientización ciudadana frente a los sismos y ocupó sus ratos libres en prácticas naturistas que incluían el nudismo.

SEGUN VIAJAN LAS OLAS

Si bien existen herramientas estadísticas que permiten analizar minuciosamente las zonas sísmicas y están disponibles muy modernas técnicas que permiten determinar si existen deformaciones en las placas que hagan pensar en una inminente ruptura, no es posible prevenir el momento de la ocurrencia y magnitud de un sismo.

Con los tsunamis el asunto puede ser distinto, ya que las olas viajan más lentamente que las ondas sísmicas. Frente a un sismo de gran magnitud en zonas costeras o un tsunami de proporciones, existen sistemas preparados para recolectar de manera automatizada los datos más relevantes. Una combinación de tecnología satelital de punta, modernos aparatos de comunicación, sensores y convencionales pero eficientes boyas permiten conocer el comportamiento de la ola en el océano y estimar con bastante precisión con qué altura, velocidad y fuerza llegará a una región costera en riesgo.

Ante la justificada conmoción causada por los recientes grandes sismos y tsunamis, no faltan las voces que atribuyen su ocurrencia a la acción del hombre. Gabriela Badi, una geofísica del área de Sismología e Información Meteorológica de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de Universidad Nacional de La Plata, aclara el asunto y señala que la actividad humana no es la causa de estos fenómenos, sino que son parte de la natural dinámica de nuestro planeta y su actividad interior. Sismos y tsunamis han ocurrido desde siempre en la Tierra, más allá de la presencia del homo sapiens, tan reciente para la historia del planeta.

En la actualidad las herramientas para hacer frente a estas catástrofes naturales, aunque muy útiles, son limitadas. Es de esperar que en un futuro cercano se logren más y mejores formas de prevención, y así reducir sus devastadoras consecuencias. Este es el monumental desafío hacia donde los investigadores dirigen sus esfuerzos.

ANILLO DE FUEGO DEL PACIFICO. CONCENTRA LAS ZONAS DE ACTIVIDAD SISMICA Y VOLCANICA MAS IMPORTANTES DEL MUNDO.

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