futuro

Sábado, 6 de noviembre de 2004

ANTROPOLOGIA Y LINGüISTICA: EL LENGUAJE Y EL PENSAMIENTO

Las herramientas para percibir el mundo

 Por Esteban Magnani

¿Cómo abordamos el mundo? ¿Cómo nos llega? Ojos, oídos, boca, piel nos permiten acceder a la parte del mundo que reconocen mientras vedan otras. Si en lugar de mirar con los ojos utilizáramos un sistema de sonar del tipo del que tienen los murciélagos, en lugar de cines habría surgido, seguramente, alguna forma de arte totalmente distinta. De alguna manera –y sin necesidad de caer en un relativismo asfixiante– las herramientas con las que percibimos determinan en buena medida la propia concepción del mundo.
De manera muy similar, sostienen corrientes psicológicas y lingüísticas, las herramientas humanas para el pensamiento están limitadas por la lengua propia, por estructuras gramaticales internalizadas que permiten pensar determinadas cosas.
La idea resulta bastante intuitiva para aquellos que manejan dos idiomas con cierta fluidez y pueden percibir la distancia entre dos modos de pensar asociados a cada uno de los lenguajes. Una teoría elaborada a fines de los años ‘30 por un lingüista amateur llamado Benjamin Lee Whorf aventuró que el lenguaje determina la naturaleza y el contendido del pensamiento. Ese fue el primer paso de una corriente de investigación que tuvo su auge en los años ‘50, pero que luego decayó a causa de los estudios del gran lingüista Noam Chomsky y por otras corrientes que cambiaban el orden de los factores para afirmar que damos nombre a lo que podemos pensar o, al menos, que hay entre ambos términos una relación dialéctica.
Las teorías lingüísticas opuestas se cruzan y reescriben con pocas posibilidades de empiria frente a la caja negra del pensamiento. Por eso la sorpresa cuando Peter Gordon, psicólogo de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, aseguró tener pruebas de que “cuando un lenguaje elige distinguir una cosa de otra afecta la forma en que un individuo percibe la realidad”. El aserto levantó una polvareda lingüística.

Los pirahã
En el Amazonas profundo, cerca de la frontera del Brasil con Bolivia, hay una pequeña tribu de aborígenes cazadores recolectores a los que se conoce como pirahã, quienes utilizan un lenguaje peculiar: es el que menos sonidos tiene de todos los conocidos (sólo tres vocales y ocho consonantes para los hombres y una consonante menos para las mujeres), la lengua puede ser silbada tanto como hablada, no utilizan oraciones con subordinadas, etc.
La particularidad que llamó la atención de Gordon y que le permitió elaborar sus experimentos es que el pirahã es descripto como un lenguaje de la categoría “uno, dos, varios” porque en su vocabulario sólo admite esas posibilidades numéricas: lo que sea más de dos –no importa si tres, cinco o 40– se contabiliza como “varios”. Aprovechando esta particularidad, Gordon hizo varios experimentos con estos aborígenes para ver cómo podían hacer para comprender los números más allá de las limitaciones de su lenguaje. En uno de ellos (cuya filmación se puede ver en Internet: http://faculty.tc.columbia.edu/upload/pg328/counting.avi) les mostraba a algunos adultos que estaban frente a él una serie de objetos en distinta cantidad, que debían representar alzando sus dedos. Mientras los objetos fueran tres o menos los sujetos alzaban una cantidad similar de dedos, pero con 4, 5 o más comenzaban los problemas, que aumentaban en la misma medida que la cantidad de objetos utilizados. Gordon concluyó así que la idea de número no podía siquiera elaborarse en los pirahã debido a que carecían de palabras para ellos.

No tan distintos
Dan Everett, un antropólogo lingüista de la Universidad de Manchester (Reino Unido), que trabaja con los pirahã regularmente desde hace más de una década y convivió largo tiempo con ellos junto a su propia familia, no acuerda con las conclusiones de Gordon. Según Everett, tanto el lenguaje como el pensamiento de los miembros de esta tribu están relacionados con una forma de ver el mundo, una cultura. Es más, para Everett los pirahã no tienen ninguna forma de numeración, ni siquiera lo que se traduce como “uno, dos, varios”; en realidad, ni siquiera diferencian masa de cantidad, y cita un ejemplo: utilizan la misma frase para decir lo que un occidental llamaría “un pescado grande” o “varios pescados pequeños”. El concepto de cantidad es para ellos esquivo y distinto del nuestro; ni siquiera existe una manera de comparar cantidades, porque la categoría “más que” esta ausente en su idioma.
En realidad, Everett encontró en la comunidad amazónica muchas particularidades que trascienden lo lingüístico: carecen de mitos originarios, términos para los colores, no dibujan, no duermen más de dos horas seguidas, que falsan á la Popper unas cuantas ideas antropológicas sobre ciertos rasgos universales de las culturas.
Frente a la evidencia que él y otros recolectaron, Everett elaboró una conclusión distinta según la cual los pirahã tenían una percepción del mundo que, al menos frente a los ojos occidentales, parece limitada a la experiencia directa. Por otra parte, según Everett, los pirahã desprecian a los que son distintos a ellos y no quieren contaminarse (tras 200 años de intercambio con brasileros siguen siendo básicamente monolingües), lo que les permitió mantener su cultura casi inmodificada.

Fracaso escolar
A pesar de todo, los pirahã parecen comprender el problema que significa no manejar el elusivo concepto de cantidad con más precisión. Desde hace siglos comerciantes brasileros trocan con ellos las nueces que recolectan a cambio de distintos productos, sobre todo bebidas alcohólicas (por las que los hombres a veces alquilan a “sus” mujeres). Los pirahã comprendieron que necesitaban aprender a manejar los números que usaban sus interlocutores para poder negociar mejor e incluso recordar intercambios anteriores. Por eso pidieron a Everett que les enseñara el secreto que se les escapaba. Después de 8 meses de esfuerzo voluntario intenso los alumnos llegaron a la conclusión de que no tenía sentido seguir haciendo el esfuerzo: ni un adulto había logrado contar hasta diez ni a sumar uno más uno.
La discusión sigue abierta y, como puede verse en los muy interesantes papers de Everett, excede largamente lo lingüístico. Tampoco es de descartar que los pirahã, embelesados con su propio mundo, estén tan desconcertados como los occidentales por las limitaciones ajenas, las de quienes están siempre hablando de lo ausente (lo abstracto, lo pasado, lo indirecto) y no parecen percibir la riqueza infinita del presente.

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