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Viernes, 19 de marzo de 2004

TELEVISIóN

Mirta, la ecléctica

Rara mezcla de cómica y de trágica, capaz de moverse como pez en el agua en el teatro, el cine o la TV, Mirta Busnelli está impagable como la madre judía de La niñera, la exitosa sitcom de Telefé. Reacia al confort y al conformismo en su oficio, la actriz acaba de aceptar actuar en el nuevo proyecto teatral de Javier Daulte: una pieza todavía sin escribir, en un personaje totalmente desconocido.

Por Moira Soto

Hay noches en que esa madre cholula, interesada, marrullera no aparece en pantalla con su pelambre batida y laqueada, sus oropeles chillones, y la verdad es que se la extraña mucho. Afortunadamente, parece que en el futuro el personaje de mamá Finkel va a tener más espacio para desenroscar sus ardides y abultar aún más su oscura melena. Entonces, la Poncia de La casa de Bernarda Alba en el San Martín, la madama de Disputas en Canal 9 –por citar dos de las últimas y disímiles creaciones de esta intérprete– podrá seguir bordando detalles desopilantes y disparando chascarrillos en La niñera (lunes a viernes a las 20.30, por Telefé). Prueba evidente de que a veces la calidad se impone por sí misma, Mirta Busnelli, pese a su bajo perfil en los medios, ha hecho un recorrido fecundo en logros –de indiscutible dignidad– en el cine, el teatro y la televisión. Imitando a Estela Raval en los ‘70 en Abajo Gasalla, haciendo a una sisebuta en Las puertitas del señor López (1988) o delirándose en la televisiva Matrimonios y algo más, Busnelli siempre se ha distinguido, ha dejado una impronta.
Más solicitada de lo que ella está dispuesta a reconocer, este año la actriz que rechazó un papel en Los Roldán y que ha sido llamada para varios proyectos de teatro, espera el estreno de dos films dirigidos por debutantes: Dolores de casada, de Juan Manuel Jiménez, y Las mantenidas sin sueño, de Vera Fogwill. Renuente a las notas, enemiga del autobombo, Mirta B. se regodea al hablar de los compañeros que admira, como Roberto Carnaghi, el mayordomo de La niñera, o María Onetto, con quien compartirá el escenario próximamente.
–¿Qué efecto te produce que te definan como una actriz todoterreno?
–No sé bien si se alude a una capacidad o a una falta de singularidad... Quizá tiene algo de virtud esto de explorar caminos distintos, o quizás es que no se ha producido la profundización de un camino en particular. A veces tuvo un costo ese todoterreno...
–Sin embargo, a esta altura de los acontecimientos podrías estar muy convencida de que tu ductilidad es un valor, que no cualquier intérprete puede ir de Madera de reyes o Bernarda Alba a La niñera, pasando por películas de Alejandro Agresti o de debutantes, con calidad y amplitud de recursos, que incluyen no sólo sintonía fina de diversos registros sino también las técnicas apropiadas para lenguajes diferentes como los del teatro, el cine, la TV.
–Es que a mí me sucede que después de estar mucho tiempo en la misma cosa me dan ganas de ir hacia otro lugar, o sea, no es una cosa que me estimule la seguridad. Creo que cada proyecto tiene naturalmente un ciclo de vida propia y que a veces se la extiende para seguir explotándolo por razones comerciales, claro. Esto ahora, por suerte, pasa con menos frecuencia. En la televisión, por ejemplo, un segundo año difícilmente sea bueno, no para mí, al menos. Y en cuanto a los lenguajes, bueno, lo indiscutible es que la TV es un sitio fast-food, en mayor o menor medida. Pero es una cosa intrínseca del medio el tema de lo inmediato, por lo menos en nuestro país. Por eso acepté la participación en La niñera, jugar ese papel sin la exigencia de las doce horas diarias. Para mí es particularmente desgastante la tira cotidiana. Entonces, durante todos estos años he preferido no hacer telenovelas. Pero aprecio la televisión como medio de expresión, me encantaría –aunque parezca una utopía– que el hecho de tener que producir rating fuera lo menos presionante posible, que las distintas producciones tuviesen un tiempo razonable de preparación, de terminación.
–¿Todo va mejor, o al menos te resulta más acabada tu labor en el teatro y el cine?
–Bueno, son otros los tiempos, puede haber experimentación, distintos abordajes, ensayos. También existió Monólogos de la vagina, que tenía una semana de ensayos, pero su formato lo permitía, se trató de un fenómeno extrateatral. Y el cine me gusta mucho, estoy muy abierta a las propuestas. Tiene un modelo de equipo técnico, artístico, que también se da en la televisión, que puede generar una mística. En el cine se forma como una familia transitoria, de rodaje: viene la maquilladora, el peinador, la vestidora, te tratan con cariño, te cuidan y te preparan para el casamiento. Y entonces después se produce un milagro, rogás para que en el set ocurra algo realmente interesante. Todo ese preparativo para hacer un minuto de película. Para mí, en la tele, Disputas, Tumberos tuvieron esa mística: había mucho orgullo, todo el cuidado posible.
–¿La madre judía de La niñera era el personaje que faltaba en tu vasta y variada galería de roles?
–Creo que esta señora Silvia Finkel es un monstruo, lo que no quita que quiera a su hija. Compite con ella, quiere casarla con un millonario, cumplir con todos los requisitos previstos. La vez pasada casi se muere porque Flor le dio bola a alguien sin plata... Esta madre judía es cholula, siente fascinación por los famosos y por el kitsch, que confunde con buen gusto.
–Pese a tratarse de una tira diaria hay detalles de vestuario coherentes, que reflejan los distintos perfiles de los personajes.
–Me gusta mucho lo que hace Florencia, la vestuarista del canal, porque sí, la parte estética era muy importante en este programa. Lo que me toca a mí no es simplemente un mamarracho: la madre tiene su estilo, las cosas tienen que combinar y estar de acuerdo con ese gusto. Cuando yo acepto, pensé que si el personaje comía todo el tiempo, tenía que ser más gorda.
Me pasó un poco como con la Poncia de Bernarda Alba: quería tener un cuerpo. A la producción en ese momento no le pareció apropiado, además estaban los tiempos acelerados y la dificultad de conseguir otra ropa. El ritmo con que se trabajaba no daba para hacerlo bien, y tampoco quería quedar como un monigote. Como por otra parte yo no estoy tan flaquita, decidí hacerla con mis medidas. Me conformé pensando: esta mujer puede engordar en cualquier momento, lo podemos seguir conversando... En cuanto al pelo, cuando estábamos ensayando se me ocurrió batirlo mucho, mucho. Me pareció que el volumen venía al caso. Después, mi idea era que con cada modelito ella llevara un aplique al tono. A veces se puede hacer, a veces no.
–Es bueno que en la tele, en una tira, un personaje pueda decir cosas de sí mismo a través de su vestuario, porque generalmente la ropa sólo está para promocionar algunas firmas.
–Tal cual. Acá no se podía adaptar el personaje a los canjes, sino que debía ser al revés. Por eso hay cosas que la vestuarista manda a hacer: sobre todo en el caso de Flor hay muchos cambios de ropa. Y como se ha logrado esa coherencia estética en cada caso, se nota la diversidad de perfiles a través del vestuario.
–¿Qué te llevó a aceptar estar en La niñera, aparte del hecho de no tener que cumplir doce horas diarias?
–Me gustaban los actores: me encanta Carnaghi, Florencia Peña es una chica dotada –estuvo muy bien en Disputas–, aprecio a Carola Reyna... Y sí, me atraía la idea de explorar el lenguaje de la sitcom. Al principio me resistí porque creí que era una mera copia de la norteamericana, no me quería convertir en una replicante, en una dependiente no sólo por causa de la deuda externa... Pero luego me pareció que funcionaba en una versión local, que la base original era buena, que el mecanismo de los diálogos era muy aceitado y que tenía un componente teatral. En un momento, creí que el concentrarnos en un solo decorado sin tener que hacer exteriores facilitaba mucho el trabajo. Pero después me di cuenta de que no, que lleva mucho trabajo hacerlo de este modo, sobre todo para el director, que tiene que encontrar un ritmo, darle primacía a cada actor en el momento adecuado, cortar con precisión. Todo eso en muy poco tiempo. Para Flor es un gran esfuerzo, pero también los que estamos menos tiempo debemos entrar en ese ritmo que ya está planteado, en marcha.
–¿Veías La niñera en su versión original?
–Poco, mi hija la seguía. Pero las veces que la veía me resultaba simpática, ocurrente, incluso con un costado crítico liviano de la vida norteamericana. Aunque a veces se decían cosas brutales, finalmente todo se arreglaba, todos se querían.
–Esa felicidad garantizada está dentro de las reglas de la comedia: que los opuestos se peleen, se reconcilien, se quieran. En fin, que la sangre difícilmente llegue al río en este registro.
–Claro, porque finalmente aunque es terrible el personaje de la madre, no deja de ser querible. Lo que me gusta de Flor, la protagonista, es que si bien entra en una serie de engaños para ocultar, para zafar, para sacar ventaja, llega un momento en que dice: yo no puedo seguir así. Entonces la niñera dice la verdad, reconoce sus límites, quién es realmente. Creo que lo que sobre todo propone La niñera es: vamos a divertirnos, a no tomarnos nada en serio, a buscar el lado gracioso de las cosas, aun de las desgracias. Lo afectivo está siempre presente, aun a través de expresiones indirectas o equivocadas.
–Quienes vieron la serie saben que a ella el casamiento, la guita no la cambian, sigue fiel a sí misma.
–Bueno, acá defiende todas las expresiones populares, me parece muy auténtico. Pero sería bueno ver qué le pasa si escucha otro tipo de música. Por ejemplo, un fragmento de ópera: no sería traicionarse si se emociona, sería abrirse. Es cierto, ella es leal a su origen, y toda la zona de mentiras, de apariencias no la acompleja, al contrario.
–Un aspecto rescatable es la cátedra que a su manera dicta la niñera. Al revés de otra cenicienta tipo Mujer bonita –amaestrada por el príncipe yuppie– en la estela de Mi bella dama, es decir de Pigmalión, Flor Finkel hace un trabajo de reeducación en el señor Iraola, le abre los ojos y el corazón.
–Exactamente, ella le hace ver al tipo distraído que el camino está ahí, más cerca de sus hijos. También promueve que los chicos se encuentren con sus afectos. Flor tiene claro que no acepta el modelo de su madre: “cualquier cosa menos convertirme en mi vieja”. Pero a la vez la quiere y se entienden en algún plano. El mucamo, por su parte, se burla de su condición de esclavo, y también se toma atribuciones.
–Entre las muchas ofertas de laburo que recibís, trascendió que recientemente se te planteó un serio dilema artístico.
–Sí, fue arduo: primero aparece lo de Javier Daulte, un proyecto de biodrama para hacer en el teatro Sarmiento. La verdad es que hace tiempo que queríamos trabajar juntos, hubo una obra que casi hicimos... Esta será la historia de su familia, una pieza coral que aún no está escrita. Poco después me llamó Betty Gambartes para hacer La ópera de dos centavos, obra que me fascina, con un elenco divino. Fue una decisión muy difícil. Pero opté por la aventura. Acá voy a trabajar con María Onetto, una actriz que estimo realmente. Y si bien todavía no existe ni la pieza ni el personaje, y va a estar sólo dos meses en cartel y quizá gane menos guita, hubo algo del riesgo y la imprevisibilidad que inclinó la balanza.
–¿Preferiste lanzarte a lo desconocido?
–Así fue, pero por favor sin que de esto se desprenda, nada, que me considero, nada, que se parezca a una heroína de la vanguardia... Me costó mucho, lo pensé un montón, pero una vez que tomé la decisión, sentí alivio: qué suerte, tenía que ser esto. Porque a veces, ante un dilema semejante, después de elegir te pueden quedar dudas, inquietudes. No hace falta que aclare que el otro proyecto me parece maravilloso y sinceramente espero que les vaya bárbaro.

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