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Sábado, 26 de octubre de 2002

INFORME DE SALUD

El camino del tabaco

Probablemente fumar sea uno de los actos culturales de mayor incidencia en la salud pública. Bronquitis crónicas, enfisemas, enfermedades pulmonares, neumonías y empeoramiento del asma, entre otros problemas, están relacionados con el cigarrillo. Además, el monóxido de carbono que respira el fumador inhibe la capacidad de la sangre de transportar oxígeno a órganos vitales como el corazón o el cerebro. Sin embargo, el tabaquismo puede ser regulado tanto mediante tratamientos psicológicos como farmacológicos, tal como lo muestra Futuro en esta edición dedicada a la salud y destinada a hacerse humo.

Por Agustín Biasotti

Cocaína, heroína, marihuana, LSD, éxtasis y tabaco. A ver, ¿puede usted señalar cuál de estos productos posee una característica que lo distingue claramente del resto de la lista?
La respuesta correcta es... el tabaco. Sucede que éste es el único de los productos mencionados que se asocia a un grave riesgo de enfermedad, e incluso de muerte, en tanto sea empleado de aquel modo en que lo sugieren sus fabricantes y que, aun así, es legal.
La contradicción entre el (hoy) abierto reconocimiento de sus efectos nocivos para la salud humana y el hecho de que su consumo sea legal no es menor. Algunos podrán argumentar que, por caso, las bebidas alcohólicas también pueden dañar la salud y su consumo es igualmente legal, pero la comparación hace agua: amén de que algunos bioquímicos hayan encontrado sustancias (antioxidantes) potencialmente saludables en ciertos vinos, lo cierto es que su consumo por debajo de cierto límite no causa mayores daños.
Esto no sucede con el humo del tabaco. Basta con citar a la Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA es su sigla en inglés), de los Estados Unidos, que clasifica al humo que el cigarrillo libera al ambiente (y que afecta no sólo a los fumadores sino a todo aquel que se encuentra cerca, respirando) como “Carcinógeno Clase A”, categoría para la que no existe ninguna concentración por debajo de la cual la exposición esté exenta de peligro para la salud.
De los más de 4000 productos químicos contenidos en el humo ambiental del cigarrillo –irritantes y venenos sistémicos como el monóxido de carbono, el dióxido de azufre, el amoníaco, el formaldehído y el cianuro; carcinógenos o mutágenos como el arsénico, el cromo, las nitrozaminas o el benzoapireno–, se ha demostrado que al menos 40 de ellos provocan cáncer.
De ahí que el año pasado, con motivo del Día Mundial del Tabaco que anualmente celebra la Organización Mundial de la Salud (OMS), su directora, la doctora Gro Harlem Bruntland, haya declarado que la prohibición del tabaco “es la única medida para asegurar la inocuidad del aire para todos”, ya que las disposiciones que estipulan la existencia de sectores no fumadores en los lugares públicos, “aunque ayudan a reducir la irritabilidad que causa el humo, no elimina sus componentes tóxicos”.
Este informe de Futuro no se propone entrar en el debate de si las prohibiciones son el camino adecuado para proteger la salud de las personas. En todo caso, de lo que sí se trata es de informar sobre cuáles son los efectos perjudiciales comprobados del tabaco sobre la salud humana, cuáles los mejores tratamientos para dejar de fumar y cuáles los beneficios de abandonar el cigarrillo.

Humos del vecino
Aclaración: aquellos fumadores impresionables pueden saltearse este apartado y saltar al siguiente subtítulo (“Unas cuantas buenas razones”), donde encontrarán una mirada un poco menos oscura y más esperanzadora de este tema que la que ofrecen los siguientes párrafos, por lo demás estrictamente verdaderos.
Empecemos entonces diciendo que se estima que uno de cada tres cánceres es ocasionado por el consumo de tabaco. Y aunque el humo del cigarrillo se asocia a numerosas formas de cáncer (de labio, paladar, faringe,páncreas, vejiga, entre otros), no cabe ninguna duda de que más que nada es responsable de los cánceres de pulmón.
Un informe norteamericano sobre “tabaquismo y mujer” señala que el cáncer de pulmón mató a 67.000 mujeres de ese país durante 2000; se estima que entre un 85% y un 90% de esta forma de cáncer se debe al consumo de tabaco.
Y si de pulmones se trata, un informe elaborado por la Unión Internacional contra la Tuberculosis y las Enfermedades Respiratorias, de 1998, advierte que fumar causa bronquitis crónicas, enfisema, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), así como también favorece el desarrollo de neumonía y el empeoramiento del asma. Quienes empiezan a fumar de chicos o adolescentes incrementan de tres a cuatro veces el riesgo de desarrollar cualquier enfermedad pulmonar.
Por otro lado, el monóxido de carbono que respira el fumador inhibe la capacidad de la sangre de transportar oxígeno a órganos vitales como el corazón o el cerebro, colaborando con la aparición de enfermedades potencialmente mortales como las cardiopatías, los aneurismas aórticos o los accidentes cardiovasculares, y no mortales como la enfermedad vascular periférica. La mayoría de los casos de esta última, el 75% de los aneurismas y la mitad de las muertes por enfermedad cardíaca podrían prevenirse si las personas no fumaran.
Sin embargo, no cabe ninguna duda de que quienes llevan la peor parte del tabaquismo son los fumadores pasivos pequeños. Los menores de un año de edad, por ejemplo, ven duplicar su riesgo de sufrir la llamada muerte súbita del lactante cuando aspiran el humo de cigarrillo fumado en donde duermen.
Además, está demostrado que la mortalidad perinatal en general podría reducirse en un 25% si las mujeres no fumasen durante el embarazo, ya que el cigarrillo se asocia entre otras cosas al bajo peso al nacer, así como también a diversos problemas de la gestación (embarazo ectópico, desprendimiento prematuro de la placenta y placenta previa).
Por otro lado, “los pulmones de los niños son más pequeños y su sistema inmunitario está menos desarrollado, por lo que en presencia de humo ambiental es más probable que contraigan infecciones respiratorias y del oído –comenta un informe sobre tabaquismo de la OMS–. Dado que respiran más rápido que los adultos, aspiran más productos químicos nocivos por kilogramo de peso en el mismo tiempo. Finalmente, los niños tienen menos posibilidades de salir de un espacio lleno de humo si así lo desean”.
Otro informe de la OMS estima que sólo en América ocurren 150.000 muertes anuales asociadas al tabaquismo, y que para 2020 las muertes causados por el cigarrillo en nuestro continente serán 400.000.

Unas cuantas buenas razones
¿Por qué dejar de fumar?, se preguntan muchos, y acto seguido refieren el caso de alguna persona que ha superado los cien años de vida y aún hoy continúa fumando. Dicen que César Milstein solía citar un comentario equivalente –por qué uno ve a un chico de una villa jugando a la pelota en el barro, mojado pero sano, mientras que dentro de su casa otro chico de clase media, vacunado y bien abrigado, está enfermo–, para finalmente responder: “Lo que sucede es que ese chico de la villa es un sobreviviente de otros tantos que murieron”. Lo mismo puede decirse del fumador longevo mencionado.
Claro que, si se trata de convencer a los fumadores de que abandonen el hábito, intentar asustarlos es bastante poco efectivo, ya que en la mayoría de los casos si siguen fumando no es porque desconozcan los ya mencionados riesgos que implica el tabaquismo. De hecho, cuando enEstados Unidos una tabacalera decidió sacar una línea de cigarrillos en cuya marquilla tan sólo se veía una calavera sobre fondo negro lo único que obtuvo fueron unas ventas fabulosas.
Una buena estrategia (desafortunadamente no suelen ser las más implementadas por las campañas antitabaco) consiste ya no en intentar asustar al fumador hablándoles de cáncer y de infarto, sino por el contrario de informarle de los beneficios que reporta, en términos de salud y de calidad de vida, abandonar el cigarrillo.
“En lo que hace a la enfermedad cardiovascular, por ejemplo, el riesgo relativo aumentado que se asocia al tabaquismo disminuye a la mitad al año de haber dejado de fumar, y desaparece completamente cumplidos los cinco años de abstinencia”, asegura el doctor Fernando Verra, médico de planta del Hospital de Clínicas, licenciado en Tabaquismo en la Universidad de París.
En cuanto al riesgo aumentado de sufrir cáncer de pulmón, agrega este especialista, “el riesgo relativo se reduce progresivamente en función a la cantidad de años que hace que el sujeto haya dejado de fumar. Aun así, los estudios sobre el tema muestran que después de pasados los 15 años el riesgo relativo de cáncer pulmón sigue siendo el doble, cuando se lo compara con una persona que nunca ha fumado en su vida”.
Por citar otra afección estrechamente ligada al tabaquismo, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (el ya citado EPOC) puede ser frenada o incluso revertida si la persona deja de fumar a tiempo. “Si la forma de EPOC presenta un componente mayormente inflamatorio (bronquitis) el paciente, al dejar de fumar, puede recuperar parte de su función pulmonar –comenta Verra–. Pero si el componente predominante es destructivo (enfisema), las posibilidades de recuperación son mínimas; de todas maneras al dejar de fumar se evita la caída aún mayor de la función pulmonar.”
Claro que los efectos de dejar de fumar no pueden ser sólo evaluados en términos de ausencia de enfermedad. La abstinencia de tabaco reporta innumerables mejoras en lo que hace a calidad de vida, una cuestión bastante más subjetiva pero que de todos modos obedece a cierto denominador común: la persona incrementa su capacidad de realizar actividad física, deja de fatigarse ante esfuerzos mínimos, tiene más vigor, amén de recuperar las capacidades olfativas y gustativas perdidas en manos del tabaco, que lo tiñe todo.

Motivacion se necesita
“De los diversos tratamientos que se utilizan para dejar de fumar, el más efectivo es el farmacológico. Si dicho tratamiento se lleva adelante de acuerdo al grado de dependencia física de la persona y luego se realiza un seguimiento médico adecuado, se estima que un 40% de los pacientes va a mantener la abstinencia al año de haber dejado de fumar”, comentó el doctor Verra.
¿En qué consisten los tratamientos farmacológicos? Tienen dos pilares, responde el especialista, los sustitutos de nicotina y los psicotrópicos. “Los sustitutos son necesarios en tanto la nicotina es una droga que genera una adicción física. Al aportar al organismo del paciente nicotina a través de parches o de chicles (fuera del país también se consiguen en forma de spray nasal o de soluciones nasales) se pueden evitar los síntomas desagradables del síndrome de abstinencia, que en muchos casos son los que hacen que el paciente vuelva al fumar.”
En cuanto al otro pilar del tratamiento –los psicotrópicos–, de lo que se trata es de medicamentos antidepresivos y de ansiolíticos. “Estos fármacos se emplean en aquellos pacientes que esconden detrás de su tabaquismo otros problemas que no han sido diagnosticados, pero que muchasveces son parcialmente compensados por el cigarrillo”, explica el doctor Verra.
“Generalmente existe una relación muy estrecha entre el psiquismo y el consumo de tabaco, sobre todo en fenómenos de ansiedad o de depresión.”
El tratamiento farmacológico del tabaquismo, que es aquel que acumula mayor evidencia científica en su haber, suele extenderse tres meses en promedio. Aunque lo ideal es que luego se realice un seguimiento médico durante seis meses como mínimo y, de ser posible, durante un año. Un buen complemento (y en casos de dependencia leve, una alternativa) para el tratamiento farmacológico son los llamados grupos de autoayuda o de cesación.
“En grupos como los que ofrece Lalcec, entre un 15 y un 20% de las personas participantes logra mantenerse sin fumar al año –señala el doctor Verra, médico también de Lalcec–. Lo que debe quedar en claro es que, tanto en los tratamientos farmacológicos como en los grupos de autoayuda, la piedra angular para abandonar esta adicción es la motivación.” En otras palabras: nadie que no quiera realmente dejar de fumar podrá mantenerse lejos del cigarrillo.

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