futuro

Sábado, 18 de octubre de 2003

Golpe...

Por Alicia Marconi

Hace apenas tres semanas, una noticia de genuino interés médico se ganó un espacio en la agenda de los medios de comunicación locales: 1300 urólogos reunidos con motivo del Congreso Argentino de Urología que se realizaba por aquel entonces en la ciudad de Buenos Aires aplaudieron la presentación en sociedad del Consenso Urológico Nacional sobre Pautas para el Diagnóstico y el Tratamiento del Cáncer de Próstata.
El consenso, gestado en el seno de la Sociedad Argentina de Urología (SAU) y la Federación Argentina de Urología (FAU), no es más ni menos que una guía (cuyos pormenores exceden este artículo) para los especialistas que cotidianamente deben decidir qué camino seguir en pos del diagnóstico certero y el tratamiento adecuado de los tumores que afectan a dicha glándula masculina encargada de producir los fluidos presentes en el semen.
¿Por qué un hecho de interés puramente médico saltó de mano de los medios de comunicación a la consideración pública? La razón es sencilla: el cáncer de próstata afecta al 25% de los varones de más de 50 años, al 80% de los que ya han superado los 80, y después de los 90 son pocos los que están exentos. En la Argentina, es una de las afecciones oncológicas de mayor incidencia y mortalidad: afecta al 6,2% de los varones, con una mortalidad del 6,7 por ciento.
En los Estados Unidos, tierra de gente previsora si la hay, la Sociedad Americana del Cáncer ha pronosticado que en el año en curso se diagnosticarán 220.900 nuevos casos de cáncer de próstata, y que 14.900 varones morirán a causa de esta enfermedad. Lo bueno es que, según un análisis estadístico presentado a fines de septiembre en la Conferencia Europea sobre Cáncer, realizada en Copenhague (Dinamarca), la mortalidad por cáncer de próstata en Estados Unidos se redujo en un tercio durante los noventa.
Logros como éste ya se habían obtenido previamente en países europeos como Francia e Inglaterra. “Tanto en los Estados Unidos como en Inglaterra, las tasas de mortalidad del cáncer de próstata están decreciendo; las dos razones principales son el diagnóstico más temprano y el uso extendido de los tratamientos hormonales”, declaró en Copenhague semanas atrás el profesor Richard Peto, de la Universidad de Oxford.
“Para el cáncer de próstata, al igual que para el cáncer de mama, el diagnóstico temprano y el tratamiento hormonal inmediato puede extender 10 años más la sobrevida del paciente”, dijo por su parte la doctora Otilia Dalesio, del Instituto Netherland del Cáncer, durante la mencionada conferencia. De ahí se comprende, entonces, la necesidad de que los urólogos argentinos cuenten con guías claras de acción para el diagnóstico y el tratamiento del cáncer de próstata.

La prostata a traves de la historia
La primera descripción de la anatomía de la próstata se remonta al siglo III a. C., aunque de ella no quedan registros. “Esta primera descripción se le adjudica a Herophilus, un médico de la ciudad de Alejandría, y se la data alrededor del año 300 a. C. –cuenta el doctor Amado Bechara, jefe del Sector Disfunciones Sexuales, de la División Urología del Hospital Durand–. Lamentablemente, los escritos de este anatomista se perdieron en un incendio que se produjo en esa ciudad en el año 391 de nuestra era, y que destruyó su famosa biblioteca.”
Posteriormente, Galeno (131-200) describió ciertos cambios en la uretra prostática que se corresponden bastante bien con aquellas modificaciones que producen el crecimiento benigno de la próstata,continúa Bechara. Lo que sí se puede corroborar es que la más antigua descripción anatómica de la próstata que ha llegado a nosotros “la proporcionó en el año 1536 Nicolo Massa de Venecia, quien determinó las diferentes relaciones de la glándula con los órganos vecinos”.
Un siglo más tarde, en 1649, la obra Opera Anatómica presenta la primer descripción científica de la fisiopatología de la hipertrofia prostática, a cargo de Jean Riolans, quien destacó que la obstrucción produce el engrosamiento de las paredes vesicales y dificultad para evacuar la vejiga. Luego en 1769, Morgagni aporta una descripción mucho más precisa de esta afección en The Seats and Causes of Diseases.
Posteriormente, en 1786, el patólogo John Hunter efectúa varias observaciones importantes al respecto, como que la castración de ratas prepúberes evita el desarrollo de la próstata y que la castración de animales adultos produce la atrofia de la glándula. Sin embargo, las apreciaciones científicas sobre los males de la próstata no tardaron en confundirse con creencias con poco asidero en lo real.
“A fines del siglo XIX y principios del siglo XX aparecieron especulaciones menos científicas sobre las causas de la enfermedad prostática, como por ejemplo que el coito y la masturbación excesiva conducen a lesiones de la próstata o a alguna forma de enfermedad nerviosa”, señala el doctor Bechara. Deaver, en su libro Enlargement of the Prostate, publicado en 1905, afirmaba que la gratificación excesiva en el coito era un posible factor de agrandamiento de esa glándula.
“En general, en esa época se atribuía a la excitación sexual el ser su causa directa, en una mezcla de irrealidad y preceptos morales, a tal punto que Tobin, en 1902, llega a manifestar que la persistencia del deseo sexual en hombres de edad es una indicación de que es necesaria la castración –dice Bechara–. Para los varones de entonces comentar sus síntomas de obstrucción o inflamación de la próstata constituía un hecho vergonzante, ya que las causas atribuidas a su enfermedad eran el coito en exceso, la masturbación, la continencia sexual, y las lecturas y los pensamientos libidinosos.”
No es de extrañar que aún hoy algunos científicos se sientan tentados a reflotar dichas creencias, sólo que puestas a tono con los tiempos que se viven en la actualidad. Así, a mediados de julio del corriente año, investigadores australianos publicaron en la revista New Scientist un estudio que sugería que la masturbación reduce el riesgo de cáncer de próstata, al vaciar dicha glándula de ciertas sustancias carcinogénicas.

Hallazgos para el diagnostico y tratamiento
Según los Centros para el Control de las Enfermedades (CDD), de los Estados Unidos, “con la excepción del cáncer de piel, el de próstata es la forma más común de cáncer entre los hombres y la segunda causa de muerte oncológica masculina, después de los tumores de pulmón”. Sin embargo, durante mucho tiempo la medicina pensó que éste era un mal mucho menos frecuente.
“En el siglo XIX se pensaba que el cáncer de próstata era muy poco común, por lo que uno puede suponer que muchos de los pacientes tratados por hipertrofia de la próstata pudieron padecer tumores malignos involucrados sin que lo supieran –confirma el doctor Bechara–. Más tarde, cuando el examen histopatológico se convirtió en una rutina para el estudio de la enfermedad prostática, se pudo observar que la incidencia del cáncer era mucho mayor.”
Como explica este especialista, el punto de partida para los actuales tratamientos de esta afección fue la introducción por parte de Huggins y Hodges, en 1941, del concepto de que “la supresión de los andrógenos (hormonas masculinas) causada por la castración o la administración de estrógenos en grandes dosis conducen a la regresión del cáncer depróstata”. Lo que nacía entonces era el tratamiento hormonal para esta enfermedad.
“Este hecho da lugar a la era de la manipulación química hormonal para el tratamiento del cáncer de próstata avanzado hoy llevada a cabo principalmente por los agonistas de la LH-Rh y los bloqueantes androgénicos”, agrega el doctor Bechara. Lo que vale aclarar es que no existe un tratamiento único para esta afección, y que en virtud de su lento avance en muchos casos la indicación terapéutica es, sencillamente, esperar y monitorear su evolución con controles periódicos.
Otro hallazgo crucial para, en este caso, el diagnóstico de la enfermedad se produjo en parte en 1936 y luego en 1939, apunta el especialista: “La observación de que los varones con cáncer de próstata con metástasis presentaban con frecuencia valores elevados de fosfatasas ácidas revistió a estos marcadores de importancia clínica especialmente en esta fase avanzada de la enfermedad”.
Pero la gloria de la fosfatasas ácidas no duró mucho tiempo. En 1979, estos marcadores serían finalmente desplazados por el antígeno prostático específico (PSA) que actualmente constituye, junto con el examen rectal, el método habitual y más efectivo para el diagnóstico del cáncer de próstata. Justamente, estos dos exámenes son los que el consenso mencionado al comienzo toma como punto de partida para el correcto diagnóstico de esta afección masculina.

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