Viernes, 22 de abril de 2016 | Hoy
VIOLENCIAS
En la semana que pasó, dos hechos dan cuenta de cómo las voces rebeldes que enuncian lo que antes estaba destinado al silencio pueden poner un freno a la violencia patriarcal. En el colegio Carlos Pellegrini, alumnos y alumnas tomaron la escuela para evitar que dos preceptores acusados por violencia y abuso sexual fueran ascendidos y en reclamo de que dejen de tener contacto, en sus tareas diarias, con estudiantes. Y también se sacudieron los escenarios de rock después de que una joven denunciara por violación a su novio y frontman de una banda de moda, sobre todo porque a su denuncia siguieron otras y otras más. Poner el grito en el cielo sirvió esta vez y a pesar de la defensa corporativa del sindicato –en el caso de los docentes– y de los músicos, para alertar, para frenar, para poner en acto esa consigna que campeó en las marchas que dijeron Ni Una Menos: ninguna agresión sin respuesta.
Por Luciana Peker
–Yo recibí un golpe con el palo de escoba en el brazo –le cuenta Luz a Las/12. Ella tenía 16 años y cursaba tercer año del Colegio Carlos Pellegrini cuando fue golpeada por quien tenía que cuidarla. En el 2007, el Centro de Estudiantes de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, de la UBA, había tomado el colegio. Las chicas y chicos pedían la democratización en el sistema de elección del rector y denunciaban que querían privatizar el bar cuando fueron desalojados violentamente. El escobazo deshilacha prejuicios contra las mujeres caricaturizadas como brujas desde la Inquisición por saber mucho, por decir qué no o por querer volar alto. El escobazo no calla su voz que intentó ser borrada desde el 2007 hasta ahora y que ella alza para que quienes alegan que es una denuncia falsa tengan que decir que las jóvenes mienten cuando las jóvenes hablan. El escobazo no barrió la denuncia contra Héctor Mastrogiovanni, un preceptor de su escuela que barrió con sus derechos. Pasaron nueve años pero la voz de Luz –que no es la única– toma vuelo con el acompañamiento de los y las estudiantes del Carlos Pellegrini que tomaron el colegio para pedir que el agresor no sea ascendido, premiado, ni esté a cargo de su seguridad ni educación.
Luz ahora tiene 24 años, estudia psicología en la UBA y trabaja en una escuela. No se olvidó del escobazo y no barre de su memoria ni la agresión, ni el compromiso de apoyar a quienes estudian en su mismo colegio. Mastrogiovanni, el preceptor al que ella y otras chicas acusaron y pidieron que fuera alejado del contacto con adolescentes siguió en su cargo y fue premiado. El 23 de noviembre del 2015 fue ascendido a regente, una función de tal importancia que –en ausencia del rector y vicerector– es el cargo más alto del colegio. El 11 de abril los y las alumnas –junto a sus familias– exigieron que Mastrogiovanni no tenga contacto con chicos y chicas, no asuma ese cargo y no pueda ingresar al colegio. La historia del reclamo lleva casi una década. El tiempo muestra que la conciencia contra la violencia de género crece de manera imparable y las chicas ya no están dispuestas a soportar ninguna agresión, ni siquiera a tener miedo de las sombras del miedo. El tiempo no para. Y eso a veces trae un futuro esperanzador.
Sin embargo el gremio UTE-UBA defiende el ascenso y pidió, en un comunicado del 19 de abril, desagraviar a Mastrogiovanni argumentando que no es culpable de las acusaciones que se le hacen, que las denuncias son falsas y no fueron recibidas ni por la UBA ni por la justicia. Luz tenía 16 años y contó lo que le había pasado en su colegio el 31 de octubre del 2007. No creerle porque no se enfrentó a un juzgado en la adolescencia o porque no la escucharon quienes debían escucharla es revictimizar a la victima. Su palabra sigue teniendo peso:
–El episodio con Héctor Mastrogiovanni sucedió en un contexto de la defensa del bar estudiantil, ya que había fuertes intensiones de privatizarlo, por parte de las autoridades. Por aquellos días misteriosamente había en promedio seis amenazas de bomba a diario, que se sospechaba que eran para lograr que nos vayamos de la escuela y aprovechar para clausurar el bar con la excusa de que no estaba apto para ser habilitado. Uno de esos días, en los que nos encontrábamos dentro del bar, hubo una amenaza de bomba. Las autoridades presentes quisieron desalojarlo. Héctor Mastogiovanni tomó un palo de escoba para abrir la puerta del bar empujando con el palo a los que nos encontrábamos en las primeras filas. Me sentí, más allá del golpe, muy desamparada por los adultos responsables a mi cargo. No fue la única vez. También mantenía una actitud violenta para con los estudiantes cotidianamente, tanto malos tratos verbales, como actitudes corporales o miradas provocadoras. Me parece lamentable que las autoridades, tanto de la escuela como de la universidad, se empeñen en mantener a una persona que tuvo un sumario por violencia en contacto con alumnos y otorgarle nueve años después, como premio, un cargo más alto. Evidentemente hay un entramado burocrático muy difícil de desanudar entre el gremio que lo respalda (UTE-CTERA) y las autoridades. Paralelamente me pone orgullosa y esperanzada, ver que los pibxs del Pelle, estén luchando por sus derechos –destaca.
Luz no es la única voz que pone en carne viva la violencia machista que zamarrea, besa, toca, mira, incomoda y agrede no en una, sino en tantas escuelas, que develan realidades que siempre existieron pero que ahora, ahora más que nunca, las más chicas enseñan que no pueden ser aceptadas. Andrea pide preservar su apellido y también cuenta la violencia que sufrió por parte de Mastrogiovanni el mismo día que Luz. Tenía solo 14 años. Tanto las autoridades del colegio como de UTE apelan a la inexistencia de una causa judicial ¿Algo más para culpar a chicas de 14 y 16 años por no tocar las puertas de tribunales Señor Juez?
Ese día Andrea estaba del lado de afuera del bar. Vio como una amiga (N.) quedó atrapada entre Mastrogiovanni y la puerta y fue lastimada. Había un tironeo entre él y otras chicas por la puerta del bar hasta que una de las alumnas fue pateada. “Héctor continuó forcejeando violentamente provocando así que la chica agachada sufriera los golpes de la puerta y las patadas de parte del propio preceptor. Héctor agarró muy violentamente del brazo a V., que estaba evitando que cerrara la puerta, la sacó y le dijo que no jodiera más. N. seguía atrapada. Luego de ver esta situación puse el pie trabando la puerta para que no moviera más y no lastime a N.”, cuenta Andrea y asegura que la imagen no se la olvida más. Ella no se queda callada. Ni ahora, ni antes.
–¿No te das cuenta que la estás haciendo mierda? Ubicate –lo increpó ella.
–Me chupa tres huevos y vos corré el pie porque te lo hago mierda –recuerda la ex alumna que le dijo el preceptor.
–Si me hacés mierda el pie te comés flor de juicio –se defendió ella.
Después del intercambio, Andrea se corrió, según su relato, cuando él soltó a N. que cayó sobre la puerta muy golpeada, con el labio cortado, la mano lastimada y moretones en el cuerpo.
“Héctor me puteó sin ningún tipo de reparo”, le dice a Las/12 Andrea que, ahora, tiene 23 años, estudia Química y cuida chicos. En el momento de la agresión estaba en segundo año. Los vericuetos burocráticos para callar a las chicas más chicas son muchos. Pero la voz es clara y firme. “Participé de sumarios y le dije siempre en la cara que era un golpeador y un misógino”, resalta.
El peligro de ascender a un preceptor con estos antecedentes no es solo la posibilidad de repetir escenas de violencia, sino también que no esté capacitado para detectar y frenar la violencia que padecen chicos y chicas y que el Estado tiene que resguardar. En el 2006 se aprobó la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) y en el 2007 sus lineamientos curriculares. En el 2012 el Ministerio de Educación de la Nación editó el II cuaderno de contenidos y propuestas para el aula de ESI para la Educación Secundaria. El manual pone como ejemplo de un taller para prevenir vínculos violentos en parejas de adolescentes el testimonio de una preceptora que vio a una alumna con un moretón en el ojo. ¿Podría un preceptor acusado de dejar con moretones a alumnas detectar que sus moretones pueden ser indicadores de violencia de género y ayudarlas a salir de la violencia? Si un preceptor es violento incumple la ley, pero si no detecta la violencia también es una oportunidad perdida. “La escuela tiene la posibilidad de cumplir un rol muy valioso orientando sus contenidos y sus prácticas hacia una educación para la igualdad, la conciencia crítica, la autoafirmación personal y el respeto de los derechos personales y colectivos, ya que las situaciones donde existe violencia repercuten en quienes son sus testigos. Además de su responsabilidad legal de actuar frente a situaciones de violencia conocidas, los docentes, junto a los estudiantes, pueden constituirse en actores para el cambio de esta realidad que nos involucra a todos y a todas”, explicita el cuaderno ministerial.
En el comunicado de UTE se resalta que “Ni siquiera hay denuncias en la UBA y en la justicia contra ningún docente”. En el Pellegrini se abrió un sumario en donde consta que una alumna fue sacudida por Mastrogiovanni y sufrió una crisis nerviosa que la dejó en estado de shock. El padre notificó, el 17 de septiembre del 2008, que las autoridades se negaban a sumar su testimonio porque decían que ya tenían demasiados testigos. Sin embargo, su hija, un año después tenía problemas para conciliar el sueño, para comer, sentía angustia y tenía miedo de ir al colegio. Además, se explicita que el gremio sostuvo que las alumnas eran las agresoras y que se amenazó con promover causas judiciales a las adolescentes.
Una contradicción llamativa es que desde UTE-CTERA se impulsa un proyecto para que todas las docentes puedan acceder a una licencia específica por violencia de género que ya existe, por ejemplo, para las docentes de Chubut. La mayoría de las afiliadas, maestras, preceptoras y profesoras, tienen más posibilidades de ser víctimas que victimarias y de perder el trabajo por ausentarse de la escuela por tener que ir a denunciar, al hospital o tener que mudarse de provincia para salvar su vida. Ellas no pueden esperar una sentencia judicial contra su agresor para poder tomarse el día para ir a una comisaría, a reponer fuerzas o a hacer una pericia. Sin embargo, en este caso, el sindicato se puso del lado de un acusado de agresión con los mismos argumentos –que las denunciantes son mentirosas– que usan los acusados de violencia machista. No solo perjudican a las alumnas, sino también la pelea de licencia por violencia de género para las trabajadoras de la educación.
Por otra parte, la Profesora Sofía Gastellu del Carlos Pellegrini denunció judicialmente a Mastrogiovanni, el año pasado, cuando fue intimidada en un pasillo: “Me amenazó a los gritos mientras hacía ademanes con la mano de golpes en el aire. Hice la denuncia ante la justicia, pero desde la justicia jamás escucharon mi voz porque estaba luchando para resguardar a las chicas y chicos de la escuela de que les pase lo que me pasó a mí. Él quiso amedrentarme para que deje luchar contra formas de violencia, siendo muy claro en que si continuaba “ya iba a ver” lo que me iba a pasar”.
–No es solo lo que él puede hacer, sino lo que puede dejar de hacer –advierte Aylen, a los 14 años, con los ojos brillantes. Apenas pisa la adolescencia y se le nota el asombro como una aventura de la que no piensa quedarse afuera. “La toma me abrió la cabeza”, festeja. El piso asciende y el anfiteatro de un colegio tradicional pierde el techo. El escenario es tomado, también, para que debata la comisión de género. Nina bromea que se siente Mirtha Legrand por la mesaza en donde se festeja la caja de alfajores Guaymallen que lleva su papá para pasar la noche y se recolecta plata para comprar unas pizzas en una fábrica en donde no abunda la muzzarella. Llevan varias noches de guiso, partidos de futbol y debates a los que les ponen el cuerpo. Y, Nina, una purpurina dorada que combina con sus pelos revueltos.
–Es una libertad que me llena de alegría. Es un empoderamiento no sólo en el colegio, también en tu casa –valoriza.
–A partir de las charlas que tuvimos en la toma sobre violencia de género le puedo explicar a una amiga que si el novio es sobreprotector ella se tiene que tratar de manejar y hacer lo que le pinte –suma Naila, con una campera multicolor que le cae sobre el hombro y los derechos que se le suben hasta la boca que ya nadie le va a poder cerrar. Ni forzar. Ni a ella ni a nadie. Otro de los motivos de la toma fue el reclamo contra Fernando Jodara, un preceptor que, finalmente, fue jubilado. Pero no fue fácil. Nina y Magalí pasaron, durante el 2015, curso por curso para pedir que no pueda tener contacto con alumnos/as después que una de sus amigas les contó que le había dado un beso en la comisura de la boca, en febrero del 2015, y que siempre decía que si querían tener presente tenían que darle un beso y que, por eso, se quería cambiar de colegio. Ellas le ponían el hombro cuando lloraba. Pero no se quedaban solo en las lágrimas. Mientras pedían que el preceptor no vaya mas él pasaba por los pasillos y les decía con señas que las tenía entre ceja y ceja o frases intimidantes como “ya vas a ver vos”.
–La escuela puso un cartel de “Ni Una Menos” y, sin embargo, protege a los agresores –denuncia Ofelia Fernández, presidenta del Centro de Estudiantes del Carlos Pellegrini (CECAP). Ella es la voz del reclamo para que se traslade a Mastrogiovanni –con garantías de que no va a ser una promesa incumplida– a otro establecimiento sin contacto con alumnos/as y que se aplique la ley de Educación Sexual Integral (ESI).
Victoria Camino, la Secretaria General del CECAP también reclama que se aplique el “Protocolo de Intervención Institucional ante denuncias por violencia de género, acoso sexual y discriminación de género”, de la UBA. Y remarca que no quiere que lo echen, pero sí que lo saquen de la escuela en donde todos/as los alumnos/as son menores.
–No queremos que nos patotee el gremio –también exige.
Las chicas súper empoderadas ya no se bancan ese murmullo intimidante que atrasa y da miedo. Por eso, apunta contra la violencia escolar que se creía con impunidad de boletín.
–Una amiga fue con una remera de sandía y un profesor le dijo “qué lindas tus sandías” refiriéndose a las tetas– describe Naila.
–Un profesor le habla a las chicas y le dicen que cuando sean grandes van a tener seis hijos y tener que lavar el inodoro– se indigna Juan.
–Una profesora le dice marimacho a una chica porque le gusta jugar al futbol y se queja porque quedan pocas princesitas –denuncia Magalí.
–Las situaciones desagradables van a cambiar si los estudiantes cambiamos y no permitimos profesores machistas y repudiables–propone Imanol.
El escenario los tiene como protagonistas. No hay noche que cierre entre una escuela acompañada por padres que vienen con bolsas de dormir a cuidar a los chicos y chicas, madres que traen medialunas y leyes con las que defender sus derechos, carteles que pueblan un hall en donde no quieren leer la historia de sus derechos, sino que sus derechos sean un futuro no solo de palabras.
–Acá hubo un país que dijo “Ni Una Menos” y son las y los estudiantes del Pellegrini las que están enseñando como esa consigna tiene que transformarse en acciones concretas: en este caso la separación del contacto con alumnos de Héctor Matrogiovanni y de Fernando Jodara –remarca Natalia Saralegui, Consejera graduada del Consejo de Escuela Resolutivo (CER) y ex Secretaria General del Centro de Estudiantes en el 2009.
La violencia no es nueva. Pero las nuevas chicas ya no están dispuestas a aguantar ni una violencia más. Ni una. Ni un lunes a la mañana, ni un sábado a la noche. Ni en la escuela, ni en un recital. Ni en una cama, ni en la calle. La libertad es un derecho que nadie tiene el derecho de arrebatar. Mailén Frías, de 22 años, el domingo 10 de abril fue a la casa de José Miguel Del Popolo, cantante de la banda La Ola que Quería ser Chau, después de un recital en Niceto. “Terminó abusando sexualmente de mi para que le dijera que era su nena. Yo no quería y él me apretaba la lengua y cuando le decía que iba a gritar me metía los dedos en la garganta y me la lastimaba. En todo momento yo lloraba y le decía que por favor no lo hiciera y él me decía que eso le excitaba mucho más. Me tocaba la cara para saber que estaba llorando y se reía cada vez que yo le decía que tenía miedo. Me forcejeaba y decía que a mí me gustaba y que me la banque porque yo había decidido ir a su casa, que era una forra, una hija de puta, que me odiaba, que me amaba, con diferencia de segundos”, en un video que se convirtió en un relato impactante, en primera persona, sobre la violencia sexual. Ella hizo la denuncia en la comisaría 29 de Villa Crespo y fue al Hospital Tornú donde constataron, a través de pericias, las secuelas físicas de la violación. Después de Mailén se sumó Rocío con otra denuncia de violación contra Del Pópolo a través de un video. Por un lado, algunos músicos intentaron defender al cantante como si la rebeldía fuera un sinónimo de violencia. Pero muchos más se negaron a ser cómplices. Giuliana Borrello (corista) y Francisco Dos Campos (bajista) anunciaron que dejaban la banda. “Lo que sufrió Mailén es muy fuerte y no podemos hacer la vista gorda frente a esto. Compartamos y no dejemos que se propague esta forma de violencia tan desagradable, ataquémosla tanto en sus manifestaciones más concretas como las más veladas; que nos caiga la ficha y se concientice sobre la mierda que implica y a los extremos que llega: como individuos, como personas que queremos que se abandonen estos patrones asquerosos y deshumanizantes, para que nadie tenga que sufrir a causa de esto. Con Giuliana ya no tocamos más en La Ola que Quería Ser Chau, tanto por la gravedad de la situación como por la irrelevancia e indiferencia dada a la misma dentro de la banda”, subrayó Francisco en un post de facebook.
Además, a través de las redes sociales, se organiza una marcha, convocada para el sábado 23 de abril, a las 12, en Plaza de Mayo contra los abusadores y violadores en el rock. A partir de la noticia se empezaron a conocer o a recordar –con otra perspectiva de derechos– apologías a la violencia sexual y la pedofilia de parte de Ciro, de Ataque 77, de Pappo y de otros músicos. No es el capítulo final, pero tampoco un revisionismo histórico. Para todas las chicas sí hay futuro.
Yamila Corin, de Mundanas Agrupación de Mujeres, rescata la denuncia y la solidaridad frente a la violencia sexual: “Para quien fue o es víctima de abuso sexual, su mayor pesar es la oscuridad en la que el silencio se instala, carcome el alma día a día y enloquece. Ese silencio, es la máxima garantía de impunidad de su agresor.
Cuando se puede hablar y denunciar, explota la luz. Encandila al principio, confunde, da miedo, pero sin lugar a dudas empodera, libera, muestra el camino hacia un lugar mejor.
Cuando el abuso sexual irrumpe en los medios o en las redes sociales, se pone a la luz esta enorme batalla que muchas dieron en soledad. Se ve con claridad, (o más claridad) el monstruo grande que es este sistema patriarcal, metido hasta los huesos en todas las instituciones y estructuras de nuestra sociedad. Existe en la justicia, lo vemos en los medios, en instituciones religiosas, en sindicatos, partidos de derecha a izquierda y ahora también en el ambiente del rock. Pero conmueve sentir que también nos hacemos grandes”.
A partir de esta noticia un manifiestx de artistas independientes mujeres, trans y travestis exige: “Basta de acoso y violaciones. Ni una agresión sin respuesta”. Y resalta: “La situación de exclusión que aún se mantiene de propuestas artísticas hechas por nosotras y el hecho de que tengan tan poca visibilidad responde a que el ambiente artístico y la industria del arte reproducen las reglas de la sociedad patriarcal y heteronormativa”.
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