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Viernes, 29 de marzo de 2002

ESPECTACULOS

La mujer que siempre estuvo

Frances McDormand es una de esas caras más o menos conocidas por quienes nunca repararon del todo en ella, y respetada rigurosamente por quienes sí lo hicieron. Casada con Joel Coen, uno de los célebres hermanos, es madre adoptiva de un niño paraguayo, amiga íntima de Holly Hunter y una actriz de cine cuya pasión es el teatro.

POR MOIRA SOTO

 Por Moira Soto

Tenía 26 y una cita pendiente con unos chicos nuevos, dos hermanos que le acababan de hacer una prueba para un film off Hollywood. A los tipos los había cautivado esa rubia oscura, de atípica belleza y evidente formación teatral, para el rol de una esposa adúltera y asesina que en principio iba a interpretar Holly Hunter, pero después no pudo. Bueno, cuando la llamaron para combinar una entrevista, la rubia de mirada límpida y directa les respondió que ese día y a esa hora que le proponían no podía acudir porque había prometido a un amigo asistir a su debut televisivo. Uno de los hermanos, Ethan, le dijo al otro tapando el micrófono del teléfono: “¿Qué hacemos con esta chica? No tenemos toda la vida para esperarla...”. A lo que Joel, en vías de ser flechado y temeroso de perder de vista a la joven actriz, se apuró: “Por favor, preguntale cuándo le viene bien”.
Frances McDormand sugirió nueva fecha, Joel y Ethan Coen estuvieron de acuerdo, se encontraron y ahí fue que ellos le avisaron que la habían elegido para protagonizar Simplemente sangre, ese film noir, très noir, que lanzaría a los hermanos a un estrellato de culto que, por el momento, continúa con el reciente estreno local El hombre que nunca estuvo (mientras que los simbióticos Coen ya están trabajando en Intolerable Cruelty, comedia negra interpretada por Catherine Zeta-Jones).
Durante el rodaje de Simplemente..., Frances y Joel se enamoraron del todo, se casaron y fueron –son– felices. Tanto que hace siete años adoptaron un chico paraguayo, Pedro, por quien Frances ha intentado aprender español. Pero no hay caso, pese a su facilidad con los acentos al interpretar, le cuesta practicar, se siente mal al respecto. Entretanto, Pedro se ha olvidado un poco el castellano, habla bien el inglés y se defiende con un poco de francés (que ejerció con unos primos por parte del padre que tiene en Francia).

Sencillez y sentimientos
Esta norteamericana con un toque europeo en su físico y en su estilo -no por nada cada tanto va a hacer teatro en París–, nacida en Illinois, está convencida de que de escocesa sólo tiene el apellido heredado de su padre adoptivo, un ministro de los Discípulos de la Iglesia de Cristo. Por intuición, confirmada por ciertas pistas, ella cree que sus antepasados biológicos son griegos y que les debe su pasión por el teatro, por la tragedia de ese origen que la ha tenido como intérprete en varias oportunidades (la última: el Edipo de Sófocles...). Más allá de respaldarla en su vocación y alentarla para que obtuviera una licenciatura en teatro, su familia no dejó de recordarle que el de los actores es un ambiente de mucho divorcio, alcoholismo, hijos desamparados: justo lo contrario de lo que viene siendo la vida privada de Fran. Hoy en Pennsylvania, sus padres ven los films de su hija, se alegran de su prestigio, pero les parece que gana poca plata, y cada vez que se encuentran la madre le ofrece algunos dólares. Debido a que su padre se desplazaba de ciudad en ciudad para cumplir su ministerio, Frances tuvo una infancia itinerante que le dejó un vago sentimiento de desarraigo, de que nada es para siempre. Por eso, acaso, ahora, en su madurez y con un afirmada carrera en cine y teatro, la actriz disfruta mucho de las etapas familiares en el Upper West Side de Manhattan, donde vive con Joel y Pedro. Esos altos en el trabajo –cuando él no está sumergido en la escritura o realización de algún film, cuando ella no está filmando o haciendo teatro– que le permiten pasear, jugar, disfrutar de la vida cotidiana con marido e hijo. Desde que Pedro empezó la primaria, Frances trata de moverse lo menos posible en época de clases: sabe por propia experiencia que eso es lo mejor para el buen aprendizaje y para la relación de su hijo con sus amigos. De todos modos, Frances, no es de exagerar en la gestión doméstica: “Me gusta seguir la evolución de Pedro, ser madre y ama de casa, pero no lo puedo hacer tiempo completo, no soy buena en eso. Disfruto al llevar a Pedro al colegio, al hacer compras en las buenas groceries del barrio, pero necesito hacer mi trabajo de actriz, es uno de los ejes de mi vida”.
Con su estilo llano y cálido, un acento casi neutro que ni remotamente se puede asociar con el texano que practicó en Simplemente sangre o el alemán de Paradise Road, Frances McDormand reconoce que detesta los grandes negocios, los malls, las cadenas tipo Victoria’s Secret o Barnes & Noble que han ido usurpando el lugar de los negocios pequeños, personalizados. Sobre todo lamenta lo que ha sucedido con las librerías entrañables: “Primero tuvo que cerrar Shakespeare & Co., y ahora debió desaparecer Coliseum, que era el último sitio de libros a escala humana, donde siempre podía encontrar lo que buscaba y además charlar con vendedores lectores, que conocían y amaban el material con el que trabajaban”.
Aunque acepta que de vez en cuando le da un pequeño ataque de consumo y que la tientan las pichinchas, Frances asegura que sus hábitos no han cambiado, aunque haya mejorado su situación económica a través de los años: “Trabajo, gano plata, gasto lo que necesito, sé que habrá algún papel para mí en el futuro. No es que no guarde algún dinero como previsión, pero debo decir que Joel es todavía menos consumista y mejor administrador que yo. No es raro en mí caer, por ejemplo, en la liquidación de una zapatería, comprarme dos pares, y una vez en casa darme cuenta de que uno es incómodo o me queda chico. Pero para estos casos, y otros en que querés deshacerte de algún efecto personal, hay una solución fantástica: con mis amigas y conocidas hacemos una noche de mujeres, nos juntamos e intercambiamos ropa y demás, es muy divertido. Necesitás por lo menos ocho mujeres, de medidas y peso mas o menos similares, y cierto espíritu desprejuiciado. Así, podés llegar a modificar el estilo en el que estás, o al menos probar otras posibilidades. A veces vuelvo a casa con algo sorprendente en mí porque alguna de las participantes me dijo: ‘¿Por qué no disfrutás más de tu trasero? Tendrías que usar cosas que te ajusten un poquito’. Entonces, una se deja instigar por la novedad, y a veces te sale bien, te identificás con una innovación en tu look”.

La mutante
Los que la conocen bien –como su amiga de casi toda la vida Holly Hunter, con quien compartió vivienda y estrecheces en Nueva York– dicen que Fran es una persona decente, justa, confiable, querible, laboriosa, siempre bien dispuesta y con un irónico sentido del humor. Pero lo que más aprecian directores y colegas es que la actriz, muy elogiada por la crítica y premiada, no se la cree. Bruce Beresford, que la condujo en Paradise Road (1997), dice que McDormand conquistó a todo el elenco con su simpatía y que jamás se hizo la víctima por las condiciones difíciles de ese trabajo. Antidiva por naturaleza, Frances McDormand es famosa por su ausencia de coquetería a la hora de interpretar, salvo que el papel le exija estar muy sexy, como es el caso de la Doris de El hombre que nunca estuvo. Pero su actitud habitual es considerar que se debe al rol: “A veces, Joel me dice que no debería ser tan dura conmigo misma. Que aunque al personaje no le importen las bolsas debajo de los ojos o que se le vea el culo gordo, no es cuestión de exagerar... Son puntos de vista. En la vida real, hay veces que me veo bien y estoy sin un gramo de maquillaje. Por otra parte, soy medio vaga y eso me lleva a un look minimalista, independientemente de las modas. Así que a veces ocurre que me muevo con estilo despojado por aquello de la ley del menor esfuerzo y pareciera que es por que no soy vanidosa o coqueta. Y en ocasiones hasta tengo la suerte de dar en la tecla sin proponérmelo, en coincidir con lo que se usa y pasar por cool...”.
Por cierto, aunque con su marido (director/guionista) y su cuñado (productor/guionista), que además de la buena relación familiar que mantienen la estiman muchísimo como actriz, Fran tenía el laburo asegurado. Pero como corresponde a su moral –que reconoce muy cerca de la de Marge de Fargo (1996)– la actriz trató de despegar de todo favoritismo y después de Simplemente sangre y un cameo en Educando a Arizona, estuvo por ejemplo en Mississippi Burning (1987, de Alan Parker) que le trajo una candidatura al Oscar, en Agenda secreta (1989, de Ken Loach), en Darkman (1990, de Sam Raimi: aquí Frances reconoce que fue un papel que no supo aprovechar del todo, que debió estar más juguetona). Y luego de volver a marido y cuñado con De paseo a la muerte (1990), entre otros films menos felices se lució en Vidas cruzadas (1993, de Robert Altman), pasó por una peli independiente de culto, Pallokaville (1996, de Alan Taylor) y llegó al maravilloso papel –”un regalo de Joel que valoré mucho”– de la policía emabarazadísima de Fargo (1996). Film después del cual, Oscar muy bien ganado mediante, no tuvo inconveniente en aceptar un jugoso cameo en Lone Star (1997, de John Sayles, “uno de los mejores roles que he tenido”.
Pero no sólo la familia, el cine, los libros, sus encuentros con amigas (haya o no trueque) ocupan las horas de Frances McDormand: si bien la rubia intérprete siempre amó el teatro y hace unos años –entre otras incursiones– fue una alabada Stella en El tranvía llamado deseo, lo suyo hasta el presente era el teatro más bien tradicional, poco vanguardista. Y eso que desde que hizo Mississippi Burning es amiga de Willem Dafoe, cuya mujer, Elizabeth LeComte, es directora del experimental Wooster Group. Resulta que los Dafoe-Le Comte y los Coen-McDormand se encontraban para cenar, pero no surgía ni un pedido de Frances de ingresar a Wooster ni una invitación formal de Willem y Elizabeth. Hasta que hace un par de años, a la camaleónica intérprete le picó la curiosidad, vio lo que hacía el Wooster Group y se comprometió seriamente con esa forma de trabajo. Así es que ahora, luego del interregno que representó su perfecta creación de mujer dura y fatal en El hombre..., ha vuelto a interpretar sobre las tablas To you, the Birdie, una versión de la Fedra (1677) de Racine, para la que ensayó y entrenó físicamente muchísimo. La pieza transcurre en una estilizada escenografía de aluminio y en el espectáculo, según el estilo del grupo, hay un giro inesperado y se presenta un match de badminton, para el que Fran se preparó como “para un evento atlético, pero me vino genial porque cumplo 45 en junio, y sola no hubiese perseverado. Mi cuerpo cambió y ahora debo mantener cierta disciplina. Decidí no hacer el tour actual de marzo de la compañía porque Joel está trabajando a pleno en su nuevo film y me toca hacer de padre a cargo por un tiempo...”.
Frances McDormand, que reconoce sin vueltas sus errores (como las comedias The Butcher’s Wife o Passed Away) confiesa que necesita interactuar con el director. Así sea su maridito Joel, que alguna vez la tiene que poner en su lugar y recordarle que no están en casa, que le debedejar terminar las frases y no adelantarse a su pensamiento, según su costumbre...
Orgullosa de llamarse a sí misma actriz de carácter, siempre con los pies sobre la tierra –salvo cuando pisa aluminio para hacer esa moderna versión de Fedra–, Frances McDormand, como señala su muy amiga Holly Hunter, “cree que toda esa historia del éxito es algo equívoco, que no conviene celebrar demasiado los premios. Esa es la quintaescencia de Fran: desconfiar de los halagos”.

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